“Yavé, en efecto, dio este mandamiento: «Los padres no
serán condenados a muerte por los hijos, ni éstos por sus padres; sino que cada
cual será condenado a muerte por su propio pecado.»” 2 Re 14, 6 b
Esta ley forma parte de la Ley de Moisés y refleja la
intención de que nos hagamos responsables nosotros de nosotros mismos. Siempre
podremos culpar a alguien más, especialmente a nuestros padres, y con ellos, a
la sociedad de la que también somos hijos, pero nuestros pecados son nuestros,
y eso es algo enorme porque implica que nuestra salvación también.
Por eso, es tan significativo que se mencione esta ley
en un momento en el que un rey, Amasías, condenó a muerte a los asesinos de su
padre, pero no a los hijos de éstos -algo que sucedía con frecuencia. Solemos
extender nuestro coraje más allá de lo posible y conveniente, como si el mal
fuera en verdad mala hierba que hay que extirpar totalmente.
Pero la condena no siempre llega de fuera. A veces, somos
los propios hijos los que condenamos a nuestros padres, y a veces somos los
propios padres los que condenamos a nuestros hijos. Pero la realidad es que
llega un momento en que ya no puedes escudarte en tus padres ni en tus hijos.
En toda vida, llega el momento en que tienes que enfrentar tus propios demonios
y tus propios errores, y al final del día, no son de nadie más que tuyos.
Eso es muy bello. Si tu vida dependiera de alguien
más, sería muy injusto y, no sólo difícil, sino imposible. Es verdad que a
veces nadie te ha preparado para ser responsable de ti mismo, pero tener la
posibilidad de hacerlo abre las puertas a tantas otras posibilidades que son
completamente independientes de que alguien más quiera o no quiera ayudarte,
enseñarte, asumirte. Eres libre de buscar, y el que busca encuentra, y al que
llama a la puerta, e insiste, se le abre. Demuestra que quieres, se humilde,
reconoce tus errores con compasión hacia ti mismo, disponte a aprender y se flexible,
porque seguramente lo que vas a aprender rompa con conceptos preestablecidos y
aprendidos de tus padres y sociedad.
Recuerda que no estamos condenados a cometer los
mismos errores una y otra vez. No estamos condenados a ser copias fieles de los
errores de otros. No podemos lavarnos las manos diciendo que así son las cosas
y ya. Porque aún cuando los genes no se puedan negar, siempre hay algo que
hacer con ellos, siempre hay maneras de definir alguna respuesta diferente. La
sangre no es condena y finalmente, los genes cambian de generación en
generación.
La evolución es una realidad y no sólo es biológica.
Lo que hagas hoy por ti, lo haces también hoy por todas las personas que estuvieron
aquí ayer y por las que llegarán a este mundo mañana. Al responsabilizarte de
ti, respondes por toda una humanidad. En verdad que eso es enorme. ¡Somos
gigantes! ¡Todos y cada uno de nosotros, somos gigantes!
Jesús, abre las puertas de nuestra consciencia para
que asumamos las responsabilidades que nos corresponden. No nos permitas
lavarnos las manos en nuestros padres y nuestros hermanos. Ayúdanos a reconocer
nuestro actuar, lo único que podemos verdaderamente juzgar y cambiar. Gracias
por tu ejemplo y por las puertas que nos abres al darnos la posibilidad de
seguirte en el camino que tu vida ha trazado. Gracias por mantener la salvación
al alcance de todos. Bendice nuestros esfuerzos y aclara nuestra mente y
corazón, de forma que alcancemos la santidad que deseas hacer nuestra. Gracias,
gracias, gracias. Te amo.
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