domingo, 11 de noviembre de 2018

Dar a luz



Ezequías, rey de los israelitas del sur, mandó a decirle al profeta Isaías la manera en que el rey de Asur a través del hombre que envió, habló de Yavé y puso en duda su capacidad para defender al pueblo de Israel.

“Esto dice Ezequías: Este día es de desgracia, de castigo y de vergüenza. Los niños están a punto de nacer, pero falta fuerza para darlos a luz.” 2 Re 19, 3

Lo relevante y hermoso de esta cita es la manera tan abierta de aceptar lo negativo de la situación. Hoy en día nos empeñamos por todos los medios en evitar el dolor, la vergüenza, y no nos gusta hablar de castigos. Mejor tomar analgésicos, mejor hablar de nuestras buenas intenciones, y mejor evitar la vergüenza y buscar tener una buena imagen. Estamos tan empeñados en ser felices, y lo sentimos tanto un derecho, que se nos ha olvidado ser honestos y hemos negado nuestras responsabilidades.

Muchos de nosotros pensamos que para ser “positivos” tenemos que “evitar lo negativo”. Si algo te provoca dolor, “no pienses en eso”. Por eso, mucho de lo que hoy creemos nos hace felices son, en realidad, maneras de evitar la confrontación, de negar la verdad, y de culpar a otros. Cualquier cosa menos enfrentar nuestros propios vacíos y errores. Si me repito suficientes veces que soy feliz, lo seré. ¿En serio?

Por eso, según mi experiencia y fe, las “buenas intenciones” no son más que lindos deseos, fantasías, disfraces. Y todos tenemos buenas intenciones. Lo que marca la diferencia entre hacer el bien y hacer el mal, es finalmente lo que hacemos. Negar la verdad, evitar la vergüenza y no asumir nuestra responsabilidad, no nos lleva a hacer realidad nuestras buenas intenciones. El trabajo es hacer realidad nuestras buenas intenciones, y sin la Verdad y la honestidad, eso es completamente imposible.  

Ahora, la cita tiene una segunda parte que es igualmente bella. Nos dice que “los niños están a punto de nacer, pero falta fuerza para darlos a luz”.

Nietzsche afirma: “Quién tiene un porqué, encuentra un cómo.” ¿Cuál es tu “porqué”? Es importantísimo que te lo preguntes.

Tu “porqué” es: ¿Evitar el dolor, el sufrimiento, la pena, las consecuencias no deseadas de una sociedad que no busca el bien para todos, y de la que formas parte? ¿Es, quizá, negar tu participación en los males de este mundo? ¿Es responsabilizarte sólo de ti? ¿Es pedir al cielo “el pan nuestro” y entender ese “nuestro” como el tuyo y el de los tuyos, no el de “todos”?

O quizá tu “porqué” es contribuir a que este mundo sea un poco más humano y hacerlo en cada interacción, en cada contacto que tienes con otra persona. Eso implicará sufrir tus propios dolores y en ocasiones -quizá más de las que te gustaría-, acompañar a otros en los suyos. Eso implicará “aprender a amar”, no como tú quieres amar, sino como sea necesario. Ahora, si ese es el fin, vas a encontrar los medios. Si llamas a la puerta e insistes, se te abrirá. Si buscas, vas a encontrar.

Consideremos que este camino es el estrecho, no el amplio. Para seguirlo necesitas fuerza. Y aquí la fuerza no tiene que ver ni con resistencia ni con capacidad de cargar cruces grandes y pesadas. Aquí la fuerza es voluntad. Lo que necesitas, más que cualquier cosa, es “fuerza de voluntad”.

No es fácil seguir el camino de la cruz. No es fácil enfrentar nuestros demonios, nuestros vacíos, nuestras tristezas, nuestros pesares, y menos aún enfrentar los de los demás. Si bastante tenemos con los propios. Recordemos que, en un principio, en ese camino de cruz que Cristo recorrió no todos sus discípulos y seguidores lo acompañaron. Casi todos corrieron. Y Pedro, la piedra sobre la que Jesús edificó su iglesia, no sólo no lo acompaño, sino que lo negó tres veces. Aseguraba con toda su alma que le seguiría a donde fuera, y al verse acorralado ante la posibilidad de sufrir también, lo negó, lo negó, lo negó.

Dios nos conoce, y sabe lo difícil que es atravesar esas aguas embravecidas, ese camino de cruz, esa pena, ese dolor, esas consecuencias de nuestro actuar. Él lo sabe y por eso decidió humanizarse, dejar de ser un ser lejano, inalcanzable, y acercarse al grado de poder abrazarnos, tomarnos de la mano, llorar, y sufrir lo insufrible por nosotros, para nosotros, y, sobre todo, CON nosotros.

Pero necesita una cosa: nuestra voluntad. Sin ella, “los niños están listos para nacer”, pero no lo harán. Trabajar por el Reino de Dios, es dar a luz a nuestro niño interior, ese que es completamente vulnerable y es tan honesto que, si algo le duele, lo dice, y a veces, incluso avienta el golpe, porque le duele y se defiende. Y no lo disfraza de “buenas intenciones”. Lo dice: me dolió esto, me molesta aquello, me lastima tal cosa. Y en esa interacción entre lo que sufre, lo que aprende con ese sufrir, y lo que puede hacer diferente para no sufrir, pero también para no hacer sufrir a otros, porque ahora conoce el sufrimiento, y puede desarrollar la empatía; en ese descubrimiento de su participación en el sufrir propio y en el sufrir de los demás, ahí está la consciencia que lo convertirá, con el tiempo, en un hombre.  

Dar a luz a tal niño es imposible cuando no nos permitimos sentir y vivimos en la superficie de nuestro ser. La felicidad no es la falta de sufrimiento. La felicidad es un proceso de dar a luz y de nacer, y en ese proceso hay dolor, pero también esperanza, y alegría. La felicidad es un parto natural, no una cesárea.

A manera de paréntesis, debo decir que una cesárea, no aligera el dolor, al contrario: lo prolonga. Una mujer que da a luz de manera natural sufre, y mucho, en el momento, pero pasado el momento, deja de sufrir. En cambio, una mujer que tiene una cesárea, en el momento no sufre, pero una vez que la anestesia deja de hacer efecto… ¡Ay! Duele de manera penetrante y constante durante una o más semanas. Hasta reír es doloroso. Es más difícil y de cuidado regresar a la vida de todos los días después de una cesárea. A veces, una cesárea es necesaria, sin duda, pero dejemos de engañarnos, el dolor no lo vamos a evitar.

Regresemos a Pedro. ¿Cómo es que un hombre que negó a Cristo se convirtió en la piedra sobre la que se edificó la Iglesia Universal? Porque Pedro, llegado el momento, vio lo que hizo, se dio cuenta de lo que hizo, escuchó el despertar del gallo, de su consciencia, que le dijo: ¿qué hiciste? Y respondió con la Verdad de su acción, no con la excusa de sus buenas intenciones. Ese cantar del gallo no le pregunto: ¿Cuáles fueron tus intenciones? ¡No! Le dijo: ¿Qué hiciste? Y Pedro permitió que esa consciencia le penetrara el alma. Sufrió mucho y ya no se resistió al dolor. Ese fue para Pedro un día de “desgracia, castigo y vergüenza”. Finalmente, dio a luz y se convirtió en la piedra cuya fuerza y resistencia, cuya voluntad, permitiría servir de impulso para el nacimiento de una Iglesia para todos.

Pedro, eres padre de una Iglesia que constantemente cierra los ojos y niega a Dios, a Cristo, al prójimo, e incluso se niega a sí misma. Intercede por nosotros, y guíanos hacia el despertar de nuestra consciencia. Tú sabes lo difícil que es, pero también sabes que no es imposible. Y que, si bien no siempre somos capaces de seguir el camino de cruz con Cristo, Cristo sí es capaz de acompañarnos en el camino de nuestro propio despertar, nuestro dar a luz, y nuestro sufrir y arrepentimiento. Bendito eres padre de nuestra Iglesia, y bendito es Jesús que supo ver en ti el potencial de tu ser, y no la dureza de tu corazón ni la terquedad de tu cabeza. Jesús te eligió por humano, por valiente, por frágil y por perseverante. Tu voluntad de amar a Jesús siempre fue más grande, y te dio los medios para tomar consciencia y permitir al Espíritu de Cristo transformar tu vida. Gracias San Pedro. Que sea tu ejemplo un estímulo para nosotros los sacerdotes que, por el bautismo, somos todos. Que nuestra Iglesia deje de negar a Cristo y culpar al diablo de sus errores. Que tomemos consciencia de nuestra participación y dejemos de orar sólo con buenas intenciones, y oremos también con acción y compromiso.  

Dios Padre-Madre, Jesús, Espíritu de Verdad. Te amo.


Nota:Foto tomada del artículo: Trabajo de parto, ¿qué es y cómo comienza?:  https://www.bekiapadres.com/articulos/trabajo-de-parto-que-es-como-comienza/

Este artículo es muy interesante y al inicio nos dice:
 
"Hay infinitas situaciones relacionadas con el embarazo en general, y con el parto en particular, que nos vienen a mostrar el secretismo que hay en nuestra sociedad al respecto. Escondemos nuestro dolor y nuestras incertidumbres, escondemos que no siempre adoramos al bebé del mismo momento en el que nace (porque es complicado, porque es un ser que llega a nuestras vidas y que apenas conocemos, al que tenemos que acostumbrarnos a cuidar) porque creemos que admitirlo nos hará malas madres. Y nada más lejos de la verdad. No nos hará malas madres, nos hará seres humanos. Nos hará reales."

Seamos valientes y fuertes al compartir nuestro dolor e incertidumbre. Los niños que están por nacer, lo merecen, y nosotros, también. 





No hay comentarios:

Publicar un comentario