jueves, 8 de noviembre de 2018

Adoremos el Amor



“Así pues esos pueblos (samaritanos), si bien temían a Yavé, servían también a otros ídolos, y sus hijos y nietos actúan hasta el día de hoy como lo hacían sus padres.” 2 Re 17, 41

Es en este capítulo que se comprende por qué los samaritanos no eran considerados verdaderos judíos. Ellos fueron conquistados por extranjeros que trajeron sus costumbres y creencias consigo, y se mezclaron con las del pueblo de Samaria (israelitas del reino del norte). En Samaria, entonces, los sacrificios eran para dioses extranjero y para Yavé, considerado el dios del lugar y por ende, uno más entre los dioses.

Esta cita, nos explica el comentario de la Biblia Latinoamericana, destaca las exigencias de la fe:

·        “No basta honrar a Yavé junto con otros dioses. El es el único, y pide que el hombre destruya todos los dioses que se forjó.
·        “No basta con ofrecer sacrificios a Yavé, es preciso cumplir su voluntad.”

Por eso, los samaritanos no eran bien vistos por los judíos. A su entender, ellos hacían sacrificios en los lugares altos no en el templo, ese simple hecho era para los judíos no cumplir la voluntad de Dios, y peor aún, seguían a otros dioses.

Y sin embargo, dos de las enseñanzas más hermosas que nos dio Jesús, las dio a través de samaritanos: el “buen samaritano” (Lucas 10, 25-37) nos enseña quién es nuestro prójimo, y durante la conversación con la mujer samaritana a la que le pidió agua y le ofreció vida eterna (Juan 4, 5-43), nos asegura que ha llegado la hora en la que se dejará de honrar a Dios en montes y templos, pues ya es momento de adorar con “espíritu y con verdad”.

El Espíritu y la Verdad que Dios es, creo firmemente, no tiene doctrina ni religión, porque es mucho más amplio que todo intento por contenerlo y explicarlo. Eso no implica que no ame mi Iglesia Católica, significa que comprendo que, como iglesia y doctrina, no todo en ella es perfecto, y que hay tradiciones y posturas que ya no responden a la señal de los tiempos. Haríamos bien en discutirlas al menos. Pero ahí sí debo decir que para nosotros, los Católicos, hay cosas que no pueden ni siquiera discutirse. Además, estoy consciente de las muchas diferencias que incluso dentro de nuestra iglesia existen. Porque no es lo mismo ser Franciscano, Diocesano, o Legionario de Cristo, entre tantos otros.

También creo que no hay que confundir el sincretismo religioso con la fe y la obediencia a Dios. El sincretismo religioso es un intento de conciliar doctrinas distintas dando un nuevo sentido a prácticas y tradiciones culturales difíciles de ignorar, precisamente porque forman parte de la cultura, el sentir y la esencia de un pueblo.

La virgen María sabe y comprende mucho de esto. ¿Qué madre no comprende que cada uno de sus hijos es diferente? Por eso tiene tantas “advocaciones”, es decir formas, imágenes, representaciones, y todos reflejan algún misterio, don o atributo. La intención es resaltar la cualidad, meditar sobre ella, pero hacerlo a través de símbolos que sean significativos para cada pueblo, cada tradición. Cuando yo explico las advocaciones de la Virgen María lo explico así: Los niños aman a su mamá y si una madre tiene, digamos, tres hijos, cada uno de ellos, en algún momento, la va a dibujar -porque así es como los niños te dicen que te aman: te dibujan. Y cada uno la va a dibujar diferente, pero es la misma mamá. Eso forma parte del sincretismo.

Pero no se debe confundir esta, muy natural, manera de expresarnos con tener ídolos. Los ídolos no siempre están en altares físicos. Los ídolos son mucho más sutiles y roban nuestro corazón y nuestro actuar. Poner como prioridad aquello que se idolatra. Por ejemplo, darle prioridad al trabajo y el dinero, en vez de valorar el tiempo en familia es exaltar a un ídolo y dejar de atender el amor. Porque la importancia está más en el “cumplir” o “ganar” que en responder a la necesidad humana de nuestros seres queridos. Eso es sacrificar el amor.

Esto lo he aprendido a la mala. En algún momento de mi vida una terapeuta me dijo: ante la depresión, la acción. Así que mi modus vivendi pasó a ser el trabajo. Vivir era sinónimos de trabajar. Hoy me cuesta mucho incluso descansar si estoy enferma. Siento que quedarme en la cama me va a llevar a no volverme a levantar (he estado así de mal y le tengo pavor a eso; una vez que caes en ese pozo, es complicadísimos salir).

En mi caso tampoco ha sido un asunto de ganar mucho dinero -soy maestra, qué tanto puedo ganar-, pero eso no le da mayor nobleza al esfuerzo al que me he sometido.  

He trabajado por responder a las necesidades de todo el mundo. Dar, dar, dar, esa era mi manera de existir, pero era una manera muy pobre porque mis necesidades se vieron reducidas a nada. Ese dar y dar y dar provocó que la gente empezara a creer que yo todo lo podía y a pensar que yo no tenía derecho a pedir por mí, después de todo, dar me era fácil. La exigencia, entonces, empezó a ser mayor y el beneficio para mí nulo. Más trabajo, más responsabilidad, más esfuerzo, y nadie al rededor para aminorarlo. Además, en demasiadas ocasiones sacrifiqué también a mi familia, porque para darle tiempo a otros tuve que dejar de dárselo a quienes sí me aman y necesitan.

Y no es dónde pongamos nuestro esfuerzo tampoco. Mucho, muchísimo de ese trabajo era para Dios -o eso creía yo- a través de una pastoral que no tuvo ningún reparo en descalificar todo el trabajo hecho hasta entonces cuando tuve una crisis en buena medida causada por toda esa labor que en su momento nadie apoyó -no fue exclusivamente eso lo que provocó la crisis, pero como todo factor, contribuyó. Mi pecado fue gritar, y grité en un momento de desesperación, de angustia, en un ataque de ansiedad de esos que sientes que te van a llevar a correr y plantártele en frente al primer auto que aparezca. En otras palabras, grité para pedir ayuda, pero nadie lo vio así -imposible culparlos, pero injustificable juzgarme sólo a mí.

Dios es amor. Adoremos el amor, fomentemos la ayuda, alimentemos el apoyo. No descartemos a la gente. La iglesia, la escuela, el hospital, las oficinas, incluso las cárceles y las fábricas, la sociedad en su conjunto y con ella, su núcleo más relevante, la familia, no son empresas. Necesitamos convertirnos en comunidades en las que la prioridad sea el ser humano. La sociedad no es un constructo de recursos, sino una red de personas.

Dios es amor, y es en nuestros valores donde encontramos quién o qué es ese dios que amamos. Dime qué amas y te diré a qué dios adoras. Dime a qué le das valor y te diré qué es lo que buscas. Dime cómo tratas a los demás y sabrás cómo y qué tanto te amas a ti mismo.

Y si llegases a descubrir que tu valor no es precisamente el amor, eso no quiere decir que estés condenado, quiere decir que necesitas empezar a aprender a amar.

Aprender a amar es indispensable, porque el amar no es algo que ya nacemos sabiendo. De hecho, el ser humano es bastante egoísta y exigente al nacer (pregunta a los padres que no logran dormir de corrido toda la noche por las exigencias de su recién nacido).

Madurar implica aprender a amar y todo lo que eso significa: desarrollar la empatía, comprender las diferencias, tolerar los errores, aceptar los retos, trabajar por el bien de todos, cambiar, encontrar nuevas y mejores formas de relacionarnos, tragarnos el orgullo, estar dispuestos a escuchar y aceptar que quizá nuestra forma de ser y hacer no es ni la mejor ni la única posible.

Jesús, enséñanos a amar como Tú amas. Enséñanos a ver los ejemplos de aquellos samaritanos que no comparten nuestra fe ni nuestras formas ni nuestras tradiciones, y sin embargo, son ejemplo y vale la pena reconocer lo mucho que logran y lo acertados que son al hacer tu voluntad. Permítenos tener el valor de cambiar, porque todos necesitamos cambiar algo. Todos podemos ser un poco más humanos y un bastante más compasivos hoy.

Ayúdanos a dejar de ver las respuestas a nuestras problemáticas como totalidades de sí o no. Entre el blanco y el negro hay tantos matices y existen también tantos otros colores que limitarnos a un sí o un no es una ofensa a la nobleza de nuestro espíritu, reflejo del tuyo y miembro activo de tu Ser.

Que así sea en Tu nombre, amado Jesús, y bajo el amparo del corazón de María, tan dispuesta siempre a abrazar a todos sus hijos y tan capaz de ser todo lo que esos hijos necesitan que sea para acercarse a ellos y a través de su amor presentarnos a un Padre que ama, a un Jesús que acompaña, y a un Espíritu para el que nada es imposible. Amén.

Te amo.

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