lunes, 25 de junio de 2018

Cortar de tajo nuestra vergüenza


“Cuando se terminó la circuncisión de todo el pueblo, se quedaron acampados en ese lugar hasta la curación. Yavé dijo entonces a Josué: «Hoy he lanzado lejos de ustedes la vergüenza de Egipto».” Jos 5, 8 y 9a

Mi amado Jesús, Papá, Espíritu, hoy sé que confesarse, expresar nuestro dolor y nuestra participación en ese dolor, es apenas el primer paso. Falta sanar. Hay que sanar antes de poder decir que avanzamos. Porque avanzar sin sanar sólo nos consume y nos hace presas de batallas nuevas que con nuestro dolor viejo no podrán librarse. Sanar toma tiempo, implica calma, requiere comprensión y paciencia. Porque con toda necesidad de confesión surgirá la vergüenza, y ese es el dolor y el obstáculo más grande y lo que más necesitamos eliminar. Sin ese “descubrir” de nuestra virilidad (entendida como un conjunto de características que se atribuyen tradicionalmente a un varón, pero en realidad forman parte de todo hombre -cómo género humano; cosas como la energía, el valor y la entereza) no podremos luchar por nuestra vida.

La vergüenza real, la que surge y muchas veces nos impide incluso confesarnos, es habernos esclavizado ante aquello que nos hacía daño y que hacía daño a otros. Confesar nuestro pobre amor propio, nuestra disposición a sentarnos junto a la mesa y esperar a que caigan migajas, a que alguien te de una palmadita en la espalda, a que alguien te diga que tienes valor. O confesar lo contrario, la necesidad de rodearnos de quienes están tan vacíos que no tengan más remedio que adorarnos. Confesar que dependemos de otros o de algo que no eres Tú, y que bien puede ser poder, apariencia, alcohol, drogas, cigarro, posición social, lo sea que no seas Tú y que pretenda esconder nuestros defectos.  

La circuncisión de nuestra alma nos enfrenta a la realidad: da vergüenza ser uno mismo. Y es que, por mucho que nos engañemos, en el fondo, la verdadera confesión implica reconocer que esa esclavitud de la que no logramos librarnos, es refugio. Es una manera de no hacernos responsables de lo que es nuestra responsabilidad: cambiar. Es nuestra negativa a hacer todos los sacrificios que sean necesarios para cambiar. 

Danos el valor de cortar de tajo nuestra vergüenza y descubrir nuestra virilidad. Danos un amor propio que no tenga que ver con el orgullo de creer que realmente tenemos toda la razón. Danos la capacidad de doblar nuestras manos y someter nuestra alma, cuerpo y mente al escrutinio de tu exigencia, que es total, pero das con compresión y paciencia. Gracias mi Bien, mi dulce y muy exigente Bien. Te amo.

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