miércoles, 31 de octubre de 2018

Coronemos el amor no el ego



“Entonces el rostro del hombre de Dios se contrajo y su mirada quedó fija, poniéndose después a llorar. Jazael le dijo: «¿Por qué lloras, señor?» Respondió: «Porque veo todo el mal que harás a los israelitas. Quemarás sus fortalezas, matarás a espada a sus jóvenes, aplastarás a los niños y abrirás el vientre a las mujeres embarazadas». Jazael le dijo: «¿Cómo podré yo, que soy menos que un perro, llevar a cabo tales hazañas?» Eliseo le respondió: «Yavé me lo ha hecho ver; te vi como rey de Aram». Jazael se despidió de Eliseo y regresó a la casa de su señor (rey de Aram). Este le dijo: «¿Qué te dijo Eliseo?» Respondió: «Me dijo que es seguro que sanarás». Pero a la mañana siguiente, tomó una frazada, la sumergió en el agua y la apretó sobre la cara de Ben-Hadad hasta que murió. Y Jazael reinó en su lugar.” 2 Re 8, 11-15

Jesús nos dice: Mira mis ojos, abramos las ventanas del cielo y sigamos caminando. Sacúdete el polvo de esta tierra y sigue. A veces, no importa cuánto quieras advertirle a alguien del mal que hace, no quiere enterarse. Y a veces, no sólo no quiere que se lo señales, sino que quiere hacerlo, así que le importa poco que se lo digas o no. Sabe muy bien lo que hace.

No nos engañemos tampoco, el mal sí existe. En todos nosotros. Y hay que vencerlo. Efectivamente es el enemigo y las luchas que hacemos con nuestra consciencia, con nuestra alma, tienen mucho que ver con ese enemigo que podemos ser para nosotros mismos.

El enemigo miente. Miente con todos sus dientes y con una enorme sonrisa. Sabe que lastima y le gusta hacerlo. Sabe que se puede colocar por encima de las circunstancias, por lo menos en apariencia, y le encanta hacerlo. Es el ego que todos llevamos dentro y que tenemos no sólo que develar y exponer ante nosotros mismos, sino quitarlo del trono antes de que destruya nuestra decencia y se coloque por encima de todo, incluyéndonos a nosotros mismos.

Porque no nos engañemos, el ego no es amor propio, simplemente porque no es amor. El ego es apariencia, es espejo vacío de sentido, y busca siempre lo bueno y bonito, sin importar que sea verdadero. No quiere ver al otro -verdadero reflejo de su ser- quiere y le importa sólo verse a sí mismo, cuidarse a sí mismo, atenderse a sí mismo. Le preocupa lo que otros ven, no lo que él ve en sí mismo.  

Este enemigo no está en las máscaras de Halloween ni en las historias de terror, esos son juegos de niños, disfraces y elucubraciones creativas para enfrentar miedos -no le den más valor del que tiene, eso es engrandecer a un demonio que termina estando en boca de todos y alimentar el miedo en lugar de ser la enorme broma que es.

El enemigo está en el ego, la apariencia, lo que queremos lograr, aunque no sea totalmente nuestro, aunque tengamos que arrebatárselo a alguien más. El ego se alimenta de la realidad que le roba a otros para colocárselo encima como un trofeo propio. El ego es el enemigo más grande y más peligroso que tenemos.

Jesús, no permitas que nuestro ego nuble nuestra razón, nuestra entrega y nuestra consciencia. Oblíganos a sentir el daño que nuestras acciones causan, antes de hacerlas, no después, no durante, antes. Ablanda nuestro corazón, y sánalo de toda coraza creada para evitar ser lastimados, y por ende, no ser capaz de empatizar nuestro sentir con el sentir del otro. Ayúdanos a reconocer los daños que hemos sufrido para que nuestro ser se haya convertido en ese muro de piedra que aparentamos ser.

Comprendo que ser tratado como “menos que un perro” puede llevarnos al extremo del coraje. Así se define a sí mismo Jazael, ¿lo notaste? Recibir ese trato puede incluso llenarnos de odio. Pero es completamente necesario enfréntanos a esta realidad con tu mirada, Jesús, en nuestros ojos de por medio, para que podamos comprender que eso es precisamente lo que necesitamos evitar: tratar como menos que un perro a los demás.

Que la experiencia del dolor nos lleve a buscar el bien, no el mal. Que la experiencia del sufrir nos de el valor de mirar a la maldad a la cara y decirle: “No. Elijo lo correcto, no lo que me conviene, me exenta y me coloca por encima de los demás. Elijo hacer lo correcto.”

Padre nuestro, no nos dejes caer en tentación. Te lo pedimos por tu Hijo y por tu Espíritu, y bajo el amparo de nuestra Madre, mujer de agallas, mujer dispuesta a decir sí a lo correcto y abrirle las puertas al amor y la entrega total, con todo el mal y el dolor que eso le provocó y trajo a su vida. Danos las agallas de decir sí a la Verdad, la Vida y el Amor. Y recibir con ello la coronación que de nuestro corazón y no la exaltación de nuestro ego. Gracias, mi Bien. Te amo. 





martes, 30 de octubre de 2018

Sobrevivir



“Eliseo dijo a la mujer cuyo hijo había resucitado: «Levántate, sal con tu familia e instálate donde puedas, porque Yavé mandó que venga el hambre a este país y ya llegó. Durará siete años.” 2 Re 8, 1
El resto de los versículos hasta el versículo 6, hablan del regreso de la mujer de su exilio y de cómo se le devolvió todo lo que le pertenecía, pues así lo ordenó el rey: “«Haz que devuelvan a esta mujer todo lo que le pertenece, como también las ganancias de su campo desde el día en que dejó este país hasta ahora».”

Pero lo relevante no es lo que se le devolvió, aunque es sorprendente que se le haya devuelto algo. El mundo no suele funcionar así. Como decíamos cuando éramos niños: “El que se fue a la villa perdió su silla”. Y el que se fue, aunque regrese, generalmente no vuelve para ser recibido, sino para empezar de nuevo.

Lo relevante, lo maravilloso, lo especial aquí es que Eliseo cuidó de ella y su familia, y con bondad le dijo: “Aquí no habrá nada para ti por ahora. Es mejor que te vayas y cuides de ti y los tuyos.”

Tengo que aceptar que a veces simplemente no hay nada para nosotros. No lo hay. Puedes pedir, puedes suplicar, puedes gritar, puedes intentarlo una y otra y otra y otra vez, y no habrá nada. En esos casos: escucha a Eliseo y vete donde puedas ser, hacer, vivir, sentir, incluso sólo sobrevivir. Y por favor, no escuches a quienes te critican diciendo que la vida hay que vivirla, no sobrevivirla. Personas que minimizan tu sentir o que aseguran que lo tuyo es puro cuento. Si las escuchas y te juzgas con su mirada, te quedarás sin el alimento del aliento del otro, y eso es lo que necesita tu alma: aliento. A veces, lo que hay que hacer es sobrevivir, no quedarte donde te quieten hasta lo que no tienes.  

A veces me imagino que las personas al escucharme hablar de “sobrevivir” me han de ver con cierto recelo: ¿Sobrevivir qué? Si lo tiene todo: Una familia que te ama, una casa, un auto, un trabajo muy gratificante, hasta cuatro perros y dos gatos. Sobrevivir es una palabra demasiado grande para tan poca cosa como una depresión o ansiedad. ¿De qué puedes estar deprimida?

La verdad es que miro todo eso que tengo hoy, especialmente mi familia, mi esposo y mi hija, y agradezco con toda mi alma que en el pasado haya también sobrevivido, aunque haya tenido que renunciar a todo lo que, aún pudiendo ser mío, tuve que dejar atrás para mantenerme viva.

Desear sobrevivir me ha capacitado para hacer frente a situaciones que a otras familias las habrían destruido. Sobrevivir nos ha llevado, a mi familia y a mí, a hablar con la verdad y reconocer la manera en que podemos ayudarnos. Nos ha llevado a encontrar nuevas formas de relacionarnos y aún nos enseña todos los días que siempre hay otra manera de hacer las cosas y que vale la pena explorar posibilidades. Sobrevivir no es negar lo que tienes, al contrario: es reconocer exactamente lo que tienes, y trabajar con eso para crear una vida que valga la pena vivir.

Sobrevivir es mucho: es renunciar, es sufrir, es vivir como exiliado, es quedarte solo y volver a empezar de cero, a veces incluso con menos que cero. Es enfrentarte a nuevas ideas y tener que obligarte a estudiar nuevos idiomas -una nueva manera de ver las cosas, reaprender a vivir bajo otras normas y políticas. Sobrevivir es muchas veces perderlo todo -porque a veces todo lo que vives y te enseñaron a vivir es una mentira, en el peor de los casos, y en el mejor, simplemente ya no es para ti. Sobrevivir es perderlo todo, menos la vida.

Si yo te contara las cosas que he tenido que dejar ir: sueños, habilidades, trabajos, relaciones, intenciones, deseos, todo eso de lo que está hecha la vida, todo eso que alimenta la voluntad. Sobrevivir es aceptar la realidad que tienes, y no las fantasías con que estamos acostumbrados a vestir nuestras vidas y enseñarle al mundo nuestros logros -a veces vacíos de todo significado y amor.

Sobrevivir, es decir “hoy no puedo”. Es levantar las manos y rendirte, consciente de que lo mejor que puedes hacer es eso, aunque implica romperte el alma y dejar todo lo que amas atrás.

Claro que para muchas personas nosotros, los que hemos deseado morir, nuestro encuentro con la muerte y necesidad de sobrevivir es una fantasía inventada por nuestra interpretación de las cosas. Incluso, para nosotros mismos, el absurdo de la situación es muchas veces lo único evidente, lo cual nos sumerge aún más en la desesperación.

Y, sin embargo, todo eso que nos sucede dentro, es también real. Aceptarlo como real es fundamental. Realmente no habrá avance mientras sigas pensando que te lo estás inventado, y mientras quienes te rodean y son significativos en tu vida sigan tratándote como un loco o un enfermo mental -con toda la carga que ser enfermo y, además, enfermo “mental”, implica.

De hecho, no somos enfermos mentales, somos personas que sufrimos un trastorno mental y estamos luchando con él. Cada día es una lucha, lo reconozcan o no los demás. Pero si lo que quieres hacer es sobrevivir, vale gorro lo que piensen los demás. Duele mucho que no lo vean pero que se queden ellos con sus definiciones limitadas. Tu tienes que ir más lejos. Tienes que estar “sobre” o por encima de las circunstancias para que logres vivir.

Sobrevivir es aceptar la realidad y trabajar con lo que hay. Es ser lo que eres, poder lo que puedes, y tener lo que tienes. Ni más, ni menos. Para sobrevivir hay que empezar por reconocer que “no puedo”, y eso cuesta muchísimo trabajo, sobre todo cuando siempre has podido, y de repente, ya no. Sobre todo, cuando tienes lo que parece una vida dedicada a algo y de repente, ya no eres válida por “inválida”.

Cuando vi la película “Náufrago”, protagonizada por Tom Hanks, lo vi inmediatamente: eso es sobrevivir. Esa película es una hermosa y a la vez muy cruda y extrema analogía de lo que es salir adelante con la depresión a cuestas. Es casi un instructivo, si sabes leerlo. La recomiendo ampliamente. Pero no veas la historia nada más, ve los hechos tratando de imaginar que todo lo que sucede ahí forma parte de tu mundo interior. Vives en una isla aún cuando estés rodeado del mundo. Quizá comprendas lo que es sobrevivir para muchas personas, lo difícil que es y la enorme soledad que te invade. Quizá incluso llegues a comprender lo necesario que es aprender a vivir eso que vives para buscar recursos y desarrollar habilidades que necesitas desde esa realidad interior, y no desde la realidad que el mundo te impone o que todos te dicen que tienes que tener. Quizá suceda aún más, y llegues a reconocer la dignidad que tenemos las personas con trastornos emocionales y mentales, y puedas incluso aplaudir el enorme esfuerzo que hacemos todos los días por sobrevivir.

Y quizá, el milagro suceda y comprendas que realidades internas tenemos todos, y todos hacemos lo mejor que podemos para vivirlas. Algunas de esas realidades son más extremas que otras, pero todas son realidades, no loqueras, no inventos, no interpretaciones: realidades que necesitamos aprender a vivir para sobrevivirlas.

Eso último sería un verdadero milagro, porque la realidad es que son contadas, si no es que nulas las personas que van a asumir tu realidad. Esa realidad interior es tuya y de nadie más, y hay que aprender a vivir con la realidad que tienes. Eso implica redefinir las situaciones y darles dignidad, incluso cuando sea difícil encontrarla. Pero ese no es el milagro. El milagro sería que todos aprendiéramos a ver las realidades de otros, para ayudarlos como merecen ser ayudados: con dignidad y sin juicio.

Hoy ya no me siento mal por sobrevivir, pero he pasado la vida entera redefiniendo eso que hago -sobrevivir- como algo digno y valioso. Y en cada recaída tengo que volver a hacerlo: valorar el esfuerzo hecho, aunque parezca que no hay esfuerzo que valga ni acción que cambie la realidad que vivo, y que el mundo se empeña en señalar que es “nada”. “No tienes nada”, me dicen.

Hoy, para mí, sobrevivir es elevar el espíritu sobre la vida que me tocó vivir, ampliar mi visión de las cosas y aprender a ver no sólo lo inmediato, sino lo que hay debajo, dentro y más allá de lo evidente. Es dejar de ser mariposa y atreverme a desarrollar alas de águila, para poder así sobrellevar las cosas desde la perspectiva del espíritu y no desde la realidad de la carne. Y es más aún. Es saber que eso soy: un águila. Aun cuando todos -incluyéndome- ven en mi a una mariposa de alas rotas -débil, frágil, vulnerable- o una polilla -obscura y fea-, y aun cuando te crean incapaz de volar alto y lejos, aun así, en mi interior soy un águila. Y las águilas vuelan alto y vuelan lejos.  

Gracias Dios mío por acompañarme en cada naufragio vivido y ayudarme en cada ocasión a elevar mi espíritu para sobrevivir. Con todo, te pido que me saques a flote de esta isla desierta y me envíes las manos amigas que necesito para salir adelante. Te lo pido en el nombre de Jesús, Hijo Amado, Verdad Realista, Sabiduría Humana, amigo y confidente, Cristo que acompaña, Cristo que ama, Cristo que transforma. Gracias Dios. Te amo. 

Trailer de "Náufrago"