“Cuando se terminó la circuncisión
de todo el pueblo, se quedaron acampados en ese lugar hasta la curación. Yavé
dijo entonces a Josué: «Hoy he lanzado lejos de ustedes la vergüenza de
Egipto».” Jos 5, 8 y 9a
Mi amado Jesús, Papá, Espíritu, hoy
sé que confesarse, expresar nuestro dolor y nuestra participación en ese dolor,
es apenas el primer paso. Falta sanar. Hay que sanar antes de poder decir que
avanzamos. Porque avanzar sin sanar sólo nos consume y nos hace presas de batallas
nuevas que con nuestro dolor viejo no podrán librarse. Sanar toma tiempo,
implica calma, requiere comprensión y paciencia. Porque con toda necesidad de
confesión surgirá la vergüenza, y ese es el dolor y el obstáculo más grande y
lo que más necesitamos eliminar. Sin ese “descubrir” de nuestra virilidad (entendida
como un conjunto de características que se atribuyen tradicionalmente a un
varón, pero en realidad forman parte de todo hombre -cómo género humano; cosas
como la energía, el valor y la entereza) no podremos luchar por nuestra vida.
La vergüenza real, la que surge y
muchas veces nos impide incluso confesarnos, es habernos esclavizado ante
aquello que nos hacía daño y que hacía daño a otros. Confesar nuestro pobre
amor propio, nuestra disposición a sentarnos junto a la mesa y esperar a que
caigan migajas, a que alguien te de una palmadita en la espalda, a que alguien
te diga que tienes valor. O confesar lo contrario, la necesidad de rodearnos de
quienes están tan vacíos que no tengan más remedio que adorarnos. Confesar que dependemos
de otros o de algo que no eres Tú, y que bien puede ser poder, apariencia, alcohol,
drogas, cigarro, posición social, lo sea que no seas Tú y que pretenda esconder
nuestros defectos.
La circuncisión de nuestra alma nos
enfrenta a la realidad: da vergüenza ser uno mismo. Y es que, por mucho que nos
engañemos, en el fondo, la verdadera confesión implica reconocer que esa esclavitud
de la que no logramos librarnos, es refugio. Es una manera de no hacernos
responsables de lo que es nuestra responsabilidad: cambiar. Es nuestra negativa
a hacer todos los sacrificios que sean necesarios para cambiar.
Danos el valor de cortar de tajo
nuestra vergüenza y descubrir nuestra virilidad. Danos un amor propio que no
tenga que ver con el orgullo de creer que realmente tenemos toda la razón.
Danos la capacidad de doblar nuestras manos y someter nuestra alma, cuerpo y
mente al escrutinio de tu exigencia, que es total, pero das con compresión y
paciencia. Gracias mi Bien, mi dulce y muy exigente Bien. Te amo.
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