viernes, 31 de agosto de 2018

Evitemos el dolor de nuestro Padre



“El rey entonces se conmovió (ante la noticia de la muerte de su hijo), subió a la habitación que estaba encima de la puerta y se puso a llorar. Caminando de uno a otro lado hablaba así: «¡Hijo mío Absalón! ¡Hijo mío! ¡Hijo mío Absalón! ¿Por qué no morí yo en vez de ti? ¡Absalón, hijo mío! ¡Hijo mío!» 

“Joab entró en la habitación del rey y le dijo: «Hoy cubres de vergüenza a todos tus servidores. Te salvaron la vida, la vida de tus hijos y de tus hijas, la vida de tus mujeres y de tus concubinas. Pero tú amas a los que te odian y odias a los que te aman. Lo estás demostrando ahora: tus servidores y sus jefes son nada para ti, y si Absalón estuviera ahora con vida y todos nosotros muertos, tú estarías muy feliz. ¡Arréglate pues, sal y habla a tus oficiales! Lo juro por Yavé, si no sales, nadie quedará a tu lado esta noche, y será para ti una desgracia más grande que todas las que te han sobrevenido desde tu juventud hasta hoy».”  2 Sam 19, 1 y 6-8

Aquí puedo imaginarme a Dios Padre llorando por sus hijos. Aquellos que hemos matado, eliminado, olvidado, rechazado, dejado completamente solos, aquellos a los que no logramos incluir en nuestra sociedad porque, aceptémoslo, es más fácil prescindir de ellos que buscar soluciones. 

Fue Joab quien asesinó a Absalón, ignorando la orden de David de no hacerle daño. Joab nos representa a muchos de nosotros. Es un buen hombre, un buen soldado (empleado, trabajador), un buen estratega (administrador, jefe). Joab creé que porque es bueno tiene derecho a decirle al rey que deje de ser débil y haga lo que tiene que hacer: superar la muerte de un traidor y tomar las riendas del gobierno. En términos humanos, Joab es un buen hombre y tiene razón. 

La Biblia Latinoamericana comenta en el capítulo anterior, el 18 de este Segundo Libro de Samuel, lo siguiente: 

“Aunque el hijo haya dejado la casa de su padre y le haya hecho mucho daño, el padre no pierde la esperanza. Más aún, es tanto su amor, que está en las puertas de la ciudad esperando noticias, como el Padre de la parábola del Hijo Pródigo, que divisó por primero a su hijo que regresaba. 

“Joab tiene la razón desde el punto de vista político, pero David se acercó a la manera de ver de Dios.” 

Dios Padre no pierde la esperanza. Nos ha pedido que vayamos tras sus hijos perdidos y que los traigamos de vuelta con vida. Nos ha pedido, una y otra vez, que no midamos las cosas sólo en términos políticos, económicos, ideológicos, convenientes, ordenados, sino que hagamos el esfuerzo de “sentir” lo que es para él perder un hijo, y le evitemos ese dolor a toda costa.
Imagínalo: Perder un hijo. 

Jesús, Tú que eres nuestro hermano mayor, que eres quien abraza a nuestro Padre y buscas consolarlo en su infinito dolor, quien lo ve a los ojos y ve en ellos todo el sufrimiento que le causa el olvido y la muerte que entre hermanos nos provocamos; toca nuestro corazón para que dejemos de ser hijos ingratos que sólo piensan en la herencia que pueden repartirse, o el orden que puede conseguirse, con uno menos a quien atender. 

Yo sé que no se trata de resolverles la existencia. Todos tenemos que hacer el esfuerzo de vivir. Pero Dios mío, que nunca estemos dispuestos a sacrificar a alguien en aras de lo “conveniente”. Porque nuestro Padre ama incluso a los hijos que le odian, y odia la visión utilitaria que los considera objetos útiles o inútiles del progreso, la economía y el gobierno. 

Papá, perdónanos. Sé que, como Iglesia, comunidad, estado y familia, no hemos sabido integrarnos a todos. Ninguno de nosotros es un caso sencillo. Estamos llenos de tantos defectos y siempre estamos más dispuestos a señalarlos que a buscar el diálogo. Preferimos ignorar lo que los demás tienen que decirnos sobre nuestras faltas que afrontar la necesidad de cambio, primero en nosotros mismos y después en las relaciones que creamos. 

Espíritu Santo, consuela a Papá. Abrázalo e inclúyenos en ese abrazo que es el amor que nos tiene, que nos tenemos. Ayúdanos a comprender que ese dolor, el de nuestro Padre, es el reflejo del dolor tan grande con que hemos alimentado nuestros odios. Ayúdanos a dejar de provocarnos tanto dolor y sufrimiento. Dale flexibilidad a nuestros ánimos y nuestras ideas. Que sepamos extender nuestra mano no con ánimo de ofrecer nuestra lástima, sino con la intención de ayudar con acciones que dignifiquen a los demás, no los hundan aún más en la conmiseración de sus penas. Que no tratemos a un pobre como “pobre”, a un enfermo como “enfermo”, a un criminal como “criminal”, a una mujer como “mujer” (ya sabes, débil, neurótica) o a un hombre como “hombre” (fuerte, insensible, sádico). Todos somos humanos. Que nos tratemos como humanos, como hermanos, como hijos dignos de Dios. Que estemos dispuestos a aprender qué es eso de tratarnos como humanos, sin etiquetas ni juicios limitados. 

Se los pedimos en el nombre del Amor del Padre, del Amor del Hijo, y del Amor del Espíritu Santo. Amén. Gracias. Te amo. 



jueves, 30 de agosto de 2018

La flexibilidad de la fe


 

“Los hombres de David hallaron a Absalón por casualidad; iba montado en su mula y ésta pasó debajo de las ramas de una gran encina. Sus cabellos se enredaron en la encina y quedó colgando entre el cielo y la tierra mientras la mula seguía su carrera.” 2 Sam 18, 9

Tengo la dicha de tener un tío sacerdote (P. Plácido Castro). En realidad, es un tío adoptivo (nos adoptamos mutuamente como tío y sobrina), pero es mi tío porque la casualidad nos ha dado el mismo apellido y el mismo amor a Dios. Somos familia espiritual mi tío y yo. 

Mi tío, justo ayer, me incitó a reflexionar: ¿Cómo relacionar ese “no tragarnos las cosas” así nada más, sin cuestionarlas, sin ser inflexibles, con todo el capítulo once de la Carta a los Hebreos: “la fe es fundamento de lo que se espera y garantía de lo que no se ve”? ¿Cómo se relaciona la fe y la necesidad de ser flexibles? (Por cierto, si no has leído ese capítulo 11, tienes que leerlo; es bellísimo y tan cierto.)

Bueno, la cita de hoy nos narra cómo fue que Absalón quedó atrapado en un encino. La imagen de un hombre cuyos cabellos se enredaron en las ramas de un árbol es casi caricaturesca, y se antoja una forma muy… “estúpida” de quedar atrapado. Pero en realidad es algo que sucede mucho, y es trágico. Y sí, he dicho sucede, aunque ya nadie ande en mula y los encinos sean escasos en las grandes urbes, este destino trágico es, tristemente, muy común. 

Pero vamos por pasos. Primero hablemos de las imágenes y los símbolos.  Quizá porque soy maestra he descubierto que a veces para explicar algo complejo la mejor estrategia es usar imágenes simples. Claro que no descubrí el hilo negro. Los seres humanos siempre hemos hablado con símbolos. Las mismas palabras son símbolos. Y es así porque somos hechos a imagen y semejanza de Dios, es decir, nosotros, como todo lo que es, nos manifestamos constantemente en imágenes y símbolos. Un arcoíris representa la esperanza, por ejemplo. Una torre, la arrogancia. Un padre que espera a su hijo, el amor incondicional de Dios. 

La casualidad también juega su papel: porque a veces hacemos énfasis en una cosa y después, “casualmente” surge esa misma cosa en otro contexto. Freud y su psicoanálisis le da importancia a estas imágenes aparentemente casuales que surgen en, por ejemplo, nuestros sueños. Pero la teoría de la interpretación de los sueños no es exclusiva de Freud. También Carl Jung, discípulo de Freud, se interesó tanto en el inconsciente como en la interpretación de los sueños. Pero antes de entrar en la materia de interpretar, entendamos que, para Jung, existe el inconsciente personal y el colectivo. Este último lo compartimos todos y son imágenes arquetípicas que reflejan algo de nosotros como humanidad. Esto es importante porque nos permite interpretar cosas no sólo como algo personal y exclusivo, sino reconocer “saberes” que como humanidad hemos “revelado” a través de las imágenes que narramos no sólo en nuestros sueños, sino en las historias, mitos, leyendas, cuentos y ahora novelas y películas, entre tantas otras cosas que creamos. 

Además, para Jung, a diferencia de Freud, las imágenes del sueño no esconden un deseo insatisfecho y reprimido, sino que revelan significados profundos. No están generadas por un conflicto interno, sino que tienen una función compensatoria y educativa. Es decir, la mente usa imágenes para explicarnos cosas complejas con símbolos simples. Si te interesa el tema, checa la presentación: Los sueños según Freudy Jung. (1)  

De modo que intentaré “revelar” lo que me dice esta trágica historia de Absalón. En el capítulo 14 de 2 Samuel, hay un versículo que habla del cabello de Absalón: el 26. “Absalón se cortaba el cabello cuando ya le pesaba mucho, y cuando se lo cortaba, lo pesaba. Pues bien, pesaba doscientos ciclos según el peso del rey (un kilo y medio).” Cuando leí eso me llamó mucho la atención: ¿Para qué hablarnos de lo guapo que era Absalón (versículo 25) y hacer tanto énfasis en la gran cantidad de cabello que tenía y lo aparentemente orgulloso que estaba de su abundancia (lo pesaba)? 

Según entiendo, la cabeza es el origen de nuestras ideas, de ahí surgen, ahí nacen. De modo que creo que hablar del cabello tan abundante y bello de Absalón, es hablar de sus ideas: que eran abundantes y bellas, y que, como el cabello, nacen en la cabeza. Después de todo, sus ideas convencieron a muchos, la gente lo siguió, él buscaba justicia, quería el poder, pero no con fines mezquinos. Absalón quería poder para hacer justicia, para darle al pueblo la justicia que él no tuvo bajo el reinado de su padre. Recordemos: su hermana fue violada y nada se hizo, se le “acepto” de regreso después de años de exilio, pero no fue reconocido como hijo, tuvo que “exigir” ser visto, en fin, las injusticias nos pueden generar mucho dolor. 

En este dolor surge el resentimiento, coraje y odio (el odio es amor dolido, no lo olvidemos). Su necesidad de justicia fue ignorada una y otra vez, su necesidad de pertenecer, su necesidad de ser visto y reconocido. De todo ese dolor, resentimiento, coraje y odio, surgieron en él todas estas ideas de venganza y de derrocar, incluso matar, a su padre. El fin no era destruirlo, sino reemplazarlo para hacer lo correcto, para ser justo. 

Definitivamente aquello de buscar la justicia está muy bien, pero cuando nuestras ideas, por nobles y bien intencionadas que sean, se alejan de la voluntad de Dios (que como dijo Jesús, se puede resumir en a amar a Dios sobre todas las cosas y amar a tu prójimo como a ti mismo), entonces es muy factible que tus ideas se enreden en ese árbol que es la vida y que lo que crees que sabes y no estás dispuesto a cuestionar sea tu más grande trampa. 

Así que, primero, define bien a qué Dios sirves: ¿Al de la venganza y la muerte, o al de la vida y la ayuda? Ambas mentalidades buscan la justicia, pero de maneras muy diferentes. Segundo, define cuál es la mejor manera de amar a tu prójimo: ¿Eliminarlo o hacer un verdadero esfuerzo para trabajar con él? Esto último implica hablar, resolver conflictos, empatizar con el otro, pero de manera real, no para obtener un beneficio. Implica buscar acercarte a la persona, no verla como un simple medio u objeto que se usa y se desecha según convenga. Implica que no te vas a sentir con el derecho de tirar todo lo creado ni de tomar lo realizado con anterioridad como algo que es logro tuyo (¿con qué derecho Absalón se acostó con las concubinas de David?). 
 
Ahora bien, todos podemos equivocarnos y luchar por ideas e ideales que la vida se encargara de tirar por los suelos (se nos atraviesa un árbol). Pero, y esto es muy importante, no todos estamos dispuestos a dejar ir nuestras ideas equivocadas. 

Hay quienes no son flexibles y se aferran a que las cosas sean de tal o cual manera. Sus ideas se enredan en la vida y en lugar de caer al suelo, como cualquier mortal, arrepentirse y hacer un esfuerzo por cambiar, sienten que están más allá del bien y del mal (quedan colgados entre el cielo y la tierra). Ellos y sólo ellos tienen la razón. En nuestra Iglesia Católica y en el Cristianismo en su conjunto, realmente necesitamos revisar muchas de estas ideas y tradiciones, dogmas y arbitrariedades que nos han hecho mucho daño. Pero ese es otro texto. 

Entonces, cuando decimos que la fe es fundamento de lo que se espera, creo que quiere decir que ya nos hemos dado a la tarea de buscar ese fundamento, esa base, esa bondad, belleza y verdad que hay detrás de las cosas, y que nunca son tan evidentes como quisiéramos. Ese algo que existe en lo más profundo de nuestra humanidad, ha sido puesto a prueba. Hemos “hecho la prueba” y hemos descubierto “¡qué bueno es el Señor, el Ser, la Vida!” 

Por eso, estoy segura de que la fe surge a través de nuestra experiencia de vida. No se basa en los frutos del conocimiento del bien y del mal, sino en el árbol, en la vida. La fe no es inflexible ni es arbitraria. Es un paso que damos para experimentar la vida. Es decir, si, por ejemplo, alguien va a intentar eso de “sacrificar” a su único hijo (una práctica que llegó a ser común en muchas sociedades), y ya en el momento, escucha esa voz que le dice: “No, ¿qué haces? Imagina que eres este niño y que tu padre se muestra dispuesto a asesinarte. ¿Cómo te sentirías? ¿Qué sería lo que habría en ti justo antes de morir? ¿Te gustaría morir a manos de tu padre? Imagina el dolor que te vas a provocar quitándole la vida a tu hijo. No, esto no puede ser así. Mira, ahí hay un cordero, mejor sacrifica a un cordero. No hay necesidad de provocar dolor, no se trata de sufrir sin sentido. No es la muerte la que justifica la vida, sino vivir lo que le da sentido a la vida.” 

Y sin importar qué tanto se crea, nos digan, estemos seguros que el sacrificio mayor es la vida de un ser amado, decidimos confiar en Dios y creer que, si hemos de sacrificar algo, no será el amor ni será el ser amado. Porque Dios es Amor. 

Y cuando escuchas esa voz, que no es en realidad una voz sino tu consciencia, tu sentir, tu convicción, te dices: “es Dios quien me habla”, porque sabes perfectamente que de ti no surge esa sabiduría, esa bondad. Sabes perfectamente que tú mente no alcanza para tanto, porque has sido capaz de actuar mal y de hacer daño. Pero reconoces que hay algo fundamental en ti, algo humano y sensible, que te une a todo y todos, y que te permite tener una visión más amplia de ti, del otro y del mundo. Esa voz es la de Dios. Así es la fe, una voz que reconoces en ti, y te llama por tu nombre. 

No sé si logré decir todo lo maravilloso que es Dios, lo increíble que es seguir a Cristo, quien se atrevió a arriesgarlo todo y a apostar por la bondad del otro, aún cuando esa bondad no sea evidente ni haya razones para creer que existe. Aún cuando todo indique que no existe. La bondad en todos existe. Saberlo porque lo hemos reconocido en nosotros es tener fe. Saberlo porque hemos experimentado la presencia de Dios es tener fe. Y la fe no es inflexible. Todo lo contrario. La fe cree posible lo que no es posible. 

La experiencia de Cristo, para todos los que lo ven únicamente como el sufrimiento y la desesperanza de la Cruz, fue de muerte. Pero para quien tiene fe, es de vida. Porque quien tiene fe, le ha entregado a Cristo sus culpas, esas que nos echamos encima para justificar los excesos en los que caemos, la justicia que buscamos en la muerte de otros, en el eliminar a otros, en el acabar con otros, en el señalar a otros. O aquellas otras que les echamos encima a los demás, para lavarnos las manos y decir que son ellos los que están mal y equivocados, y que somos nosotros los que tenemos la verdad en la mano, una mano limpia de tacha.

En su cruz reconocemos todo lo que aún no somos, pero podemos llegar a ser. Y al morir la culpa nos ha sido posible asumir la responsabilidad de cambiar de fondo, de corazón, mente y alma, y no sólo de buenas intenciones. Ahí, en la fe, es donde se fundamenta lo que esperamos, y donde encontramos la garantía de una bondad que no se ve, pero existe, en cada uno de nosotros. La fe no es magia, es estar dispuesto a hacer el trabajo, el esfuerzo, a dedicarnos profundamente a aquello que parece imposible, pero que lograremos -aunque no sea evidente- porque no lo hacemos solos y porque excede con mucho nuestra vida. Trabajamos para un Reino de Dios, no para un poder mundano. 

Gracias Dios mío, Dios nuestro. Gracias mi Amor, mi Vida, mi Dicha. Gracias Jesús, por enseñarnos el camino de fe, el que lleva al perdón y al amor, aún cuando no sea evidente. Gracias por todos nuestros padres que nos enseñaron lo que es caminar, no con certezas, sino con la flexibilidad de apostar por un futuro distinto, haciendo cosas distintas y en ocasiones contrarias a lo que dicta el mundo, la doctrina, la tradición, la moda, e incluso el sentido común. Danos la voluntad y la confianza de caminar conscientes de que hemos de caernos, y permitirnos caer para poder experimentarte la realidad de una vida humana, que aspira a la verdad que se esconde en las ramas de una vida que se extienden hacia el cielo. Gracias mi dulce Bien, mi Amor, mi Vida. Te amo. 

(1) Miranda, Michelle. (2015, Enero 26). "Los sueños según Freud y Jung". Prezi. Tomado de: https://prezi.com/okok6uhpuslt/los-suenos-segun-freud-y-jung/






miércoles, 29 de agosto de 2018

Cruzar las aguas del perdón



“Absalón y toda la gente de Israel exclamaron: «El consejo de Jusaí el arquita es mejor que el de Ajitofel».  […] Jusaí dijo entonces a los sacerdotes Sadoc y Ebiatar: «Ajitofel dio este consejo a Absalón y a los ancianos de Israel (buscar inmediatamente a David y matarlo), pero esto es lo que yo les aconsejé (mejor esperar y juntar a todo el ejército para tener una victoria segura). Vayan ahora rápidamente a avisarle a David. Díganle: No te quedes esta noche en los desfiladeros del desierto. Apresúrate en atravesar, si no el rey (David) y su ejército corren el riesgo de ser aniquilados.» 

“[…] Cuando Ajitofel vio que no se había seguido su consejo, ensilló su burro y regresó a la casa que tenía en la ciudad, puso todo en orden en su casa y se ahorcó.” 2 Sam 17, 14a-16 y 23

Como vemos, Jusaí y los sacerdotes Sadoc y Ebiatar, son aliados de David. Él mismo David les pidió que regresaran a servir a Absalón para que le informaran de lo que sucedía. (2 Sam 15, 31-37) 

Recordemos, además, que tanto David como su hijo Absalón, quien ahora se proclama rey, consideraban que la palabra de Ajitofel, era palabra de Dios. Así de importante se le consideraba, y así de terrible fue para él que su consejo no fuera escuchado. Al perder su papel como único guía, perdió también su sentido de vida, y se ahorcó. 

El suicidio es un tema que siempre me pega. He estado a las puertas del suicidio. Conozco el rostro de la tentación de morir y me he dicho las muchas razones, todas ellas válidas y ciertas, para hacerlo. Y puedo entender cómo es que muchos lo consideran una cobardía, una salida fácil. Pero toda persona que crea eso, está equivocada. Ni es cobardía, ni es una salida fácil, pero sí puede verse y sentirse como la única opción. 

Una de las razones para que algo así suceda -aclaro que no es la única ya que la problemática del suicidio es multifactorial y complejo y no puede reducirse a una única razón-, es la falta de flexibilidad en el pensar y sentir. En lo que fue mi última crisis, el mundo se me desquebrajó y me fue muy difícil mantenerme de pie y andando. Ya en terapia y con tratamiento médico, comprendí: “había puesto todos los huevos en una sola canasta”, es decir, consideré que mi vida dependía de una sola cosa que le daba sentido, algo demasiado inestable como para poder ser la razón de una existencia. En corto, en algún momento de mi vida y con el fin de tener “algo” por qué vivir, perdí flexibilidad. 

Aclaro que no hablaremos ni de los huevos ni de la canasta. Mi situación no es de interés aquí, pero definitivamente mi falta de flexibilidad contribuyó a que yo no contara con herramientas para enfrentar esa crisis de una manera más sana. Porque eso también es algo que hay que comprender, las crisis forman parte de la vida, no hay manera de escapar de ellas, pero sí podemos prepararnos mejor para enfrentarlas.

Hablemos, entonces, de ser flexibles. Ajitofel había jugado un papel demasiado importante, demasiado central, demasiado relevante: su palabra era palabra de Dios. ¿Conoces a personas que te hablan de la palabra de Dios como si fuera una regla que si se te ocurre romper vas a terminar en el infierno?

Yo me acuerdo mucho de cuando hice mi primera comunión y unos días antes nos llevaron con el padre a confesarnos. Era un padre muy viejito, muy enojón, muy… vaya, daba miedo el señor. Bueno, pues cuando me tocó confesarme, lo hice, me escuchó con algo de prisa e impaciencia, y ya para terminar me pidió que dijera el “Señor mío Jesucristo”, una oración, de todas las oraciones que tuve que aprender, que nunca logré aprenderme bien. Así que empecé a recitarla y me brincaba partes, y titubeaba, y volvía a empezar. El viejito me dio una regañada de aquellas que te hunden en el infierno y te queman por dentro. Ante sus ojos, el no saberme el Señor mío Jesucristo era peor que todos los pecados que le había confesado y que todo lo que pudiera hacer el resto de mi vida. Salí de ahí sintiéndome el ser humano más desgraciado, estúpido y malvado que pudiera existir. 

Confesarme desde esa primera experiencia, se había convertido en un horror. Y en aquel entonces era de ley que te pidieran que recitaras el Señor mío Jesucristo cada que te confesabas. Yo siempre iba con miedo y nunca me confesaba de frente, siempre detrás del confesionario para que pudiera murmurar la oración en lugar de que decirla de cara y abiertamente. 

Lo más sencillo, supongo, era aprenderme la oración, pero nunca pude. Y de verdad lo intenté, pero esa oración nunca pude aprendérmela. A la fecha, no me la sé. Sé todo lo que dice, y te la puedo explicar, pero las palabras exactas no logro retenerlas. ¿Por qué? Creo que una parte de mí, la más sana, se ha negado a intentar ser perfecta y rechaza la idea de aprenderlo de memoria, además, esa oración asegura que merezco las llamas del infierno por ser una pecadora, y pues no. No soy perfecta pero no por eso merezco quemarme eternamente. Me gusta pensarlo así: mi lado más sano se niega a ser perfecta. Ya no me importa aprenderla.

Pero me tomó años comprenderlo y aprender a ser más flexible. De modo que así pasé mi niñez, adolescencia y temprana juventud: temiendo confesarme. Hasta que un día, un padre en confesión me pidió que dijera la temida oración. Yo empecé: Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero… me duele de todo corazón… murmullos y murmullos y murmullos… Esa era la estrategia que seguía: murmurar. El padre me detuvo, y me dijo: «No te la sabes, ¿verdad?» Le confesé que no, llena de vergüenza, segura de que me regañaría, y a mis veintitantos años me sentí una niña de 8 llena de miedo. Me dijo, con lo que me pareció la voz más dulce del mundo: «Repite después de mí… Señor Mío Jesucristo…» 

Ese padre, cuyo nombre desconozco, es una de las bendiciones más grandes de mi vida. Ese padre, tomó la mano de una niña de 8 años que había vivido más de una década con miedo por no ser perfecta y tener la capacidad de responder correctamente a todo lo que se le pedía, y la guío paso a paso hacia el perdón. Yo sentí que me ayudó a cruzar un río aterrorizante, frío y profundo, que nunca me había atrevido a cruzar después de ese primer intento y fracaso. Lo cruzamos brincando de una piedra a otra, y cada piedra era una palabra que no podía decir, y que, con su paciencia y cariño, pude decir. Fue la primera vez que me sentí verdaderamente perdonada. Lloré mucho ese día. Eso no significa que empecé a ser flexible inmediatamente. No. Me tomó mucho tiempo, aún hoy trabajo en eso. 

No seamos inflexibles y no coloquemos todo nuestro ser en una sola canasta. Porque el día que nos quiten esa canasta o que fallemos y rompamos un huevo o dos o cinco, ese día nos sentiremos tan insignificantes y sin sentido que no podremos encontrar otro camino que la muerte y el olvido. 

Y no hablo sólo de un suicidio. Nos ahorquemos o no, algo morirá en nosotros y seremos seres sumergidos en la tristeza de la exigencia incumplida. El sentido de nuestra vida no es cumplir con expectativas, es vivir. Y vivir es equivocarse. Comparte con Dios tus errores y equivocaciones, tus fallas y tus defectos, tus complejos y tus angustias. Verás que encuentras mucha más tolerancia de la que mucha gente te dice que hay. Y más importante aún, encontrarás el deseo, la fuerza y el modo de mejorar. Dios se las ingenia para ayudarte, así que déjate ayudar. Por eso Jesús nos insistía: “Arrepiéntete y creé en el Evangelio”. No porque te vayas a ir al infierno, sino porque hay un cielo de posibilidades cuando reconoces tus fallas y pones tu ser en manos de un Dios que abarca todas y aún muchas más de las que puedas imaginar. En Dios y con Dios, hay mucho espacio para mejorar. Mucho. 

Jesús, mi Amor, mi dulce Amor, gracias por hacerte presente en aquellas personas que con ternura nos ayudan a identificar nuestros errores y a corregirlos con paciencia. Permítenos aprender de ellos y darle a quienes nos rodean la seguridad del amor y el acompañamiento, pase lo que pase, hagan lo que hagan. Sé que se dice fácil, pero a veces dar esa paciencia cuando no somos flexibles ni con nosotros mismos es muy difícil, de modo que enséñanos a querernos así, imperfectos, para que podamos alcanzar con humildad la perfecta misericordia que nos brindas y llenemos nuestros errores con el acierto de Tu amor. Gracias mi dulce Bien, mi Vida, mi Amor. Te amo.