sábado, 3 de noviembre de 2018

Hacer un pacto



“Yoyada (sacerdote) hizo un pacto entre Yavé, el rey y el pueblo, para que todo el pueblo se portara realmente como pueblo de Yavé.” 2 Re 11, 17

Un nuevo rey era consagrado y se realiza un pacto para que el pueblo ya no se aparte de la voluntad de Dios. ¿Cuántas veces hemos hecho este pacto? ¿Cuántas veces decimos “ya no voy a enojarme” o "ya no voy a comer en exceso” o “ya no voy a beber cada fin de semana o diario” o “ya no voy a gritarle a mis hijos” o “ya voy a levantarme a hacer ejercicio y voy a cuidarme más”? Y tantos otros ejemplos que podemos hacer.

Y justo ahora que lo pienso, creo que el problema no es que prometamos algo y luego rompamos nuestra promesa. El problema es que muchos de nosotros hemos mal entendido lo que este pacto implica. Un pacto no es una promesa. Una promesa es casi seguro que la vas a romper en algún momento porque es fija e inflexible. Un pacto es un acuerdo y un pacto que funciona considera lo que puede salir mal en determinado momento y define lo que haremos para solucionarlo o aminorar el impacto.

Una promesa no cumple con esta característica. Cuando no cumples la promesa rompes la posibilidad de respuesta. Has fallado. Pero cuando estableces un pacto, sabes que muy probablemente algo no se pueda cumplir, pero el pacto, un buen pacto, define la respuesta que se dará en tal caso y si no existe una definición, se hace. Se busca una posible respuesta, es decir, se asume una responsabilidad y se determina una acción a realizarse para solucionar o aminorar el impacto de la falta.

“Consagrar” siempre me ha parecido una palabra muy grande porque siempre la había entendido como “promesa”. No me gustan las promesas porque sé que no siempre las he podido cumplir en el pasado y que muchas veces el cumplirlas o no depende de más factores que la pura voluntad. Así que no las hago. Pero entender la consagración como un pacto me es más sencillo y realista.

De modo que he aquí mi consagración:

Estoy de acuerdo en que seguir a Cristo es un camino que me coloca frente a la necesidad de buscar la Verdad, por dura y cruda que sea, descubrir en esa Verdad la Bondad que se manifiesta, aun cuando no sea evidente, y voluntariamente convertir esa Verdad en una Bella expresión de la Gloria que Dios es y el Amor que de esa Gloria emana.

Por lo tanto, mi camino es un paso a la vez, y cada paso se debe hacer con la confianza de que aún cuando mi andar no sea seguro -siempre existe la posibilidad de caer- sí puedo encontrar en cada tropiezo, una Verdad que me enseña a levantar la mirada y extender la mano en señal de auxilio, y eventualmente a caminar con mayor cuidado. Esta Verdad me asegura que puedo confiar en que mi Padre-Madre, Hermano y Guía, Espíritu de Voluntad y Entrega, estarán siempre dispuestos a darme apoyo y a decirme dónde estuvo el error y qué puedo aprender de ese suelo que por instantes me somete. Me dirán también qué tengo que desarrollar para fortalecer mi cuerpo y alma, porque si caigo, no es siempre por torpeza, es falta de entrenamiento.

En esas enseñanzas está la Verdad, la Bondad y la Belleza que Dios me pide que busque, descubra, defina, viva y desarrolle, de modo que me transformen y me acerque un poco más a la santidad que tiene reservada para mí -y todos tenemos la nuestra-, y que me llama todos los días a casa.  

Esa añoranza de Dios es el motor más fuerte y la razón más clara para caminar “sólo por hoy”, sólo por las siguientes horas o minutos, incluso sólo por este instante. No tengo que definirme en términos de tiempo. Dios no tiene prisa. Necesito definirme y moverme en términos de eventos, momentos, instantes. Yo sé bien que todo puede cambiar de un instante a otro. Sé muy bien que la obscuridad no tiene hora para llegar y que incluso la luz puede cegarnos en un abrir y cerrar de ojos. Por eso, necesito caminar y entrenar mi alma y cuerpo a hacer frente a este sometimiento constante de mi voluntad a lo que es e implica aceptar la Voluntad de Dios para mi vida y mi alma.

Acepto, entonces, someterme a lo que implique vivir para acercarme a ser la hija que Tú, mi Padre-Madre, quieres que sea. Acepto poner de mi parte y pedirte ayuda cuando ya no pueda. Acepto obligarme a levantar los ojos y verte para dejar que mi pecho se expanda con tu suspiro y deje de lado mi odio y mi coraje, para ser consumidos por el fuego de tu amor, que no quema.  

Y si en alguno de esos instantes no lograra levantar los ojos y suspirar Tu nombre. Te pido, Jesús, que sometas mis brazos a la cruz y en ellos claves y aplaques mis demonios, angustias y miedos, hasta que la paz de Tu Espíritu me lleve a las profundidades del infierno de mis errores y defectos, sólo para descubrir la Verdad que me libera, y al hacerlo, convertirla en nuestras lágrimas, las tuyas y las mías. Porque así de Bueno y Bello eres: me amas y si he de sufrir, no he de hacerlo sola. Tú eres quien me acompaña.

Acepto, finalmente, que cansada dormiré, sólo para despertarme y volver a empezar de nuevo, pero ahora un poco más cerca de Ti y un poco más llena de la confianza de que estás aquí y si estás, todo puede pasarme, pero nada puede destruir la Verdad que en mí vive y que tiene tu Nombre.  

Este vivir y morir diario, y hacerlo lado a lado, es nuestro pacto y mi consagración, y hoy lo compartimos con la esperanza de que seamos cada día más los que unidos te busquemos en la Verdad de nuestras Vidas, la Bondad de nuestros actos y la Belleza de la entrega mutua y sincera. Gracias mi Bien, mi dulce y tierno Bien. Te amo.




Foto tomada de: https://poematrix.com/autores/la-poeta-gotica/poemas/una-taza-de-cafe-junto-al-amanecer


No hay comentarios:

Publicar un comentario