“Así pues esos pueblos (samaritanos), si bien temían a
Yavé, servían también a otros ídolos, y sus hijos y nietos actúan hasta el día
de hoy como lo hacían sus padres.” 2 Re 17, 41
Es en este capítulo que se comprende por qué los
samaritanos no eran considerados verdaderos judíos. Ellos fueron conquistados
por extranjeros que trajeron sus costumbres y creencias consigo, y se mezclaron
con las del pueblo de Samaria (israelitas del reino del norte). En Samaria,
entonces, los sacrificios eran para dioses extranjero y para Yavé, considerado
el dios del lugar y por ende, uno más entre los dioses.
Esta cita, nos explica el comentario de la Biblia
Latinoamericana, destaca las exigencias de la fe:
·
“No basta honrar a Yavé junto con otros dioses. El es
el único, y pide que el hombre destruya todos los dioses que se forjó.
·
“No basta con ofrecer sacrificios a Yavé, es preciso
cumplir su voluntad.”
Por eso, los samaritanos no eran bien vistos por los
judíos. A su entender, ellos hacían sacrificios en los lugares altos no en el
templo, ese simple hecho era para los judíos no cumplir la voluntad de Dios, y
peor aún, seguían a otros dioses.
Y sin embargo, dos de las enseñanzas más hermosas que
nos dio Jesús, las dio a través de samaritanos: el “buen samaritano” (Lucas 10,
25-37) nos enseña quién es nuestro prójimo, y durante la conversación con la
mujer samaritana a la que le pidió agua y le ofreció vida eterna (Juan 4, 5-43),
nos asegura que ha llegado la hora en la que se dejará de honrar a Dios en
montes y templos, pues ya es momento de adorar con “espíritu y con verdad”.
El Espíritu y la Verdad que Dios es, creo firmemente,
no tiene doctrina ni religión, porque es mucho más amplio que todo intento por
contenerlo y explicarlo. Eso no implica que no ame mi Iglesia Católica, significa
que comprendo que, como iglesia y doctrina, no todo en ella es perfecto, y que hay
tradiciones y posturas que ya no responden a la señal de los tiempos. Haríamos
bien en discutirlas al menos. Pero ahí sí debo decir que para nosotros, los
Católicos, hay cosas que no pueden ni siquiera discutirse. Además, estoy
consciente de las muchas diferencias que incluso dentro de nuestra iglesia
existen. Porque no es lo mismo ser Franciscano, Diocesano, o Legionario de
Cristo, entre tantos otros.
También creo que no hay que confundir el sincretismo
religioso con la fe y la obediencia a Dios. El sincretismo religioso es un
intento de conciliar doctrinas distintas dando un nuevo sentido a prácticas y
tradiciones culturales difíciles de ignorar, precisamente porque forman parte
de la cultura, el sentir y la esencia de un pueblo.
La virgen María sabe y comprende mucho de esto. ¿Qué
madre no comprende que cada uno de sus hijos es diferente? Por eso tiene tantas
“advocaciones”, es decir formas, imágenes, representaciones, y todos reflejan
algún misterio, don o atributo. La intención es resaltar la cualidad, meditar
sobre ella, pero hacerlo a través de símbolos que sean significativos para cada
pueblo, cada tradición. Cuando yo explico las advocaciones de la Virgen María
lo explico así: Los niños aman a su mamá y si una madre tiene, digamos, tres
hijos, cada uno de ellos, en algún momento, la va a dibujar -porque así es como
los niños te dicen que te aman: te dibujan. Y cada uno la va a dibujar
diferente, pero es la misma mamá. Eso forma parte del sincretismo.
Pero no se debe confundir esta, muy natural, manera de
expresarnos con tener ídolos. Los ídolos no siempre están en altares físicos. Los
ídolos son mucho más sutiles y roban nuestro corazón y nuestro actuar. Poner
como prioridad aquello que se idolatra. Por ejemplo, darle prioridad al trabajo
y el dinero, en vez de valorar el tiempo en familia es exaltar a un ídolo y
dejar de atender el amor. Porque la importancia está más en el “cumplir” o
“ganar” que en responder a la necesidad humana de nuestros seres queridos. Eso
es sacrificar el amor.
Esto lo he aprendido a la mala. En algún momento de mi
vida una terapeuta me dijo: ante la depresión, la acción. Así que mi modus vivendi pasó a ser el trabajo. Vivir
era sinónimos de trabajar. Hoy me cuesta mucho incluso descansar si estoy
enferma. Siento que quedarme en la cama me va a llevar a no volverme a levantar
(he estado así de mal y le tengo pavor a eso; una vez que caes en ese pozo, es
complicadísimos salir).
En mi caso tampoco ha sido un asunto de ganar mucho dinero
-soy maestra, qué tanto puedo ganar-, pero eso no le da mayor nobleza al
esfuerzo al que me he sometido.
He trabajado por responder a las necesidades de todo
el mundo. Dar, dar, dar, esa era mi manera de existir, pero era una manera muy
pobre porque mis necesidades se vieron reducidas a nada. Ese dar y dar y dar
provocó que la gente empezara a creer que yo todo lo podía y a pensar que yo no
tenía derecho a pedir por mí, después de todo, dar me era fácil. La exigencia,
entonces, empezó a ser mayor y el beneficio para mí nulo. Más trabajo, más
responsabilidad, más esfuerzo, y nadie al rededor para aminorarlo. Además, en
demasiadas ocasiones sacrifiqué también a mi familia, porque para darle tiempo
a otros tuve que dejar de dárselo a quienes sí me aman y necesitan.
Y no es dónde pongamos nuestro esfuerzo tampoco. Mucho,
muchísimo de ese trabajo era para Dios -o eso creía yo- a través de una pastoral
que no tuvo ningún reparo en descalificar todo el trabajo hecho hasta entonces
cuando tuve una crisis en buena medida causada por toda esa labor que en su
momento nadie apoyó -no fue exclusivamente eso lo que provocó la crisis, pero
como todo factor, contribuyó. Mi pecado fue gritar, y grité en un momento de
desesperación, de angustia, en un ataque de ansiedad de esos que sientes que te
van a llevar a correr y plantártele en frente al primer auto que aparezca. En
otras palabras, grité para pedir ayuda, pero nadie lo vio así -imposible
culparlos, pero injustificable juzgarme sólo a mí.
Dios es amor. Adoremos el amor, fomentemos la ayuda,
alimentemos el apoyo. No descartemos a la gente. La iglesia, la escuela, el
hospital, las oficinas, incluso las cárceles y las fábricas, la sociedad en su
conjunto y con ella, su núcleo más relevante, la familia, no son empresas.
Necesitamos convertirnos en comunidades en las que la prioridad sea el ser
humano. La sociedad no es un constructo de recursos, sino una red de personas.
Dios es amor, y es en nuestros valores donde encontramos
quién o qué es ese dios que amamos. Dime qué amas y te diré a qué dios adoras.
Dime a qué le das valor y te diré qué es lo que buscas. Dime cómo tratas a los
demás y sabrás cómo y qué tanto te amas a ti mismo.
Y si llegases a descubrir que tu valor no es
precisamente el amor, eso no quiere decir que estés condenado, quiere decir que
necesitas empezar a aprender a amar.
Aprender a amar es indispensable, porque el amar no es
algo que ya nacemos sabiendo. De hecho, el ser humano es bastante egoísta y
exigente al nacer (pregunta a los padres que no logran dormir de corrido toda
la noche por las exigencias de su recién nacido).
Madurar implica aprender a amar y todo lo que eso
significa: desarrollar la empatía, comprender las diferencias, tolerar los
errores, aceptar los retos, trabajar por el bien de todos, cambiar, encontrar
nuevas y mejores formas de relacionarnos, tragarnos el orgullo, estar dispuestos
a escuchar y aceptar que quizá nuestra forma de ser y hacer no es ni la mejor
ni la única posible.
Jesús, enséñanos a amar como Tú amas. Enséñanos a ver
los ejemplos de aquellos samaritanos que no comparten nuestra fe ni nuestras
formas ni nuestras tradiciones, y sin embargo, son ejemplo y vale la pena reconocer
lo mucho que logran y lo acertados que son al hacer tu voluntad. Permítenos
tener el valor de cambiar, porque todos necesitamos cambiar algo. Todos podemos
ser un poco más humanos y un bastante más compasivos hoy.
Ayúdanos a dejar de ver las respuestas a nuestras
problemáticas como totalidades de sí o no. Entre el blanco y el negro hay
tantos matices y existen también tantos otros colores que limitarnos a un sí o
un no es una ofensa a la nobleza de nuestro espíritu, reflejo del tuyo y
miembro activo de tu Ser.
Que así sea en Tu nombre, amado Jesús, y bajo el
amparo del corazón de María, tan dispuesta siempre a abrazar a todos sus hijos
y tan capaz de ser todo lo que esos hijos necesitan que sea para acercarse a
ellos y a través de su amor presentarnos a un Padre que ama, a un Jesús que
acompaña, y a un Espíritu para el que nada es imposible. Amén.
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