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El rey de Asur sitia el reino de Judá, el reino del
sur. Ezequías, rey de Israel, de Judá, manda a algunas personas a hablar con
quienes representan al rey de Asur. Se encuentran, entonces con estas palabras,
entre muchas otras de desesperanza y duda.
“¡Ezequías los engaña! Es incapaz de salvarlos de mis
manos. Que no les diga: «Confíen en Yavé, pues seguramente Yavé nos librará y
esta ciudad no caerá en manos del rey de Asur.»
“Pronto volveré para llevarlos a un país parecido al de
ustedes, un país de trigo y vino, un país de pan y de viñas, un país de aceite
fresco y de miel. Allí vivirán y no morirán. Pero no le hagan caso a Ezequías
porque los engaña diciéndoles que Yavé los librará. […] ¿Acaso pudieron los
diversos dioses de las naciones salvar cada uno a su país de las manos del rey
de Asur? Entre todos los dioses de esos países, ¿quién ha sido capaz de librar
a su país de mis manos? ¡Y Yavé va a librar ahora a Jerusalén!
“El pueblo guardó silencio; nadie le respondió una
palabra, porque el rey había dado estar orden: ¡No le respondan!” 2 Re 18, 29-30, 33 y 35-36
Las personas con poder y superioridad de fuerza,
cuando no son verdaderos líderes ni están interesados en ayudarte, siempre te
van a restregar su superioridad en la cara en cada oportunidad. Te harán dudar
de tu propia capacidad y valía. Te verán en un mal momento y señalarán tus
defectos y absurdos como hechos totales que demuestran lo mal que estás y lo
perdido que te encuentras. Es indispensable que derriben tu fe y tu amor propio
para conquistarte. Porque es lo que
desean hacer: conquistarte. Y siempre es más fácil conquistar a quien está en
el suelo y le ayudas a levantarse que a quien, aún con la derrota a cuestas y
evidente pérdida de control, no ha caído, sigue en pie y lucha, aunque sólo sea
en espíritu.
Estás personas buscan derribar no sólo un edificio ni
quitar un puesto, sino quieren acabar con todo un espíritu de vida. Por eso te
dirán que no confíes más que en ellos, si has de confiar en alguien, y que ni
Dios puede librarte de lo que te sucede. Estos hechos no sólo se dan en
extremos como lo fue sin duda el holocausto judío. Tenemos todo un sistema
social que lo refuerza y nos movemos en toda una estructura económica que te lo
grita: Dios no existe, estás a nuestra merced, y lo mejor que puedes hacer es “portarte
bien” y aceptar lo que te damos, incluso sentirte agradecido porque hay quienes
tiene aún menos.
Esta aparente ausencia de Dios es uno de los dolores
más grandes que existen, y es también una de las mentiras más absolutas que
hay.
Dios no se ha ido ni ha dejado de existir. Dios está
ahí, ya sea que estés de pie o completamente derrotado y en el suelo. Dios está
ahí y no estás solo. Por eso es indispensable que guardes silencio. No
respondas. No trates de convencer a ese monstruo de que tienes valía. No lo
convencerás. Para quienes te ven como recurso y te usa como tal, no eres más
que eso.
Guarda silencio para que logres escuchar la voz de
Dios en lo más profundo de tu ser: «Eres valioso, eres importante, eres amado,
eres necesario, eres inigualable, eres único, eres irrepetible, eres significativo,
eres valiente, eres bueno, eres la alegría de un Padre-Madre que se siente
orgulloso de ti.» Mantén esa luz encendida y escucha esa voz interior. Y
prepárate para responder. Porque vas a tener que responder, pero no con palabras
sino con hechos. La respuesta será dar ese mismo valor que has experimentado en
tu ser, a otros que como tú están caídos y no son valorados. Al reconocer tú valía,
no podrás más que darla a otros. Después de todo, no se puede dar lo que no se
tiene.
Jesús, que en nuestras derrotas tu voz resuene cual eco
en las cavidades de nuestros vacíos, y que sea ella la que llene esos espacios
sin luz, nos brinde esperanza, alivie nuestro
dolor y cubra nuestras carencias. Ayúdanos a perdonar a quienes no logran ver más
que la inmediata evidencia de nuestra derrota, cansancio, debilidad, error y
amargura. Quizá todo indique que no tenemos valor ni lograremos existir más
allá de mañana, pero incluso en la derrota y el dolor, la Vida sigue imponiendo
su importancia y resaltando la valía de los seres humanos. Y cada que uno de
nosotros reconoce tu presencia donde aparentemente ya no existe, sostiene ese
espíritu humano y lo hace en tu Nombre: Soy. Seamos pues un pueblo de Dios en
la derrota y la victoria siempre. Gloria al Padre-Madre, Hijo Amado que somos
todos en Jesús, y Espíritu Santo. Así sea. Te amo.
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