Ezequías, rey de los israelitas del sur, mandó a
decirle al profeta Isaías la manera en que el rey de Asur a través del hombre
que envió, habló de Yavé y puso en duda su capacidad para defender al pueblo de
Israel.
“Esto dice Ezequías: Este día es de desgracia, de
castigo y de vergüenza. Los niños están a punto de nacer, pero falta fuerza
para darlos a luz.” 2 Re 19, 3
Lo relevante y hermoso de esta cita es la manera tan
abierta de aceptar lo negativo de la situación. Hoy en día nos empeñamos por
todos los medios en evitar el dolor, la vergüenza, y no nos gusta hablar de
castigos. Mejor tomar analgésicos, mejor hablar de nuestras buenas
intenciones, y mejor evitar la vergüenza y buscar tener una buena imagen.
Estamos tan empeñados en ser felices, y lo sentimos tanto un derecho, que se
nos ha olvidado ser honestos y hemos negado nuestras responsabilidades.
Muchos de nosotros pensamos que para ser “positivos”
tenemos que “evitar lo negativo”. Si algo te provoca dolor, “no pienses en eso”.
Por eso, mucho de lo que hoy creemos nos hace felices son, en realidad, maneras
de evitar la confrontación, de negar la verdad, y de culpar a otros. Cualquier
cosa menos enfrentar nuestros propios vacíos y errores. Si me repito suficientes
veces que soy feliz, lo seré. ¿En serio?
Por eso, según mi experiencia y fe, las “buenas intenciones”
no son más que lindos deseos, fantasías, disfraces. Y todos tenemos buenas
intenciones. Lo que marca la diferencia entre hacer el bien y hacer el mal, es
finalmente lo que hacemos. Negar la verdad, evitar la vergüenza y no asumir
nuestra responsabilidad, no nos lleva a hacer realidad nuestras buenas
intenciones. El trabajo es hacer realidad nuestras buenas intenciones, y sin la
Verdad y la honestidad, eso es completamente imposible.
Ahora, la cita tiene una segunda parte que es
igualmente bella. Nos dice que “los niños están a punto de nacer, pero falta
fuerza para darlos a luz”.
Nietzsche afirma: “Quién tiene un porqué, encuentra un
cómo.” ¿Cuál es tu “porqué”? Es importantísimo que te lo preguntes.
Tu “porqué” es: ¿Evitar el dolor, el sufrimiento, la
pena, las consecuencias no deseadas de una sociedad que no busca el bien para
todos, y de la que formas parte? ¿Es, quizá, negar tu participación en los
males de este mundo? ¿Es responsabilizarte sólo de ti? ¿Es pedir al cielo “el
pan nuestro” y entender ese “nuestro” como el tuyo y el de los tuyos, no el de “todos”?
O quizá tu “porqué” es contribuir a que este mundo sea
un poco más humano y hacerlo en cada interacción, en cada contacto que tienes
con otra persona. Eso implicará sufrir tus propios dolores y en ocasiones -quizá
más de las que te gustaría-, acompañar a otros en los suyos. Eso implicará “aprender
a amar”, no como tú quieres amar, sino como sea necesario. Ahora, si ese es el
fin, vas a encontrar los medios. Si llamas a la puerta e insistes, se te abrirá.
Si buscas, vas a encontrar.
Consideremos que este camino es el estrecho, no el amplio.
Para seguirlo necesitas fuerza. Y aquí la fuerza no tiene que ver ni con
resistencia ni con capacidad de cargar cruces grandes y pesadas. Aquí la fuerza
es voluntad. Lo que necesitas, más que cualquier cosa, es “fuerza de voluntad”.
No es fácil seguir el camino de la cruz. No es fácil
enfrentar nuestros demonios, nuestros vacíos, nuestras tristezas, nuestros
pesares, y menos aún enfrentar los de los demás. Si bastante tenemos con los
propios. Recordemos que, en un principio, en ese camino de cruz que Cristo recorrió
no todos sus discípulos y seguidores lo acompañaron. Casi todos corrieron. Y
Pedro, la piedra sobre la que Jesús edificó su iglesia, no sólo no lo acompaño,
sino que lo negó tres veces. Aseguraba con toda su alma que le seguiría a donde
fuera, y al verse acorralado ante la posibilidad de sufrir también, lo negó, lo
negó, lo negó.
Dios nos conoce, y sabe lo difícil que es atravesar esas
aguas embravecidas, ese camino de cruz, esa pena, ese dolor, esas consecuencias
de nuestro actuar. Él lo sabe y por eso decidió humanizarse, dejar de ser un
ser lejano, inalcanzable, y acercarse al grado de poder abrazarnos, tomarnos de
la mano, llorar, y sufrir lo insufrible por nosotros, para nosotros, y, sobre
todo, CON nosotros.
Pero necesita una cosa: nuestra voluntad. Sin ella, “los
niños están listos para nacer”, pero no lo harán. Trabajar por el Reino de Dios,
es dar a luz a nuestro niño interior, ese que es completamente vulnerable y es
tan honesto que, si algo le duele, lo dice, y a veces, incluso avienta el
golpe, porque le duele y se defiende. Y no lo disfraza de “buenas intenciones”.
Lo dice: me dolió esto, me molesta aquello, me lastima tal cosa. Y en esa
interacción entre lo que sufre, lo que aprende con ese sufrir, y lo que puede
hacer diferente para no sufrir, pero también para no hacer sufrir a otros,
porque ahora conoce el sufrimiento, y puede desarrollar la empatía; en ese
descubrimiento de su participación en el sufrir propio y en el sufrir de los
demás, ahí está la consciencia que lo convertirá, con el tiempo, en un hombre.
Dar a luz a tal niño es imposible cuando no nos
permitimos sentir y vivimos en la superficie de nuestro ser. La felicidad no es
la falta de sufrimiento. La felicidad es un proceso de dar a luz y de nacer, y en
ese proceso hay dolor, pero también esperanza, y alegría. La felicidad es un
parto natural, no una cesárea.
A manera de paréntesis, debo decir que una cesárea, no
aligera el dolor, al contrario: lo prolonga. Una mujer que da a luz de manera
natural sufre, y mucho, en el momento, pero pasado el momento, deja de sufrir.
En cambio, una mujer que tiene una cesárea, en el momento no sufre, pero una
vez que la anestesia deja de hacer efecto… ¡Ay! Duele de manera penetrante y
constante durante una o más semanas. Hasta reír es doloroso. Es más difícil y
de cuidado regresar a la vida de todos los días después de una cesárea. A veces,
una cesárea es necesaria, sin duda, pero dejemos de engañarnos, el dolor no lo
vamos a evitar.
Regresemos a Pedro. ¿Cómo es que un hombre que negó a
Cristo se convirtió en la piedra sobre la que se edificó la Iglesia Universal?
Porque Pedro, llegado el momento, vio lo que hizo, se dio cuenta de lo que
hizo, escuchó el despertar del gallo, de su consciencia, que le dijo: ¿qué
hiciste? Y respondió con la Verdad de su acción, no con la excusa de sus buenas
intenciones. Ese cantar del gallo no le pregunto: ¿Cuáles fueron tus
intenciones? ¡No! Le dijo: ¿Qué hiciste? Y Pedro permitió que esa consciencia
le penetrara el alma. Sufrió mucho y ya no se resistió al dolor. Ese fue para
Pedro un día de “desgracia, castigo y vergüenza”. Finalmente, dio a luz y se
convirtió en la piedra cuya fuerza y resistencia, cuya voluntad, permitiría
servir de impulso para el nacimiento de una Iglesia para todos.
Pedro, eres padre de una Iglesia que constantemente
cierra los ojos y niega a Dios, a Cristo, al prójimo, e incluso se niega a sí
misma. Intercede por nosotros, y guíanos hacia el despertar de nuestra
consciencia. Tú sabes lo difícil que es, pero también sabes que no es
imposible. Y que, si bien no siempre somos capaces de seguir el camino de cruz
con Cristo, Cristo sí es capaz de acompañarnos en el camino de nuestro propio
despertar, nuestro dar a luz, y nuestro sufrir y arrepentimiento. Bendito eres
padre de nuestra Iglesia, y bendito es Jesús que supo ver en ti el potencial de
tu ser, y no la dureza de tu corazón ni la terquedad de tu cabeza. Jesús te
eligió por humano, por valiente, por frágil y por perseverante. Tu voluntad de
amar a Jesús siempre fue más grande, y te dio los medios para tomar consciencia
y permitir al Espíritu de Cristo transformar tu vida. Gracias San Pedro. Que
sea tu ejemplo un estímulo para nosotros los sacerdotes que, por el bautismo,
somos todos. Que nuestra Iglesia deje de negar a Cristo y culpar al diablo de
sus errores. Que tomemos consciencia de nuestra participación y dejemos de orar
sólo con buenas intenciones, y oremos también con acción y compromiso.
Dios Padre-Madre, Jesús, Espíritu de Verdad. Te amo.
Nota:Foto tomada del artículo: Trabajo de parto, ¿qué es y cómo comienza?: https://www.bekiapadres.com/articulos/trabajo-de-parto-que-es-como-comienza/
Este artículo es muy interesante y al inicio nos dice:
"Hay infinitas situaciones relacionadas con el embarazo en general, y con el parto en particular, que nos vienen a mostrar el secretismo que
hay en nuestra sociedad al respecto. Escondemos nuestro dolor y
nuestras incertidumbres, escondemos que no siempre adoramos al bebé del
mismo momento en el que nace (porque es complicado, porque es un ser que
llega a nuestras vidas y que apenas conocemos, al que tenemos que
acostumbrarnos a cuidar) porque creemos que admitirlo nos hará malas
madres. Y nada más lejos de la verdad. No nos hará malas madres, nos
hará seres humanos. Nos hará reales."
Seamos valientes y fuertes al compartir nuestro dolor e incertidumbre. Los niños que están por nacer, lo merecen, y nosotros, también.
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