domingo, 30 de septiembre de 2018

Por favor, no me sueltes



“Ajab hizo lo que es malo a los ojos de Yavé y fue peor que todos los reyes anteriores.” 1 Re16, 30

En los capítulos 15 y 16 de 1 Reyes se describe una sucesión de reyes, que, salvo un caso -Azá, rey de Judá- dejó mucho que desear en lo que a líderes de un pueblo se refiere. 

Historias de traiciones, excesos, muertes, imposiciones, abusos, en fin. Nada que no relacionemos ya con un “Juego de Tronos”. 

Inicié esta oración un viernes muy temprano, como siempre, pero después de escribir “Juego de Tronos” (Game of Thrones, una de las mejores series sobre lucha de poder y reyes, reinas, dragones y hasta seres no vivientes), me quedé en blanco. Hoy es domingo y he tenido un fin de semana... complicado.

No sé mucho sobre el “juego de tronos” -ni en la serie, ni en la vida real. El juego de poder no es mi fuerte. No tengo poder. Nunca lo he tenido. Y ahora sé que nunca lo voy a tener. 

Puedo decir que he sido una líder, y finalmente soy maestra, así que sí tengo experiencia de estar frente a un grupo de gente, pero no he tenido “poder”. No soy una maestra “poderosa”. 

En una de las últimas juntas con colegas y coordinación de secundaria, por ejemplo, hablaron de “exigir” a los muchachos, sobre todo a un grupo en especial, que entre clase y clase no se salieran del salón. Yo sólo atiné a decir: “¿Pero se dan cuenta de lo amontonados que están, de lo kinestésicos que son (tienen necesidad de moverse)? Son demasiados alumnos para ese salón, están casi uno encima del otro y necesitan espacio. Yo me siento abrumada ahí, y sólo estoy unas cuantas horas. Hay que dejar que se estiren, aunque sea un minuto en lo que sale y entra un maestro.”

Esa soy yo. Antes de imponerme y decirles: ¡No pueden salir! Me pregunto: ¿qué necesitan, por qué quieren salir? Y en la medida de lo posible trataré de dárselos. Prefiero llegar a acuerdos, hacer compromisos, antes que negarle algo a alguien sólo porque “quiero que estén en su lugar”. 

La verdad es que quiero decir que mi estrategia funciona mejor, pero no. Los mexicanos, y eso sí es algo muy nuestro, no tenemos una mentalidad de honor y cumplir con nuestra palabra, sino una mentalidad de “te voy a ganar”, o, en términos coloquiales: “el chingón soy yo”. De modo que, de lo que se trata es de chingarte al otro y que el otro se chingue. (Para conocer más sobre las chingaderas de las que somos capaces y de las que nos urge tener consciencia, recomiendo leer “El Laberinto de la Soledad” de Octavio Paz.) Así que muchas veces los acuerdos y compromisos a los que llego con mis alumnos, no siempre se cumplen. Debería imponerme, pero eso me cuesta. 

Sobra decir que las demás maestras dijeron que no había que dejarlos salir. Así que a partir de la próxima semana tendré que tratar de controlar a un grupo de adolescentes deseosos de moverse, poner cara de ogro y negar lo que a todas luces necesitan. Pero bueno, donde manda capitán no gobierna marinero. 

Y hay que aceptarlo, yo soy marinero. Y ya quedó claro que nunca seré capitán. ¿Me hubiese gustado serlo? Pues, la verdad no es algo que he buscado, pero no haberlo buscado ni haber trabajado para ello me ha costado una y otra vez ser echado por la borda. ¿Por qué? Porque soy la clase de marinero que no se queda callado. Si algo me parece un abuso, lo digo. Si algo me parece una arbitrariedad, lo digo. Si algo me parece que está mal, lo digo. Y no hay capitán que soporte a un marinero que hable y diga: esto está mal. 

Así que, llegado el momento, siempre ha sido más sencillo tirarme por la borda que dejarme guiar el barco, vaya, a veces ni participar porque yo soy “negativa”. Ahora, uno piensa: “es mejor vivir con mi integridad que vivir para justificar abusos.” ¿No? Eso es lo noble. Pero es inefectivo e insuficiente. Esa también es una realidad. ¿Realmente crees que puedes sobrevivir en el mar, solo, sin ni siquiera una barca que te sostenga? Bueno, podría suceder, pero es difícil. Solos no podemos hacer mucho, por eso es esencial que busquemos crear comunidad, pero si los líderes de las “comunidades” (léase organizaciones) nos avientan por la borda una y otra vez, a los que son como yo, y somos muchos, ¿qué nos queda? 

Entonces, este fin de semana he tenido que aceptar varias cosas: soy marinero, me gusta estar entre marineros, nunca seré capitán, y ya he estado suficiente tiempo en el agua, sola, con tiburones rondándome, como para querer arriesgarme a volverme a subir a un barco donde no tendré poder y eso me deja a merced de quienes sí lo tienen. Capitanes empeñados en quitarte el brillo y colocárselo encima para brillar ellos. Tus logros no serán tuyos, sino de ellos. Tu esfuerzo no es tuyo, sino que es la oportunidad que ellos te dieron. Tu valor no es tuyo, sino un valor agregado que ellos te dan y que existe sólo en la medida en que ellos te permiten existir en su organización. 

Como me lo dijo una “jefa” en una ocasión: “¡Allá afuera hay un montón de gente que tiene hambre y que está dispuesta a hacer lo que sea para ganar lo que yo te doy, así que, si no te gusta, vete!” Bueno, pues no estuve dispuesta a hacer lo que sea (y lo que se me pedía era mentir), de modo que lo hice. Me fui. 

Pero no siempre tienes esa posibilidad. Un “¡vete!” puede ser mortal y puede implicar perderlo todo. En el “Juego de Tronos” el honor, el amor, la palabra, no tienen valor (quienes conozcan la serie recordarán a 'Ned' Stark, cuyo honor y nobleza de corazón lo llevó a buscar hacer lo correcto, pero no llegó ni al final de la primera temporada, y el "rey" que era un niño mimado, sádico y cruel, lo mató de inmediato... ¡Puff! ¡Qué golpe!). 

En un "juego de tronos" lo importante es ganar y se gana cuando nadie tiene el valor, o, mejor dicho, la valentía de cuestionarte. A esos capitanes les encanta creer que eso es respeto, pero eso no es respeto, es miedo. Claro que desde su “trono”, eso es ganar. Y en un “juego de tronos” ganar es todo. 

Jesús, me tomó mucho tiempo y esfuerzo escribir esta oración. Me implicó enfrentarme a una realidad desoladora: nunca tendré poder. Nunca estaré en una posición en la que pueda cambiar nada, y la mayor parte del tiempo no seré escuchada. Por ahora, lo que necesito hacer es seguir nadando. Como dice Dory, la pez olvidadiza de la película “Buscando a Nemo”: “Nada-haremos, nada-haremos.” 

Claro que no soy pez, y nadar también cansa. De modo que Jesús, ayúdame a aceptar esto que soy, y por favor, con todo y que estoy dispuesta a nadar, dame una barca. Sólo una barca. Mira, no pido mucho. Sólo un refugio donde pueda descansar mis brazos y pueda alejarme de tanto tiburón, porque a veces siento el deseo de dejar de bracear y dejar de patear tiburones. A veces tengo el deseo de sumergirme y respirar profundo el agua salada que me rodea y no volver a exhalar. 

No lo voy a hacer. Ya quedamos en eso. Pero Jesús, necesito una barca, un refugio. Un lugar donde “ser yo” no sea un pretexto para “no ser bienvenida”, a menos, por supuesto, que esté dispuesta a hacer y ser sólo lo que el capitán diga. Y necesito valor para intentar buscarlo, porque la verdad, he encontrado más tiburones en las embarcaciones que en el agua… 🤣💦🤣💦🤣💦  jajajajajajajajaja. Okey, tienes razón, no se vive tan bien aquí en el agua, pero se vive, y mientras haya vida hay esperanza. No se me había ocurrido verlo así. Jajajajajajajaja 🤣💦🤣💦🤣💦… 

Okey Jesús, entonces ayúdame y hazme caminar sobre este mar. Vamos, dame la mano y no me sueltes que ya sabes lo fácil que es dejarnos arrastrar por corrientes de tristeza y soledad… 

Gracias. A caminar entonces. Te amo. No dejes de amarme y no me sueltes, por favor, no me sueltes. 






jueves, 27 de septiembre de 2018

¿Por qué te haces pasar por otra?





“Le quité el reino a la casa de David para dártelo a ti. Pero tú no has sido como mi servidor David, quien cumplía mis mandamientos, caminaba con todo su corazón, siguiéndome, y hacía lo que es recto a mis ojos.” 1 Re 14, 8

David no era perfecto, pero escuchó y se dio cuenta de sus errores, e hizo lo que pudo para corregirlos. Es así de sencillo y difícil: escuchar, tomar conciencia, asumir el error, y actuar de tal forma que el error se corrija en la medida de lo posible.

El mensaje de la cita, transmitido a la mujer de Jeroboam (rey del pueblo del norte y constructor de ídolos, con el fin de dalre al pueblo algo que llene sus vacíos de fe), se le dijo a esta mujer sólo después de que se le preguntó: “¿Por qué te haces pasar por otra?” (1 Re 14, 6b). Y es que ella, para ira a consultarlo, se hizo pasar por otra mujer. 

En otras palabras, no hay verdad que pueda rebelarse a quien no es sincero.

Hace falta sincerarnos con nosotros mismos, quitarnos las máscaras, dejar de pretender que tenemos buenas intenciones. A veces no las tenemos, y Dios no espera que así sea, espera que puedas aceptarlo. Que no te laves las manos, que no le digas: “yo nunca te negaré.” No hace falta engañarlo. Y no porque se vaya a enojar. Simplemente, Dios no puede trabajar con la mentira. La mentira no es manejable porque no es real.

Cuando un maestro pregunta, ¿quedó claro? Y todos dicen “sí” por darle al maestro el “sí” que piensan que quiere y evitarse la pena de hacer un verdadero esfuerzo por comprender, en realidad han hecho mucho daño.

Ese maestro no podrá hacer nada por ti. Y aquí podríamos pensar que el único afectado es el alumno que no toma consciencia de sus limitaciones y no hace nada por reconocerlas. Pero no, porque la calificación baja o el desempeño pobre de uno, atrasa la dinámica de todo el grupo, y si son muchos los que hacen lo mismo, se pude terminar el curso en su totalidad y hubo tantas lagunas que nadie podrá pisar tierra firme en un examen, y peor aún, en el mundo real, donde harán exactamente lo mismo: decir que sí saben, cuando no saben. Tener la buena intención de aprender no basta. Hace falta reconocer que no comprendo y actuar en consecuencia.

Por desgracia, esta tendencia a engañarnos a nosotros mismos con tal de guardar apariencias o no hacer el trabajo real, el que implica una toma de consciencia que nos lleve a verdaderamente cambiar y madurar, es cada día más fuerte y se hace cada vez más grande. Vivimos para las apariencias, y en el mundo ilusorio de la apariencia, no hay mucho campo para mejorar.

Dios mío, mi dulce Bien, permítenos asumir la responsabilidad de decirnos la verdad, de reconocer el mal que hacemos, aun cuando la intención no sea mala. Ayúdanos a comprender que nuestro mundo no se define por intenciones, sino por hechos y acciones concretas y reales. Nada hace más daño que la inconsciencia. Ante el autoengaño y la mentira, estamos indefensos. De modo que ayúdanos y danos el valor de decir la verdad, por dura y triste y difícil que sea. La Verdad nos hace libres porque abre la posibilidad de tomar consciencia, y sin ese paso, nada puede cambiar. Gracias mi Bien. Te amo.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Encuentra el sabor



Aclaremos primero: Joroboam se proclamó rey del reino del norte, pues la incapacidad de Roboam -hijo de Salomón, y ahora rey del reino del sur- de cuidar de la gente y disminuir los trabajos forzados, provocó la división del pueblo de Dios. Joroboam creó entonces altares en lugares altos y se armó de sacerdotes, pues está claro que el pueblo, además de trabajos no forzados, necesita alimentar su fe. Pobre Israel, dividido entre poderes: uno que no cuida sus necesidades básicas y otro que utiliza su fe para mantenerlo en la ignorancia y el control fácil (ah, porque olvidé decir que Joroboam, además de altares, construyó becerros para darle al pueblo algo que adorar, algo que es, por supuesto, una mentira y no se acerca a la Verdad de Dios.) En este contexto, un hombre de Dios fue a buscar a Joroboam para señalar el error de construir altares falsos:

“El hombre de Dios gritó en contra del altar por orden de Yavé: «¡Altar, altar!, esto dice Yavé: nacerá en la casa de David un hijo de nombre Josías. Sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los Altos Lugares, a los que queman el incienso en ti, y se quemarán en ti huesos humanos». Y ese mismo día dio esta señal: «Esta es la señal que les da Yavé: el altar se partirá y la ceniza que está encima se desparramará».” 1 Re 13, 2-3

¿Alcanzas a ver otra Torre de Babel -señal de soberbia que busca unificarlo todo para alcanzar a Dios- que se derrumba? ¿Alcanzas a comprender la importancia de mantener los pies en el piso -olvídate ya de lugres altos y puestos de prestigio- y no creernos autoridad impuesta por Dios? ¿Te das cuenta de que siempre que queramos unificar, monopolizar, encontrar una única manera de acercarnos a lo divino, la condena será terminar adorando cenizas que se desparramarán por la tierra?

El otro día un amigo que sufre de un Trastorno Obsesivo Compulsivo estaba muy angustiado porque alguien le dijo que la manera “correcta” de orar era hablarle a Dios y pedir todo en nombre de Jesucristo. Si no se hacía así, entonces la oración no era escuchada. ¡Cuánto dolor provocamos con tonterías de ese tipo! Platiqué con él. En el poco tiempo que hablamos me di cuenta de lo inteligente que es (no se puede tener un trastorno mental sin ser muy inteligente) y del verdadero caos que una idea tan cerrada provocaba en su mente necesitada de orden, pero no un orden absurdo, sino uno que haga sentido. ¡Qué angustia se siente cuando algo no tiene sentido! Conozco muy bien ese sentir, esa desesperanza que te invade cuando todo son reglas que simplemente no cumples. Y no porque seas malo (aunque hay demasiadas personas dispuestas a decir que lo eres) sino porque no puedes. Es imposible ser perfecto.  

La realidad es esta: cada intento por unificar criterios sobre Dios y la mejor manera de acercarnos a él (religión) tiene su receta, pero no hay receta que se adapte a los gustos y necesidades de todos. Y sí, dije gustos, no sólo necesidades. Y el gusto se rompe en géneros. Así, hay quienes adoran a Dios bailando o cantando, o escriben, o leen, o buscan las congregaciones de personas o la soledad, se sienten más cerca frente a un altar, en un templo o prefieren salir a caminar al campo, incluso al desierto. ¿Sabías que los budistas también tienen un rosario, al igual que los musulmanes? En realidad, todo rosario es una práctica de meditación o contemplación, pero ninguna práctica se completa con la simple repetición de rezos. Hay que ponerle sazón, su salecita al acto. Sin ese “gusto”, ese amor, ese sabor, esa esencia que sólo es tuya, no sabe a nada, no sirve, no tiene el poder de transformar. En fin, el punto es: hay muchas recetas, pero la sal se pone al gusto, y esa la pone cada quien.

Jesús nos dijo: “Ustedes son la sal de la tierra.” Por eso, los altares de piedra, madera o cualquier otra cosa tangible se rompen y las cenizas se dispersan. No hace falta quemar incienso ni decorar mesas, hace falta poner la sal del compromiso en todo lo que hagamos. Y no se requiere tampoco cantidades exageradas. Haz lo que tienes que hacer -de todas formas, tiene que hacerlo- y pon tu ser en eso que haces. Que tus actos tengan tu firma, y que tu firma sea tan sutil como una sonrisa o una caricia sencilla pero sincera.

En inglés hay un dicho: “The devil is in the details” (El diablo está en los detalles.) De modo que te cuidado con exigir tantos detalles. Mientras más nos llenemos de detalles para “cumplir” frente a Dios -tienes que hacer esto y esto y esto y esto- más insípida es la sal porque no contiene tu esencia sino tu deseo de compensar el vacío que hay en ti, y que entregas, ese sí, a manos llenas.

Si para servir a Dios necesitas un puesto, un título, un grupo, un rosario específico, un altar decorado, un montón de flores, una veladora de tal color y perfumada de tal olor, en fin, si necesitas cumplir a detalle las muy diversas recetas que existen y no puedes tener flexibilidad ni aceptar cambios e incluso carencias, entonces necesitas cuestionarte: ¿Será que la sal que ofrezco está insípida? ¿Será que necesito justificar todo lo que no doy de mí ser con todo lo que aparentemente ofrezco?

Jesús también nos advierte: “Pero si la sal se vuelve insípida, ¿cómo podrá ser salada de nuevo? Ya no sirve para nada, por lo que se tira fuera y es pisoteada por la gente.” (Mateo 5, 13)

Ahora, no confundamos esto con una condena. Lo que Jesús nos dice es: “regresa a la sencillez de la relación”. Tira tus recetas o por lo menos no seas tan estricto en seguirlas, y simplemente relaciónate con Dios y con tu prójimo. Quítate el puesto, deja de dictar órdenes, olvídate de las formas un rato; vaya, actualmente hasta hace falta apagar el celular, la televisión y cerrar la computadora. No esperes a que te busquen, te llamen, te saluden, porque tú eres el importante aquí. Ve y busca, llama, saluda. Enfócate a simplemente existir, estar con Dios y con a las personas que te rodean. Y existe en relación, siempre en relación. La sal, la verdadera sal está en tu esencia humana, y esa no pierde sabor cuando sale de las profundidades del mar de tu ser.

Amor mío, ayúdanos a descubrir la sal (el sabor) de nuestra vida, y ser así sal para este mundo que tanto necesita darle un sabor humano a las interacciones y a nuestras vidas. Te lo pedimos desde lo más profundo de nuestro ser y con la mayor humildad que nos es posible. Gracias. Te amo.