“Los sobrevivientes de
Judá echarán raíces por abajo y darán frutos por arriba, porque de Jerusalén
saldrá un resto y del monte Sión, sobrevivientes. Eso será obra de Yavé Sabaot
y de su celosa preocupación.” 2 Re 19, 30-31
Como todos los días, me levanté muy temprano para
hacer mi oración. Leí, elegí mi cita y medité. Quise empezar a escribir, pero
el día me sorprendió avanzando demasiado pronto -el tiempo parece tener más
prisa según pasan los días, meses, años. Cuando me di cuenta ya urgía salir y
tuve que cerrar la computadora.
Toda la mañana ha habido trabajo. Todo ese tiempo pensé y pensé en esta cita.
Pensé en esas raíces y pensé en esos frutos. Y le pedí a Dios que me permitiera
sobrevivir. Ser de esas personas que lo logran.
Recordé una
imagen que le robé a un amigo de su muro de Facebook, y le agregué palabras para
hacerla mía. En ese momento no acompañó a ninguna oración. Fue simplemente un deseo, y simboliza todo lo que quisiera algún día ser.
Yo quiero ser este árbol, pensé.
Un árbol, caído e imperfecto, arrancado de raíz y aún
vivo, lastimado y con todo su dolor a cuestas, pero sonriente y hermoso. Yo quiero ser ese
árbol.
Hubo quienes aseguraron que el mensaje debajo del árbol
era negativo. La depresión sí tiene fondo, me dijeron. Y todos sabemos que
cuando se toca fondo, te impulsas hacia arriba. Pero hoy comprendo que hay
diferentes tipos de depresiones. Existe un episodio depresivo, que puede responder
muy bien a una buena terapia y personas que quizá un día se ven a sí mismas
derrotadas en el suelo, o tiradas en la cama, y después de unas buenas sesiones de terapia o lágrimas, o ambas, se levantan. Efectivamente, sus raíces tocaron fondo y crecieron, y
se elevaron aún más altas y hermosas que antes.
Pero hay otro tipo de depresión que no tiene fondo.
Aprendes a vivir con ella, pero no se va a ir. Incluso en periodos “buenos”
está latente. Es como tu sombra. Una sombra de la que tienes que tener
consciencia porque si te descuidas y la dejas crecer, ennegrece todo tu entorno
y tu interior.
Pero mientras más la conoces y más la conviertes en tu, digamos,
“amiga” y comprendes qué es lo que la alimenta y de qué te protege, mejor te
entiendes con ella y aprendes a dejar de buscar el fondo, no lo tiene. Lo que necesitas hacer es simplemente flotar. Esto le
ha dado un sentido nuevo a las palabras de Jesús, que confieso, no siempre
comprendí: “No resistáis al mal” (Mt 5, 39).
El árbol de mi imagen es un árbol caído que nunca se
levanto y aún así aprendió a vivir, echar raíces y crecer frondoso y bello, y
aunque sus frutos no sean evidentes o quizá no sea árbol de fruto, su presencia
es un recordatorio de que la Verdad, la Bondad y la Belleza no tienen formas
perfectas, y son capaces de romper toda concepción de sí mismas, para convertirse
en expresiones aún más sorprendentes de todo lo que simbolizan, nos enseñan y pueden
ofrecer.
Esta oración es especialmente para todos mis compañeros,
amigos, conocidos y desconocidos, que sufren y luchan todos los días con un
trastorno mental, un trastorno de sueño, o una enfermedad crónica. También es
para quienes tienen el valor de acompañarlos, porque la verdad es que casi todo
el mundo -y a veces todo el mundo- corre para el otro lado, te abandona, te
juzga, te critica y te asegura que te lo inventas, te lo provocas, o
simplemente eres una persona negativa, mal portada, terca, enojona, fea, en
fin. Eres un problema. Y hay quienes llegan incluso a ir más lejos y decirte: “Todo
es mejor sin ti”.
Jesús, ayúdanos a no resistir el mal que nos ha tocado
vivir. Ayúdanos a verlo a los ojos, reconocerlo en nosotros, aprender a
distinguir los factores que lo fortalecen -para protegernos- y las necesidades que
nos pide que cubramos para brindarnos la atención que merecemos. Porque si está
ahí, no es por nuestra terquedad, es por las carencias a las que hemos aprendido
a someternos en un esfuerzo por sobrevivir. Ese pequeño-gran monstruo que parece
dominarnos, he ido descubriendo, esconde un ser magnífico, valiente, sensible,
humano y generoso que no ha sido comprendido en su totalidad, muchas veces ni por
nosotros mismos.
Bendice a todos los que nos acompañan, dales fuerza y
valor también. Y bendice a todos los que no lo comprenden y nos juzgan tan a la
ligera. Ayúdanos a perdonarlos, porque no saben lo que hacen ni el daño que nos
infringen cuando nos señalan tan a la ligera y a partir de la superficialidad
de su mirada, que no puede ir más allá de lo evidente. Te lo pedimos en Tu
nombre y en el nombre de nuestro Padre-Madre, el Espíritu Santo que nos cubre,
y por la intercesión de nuestra Madre María, mujer pendiente de sus hijos y
cuya caridad es tan grande que supo estar a tu lado en lo bueno, en lo malo, y
en lo horrible. Te amo.
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