jueves, 15 de noviembre de 2018

No insistas


Photo by Mladen Scekic on Unsplash

Isaías dijo a Ezequías: «Escucha esta palabra de Yavé: Llegará el día en que se llevarán a Babilonia todo lo que hay en tu palacio, todo lo que tus padres juntaron hasta el día de hoy; no quedará nada, dice Yavé. Se apoderarán de tus hijos salidos de ti, los que tú engendraste, y servirán como eunucos en el palacio del rey de Babilonia». Ezequías respondió a Isaías: «¡Es buena esa palabra de Yavé que acabas de pronunciar!» Pues pensaba: «¡Qué me importa, con tal que durante mi vida haya paz y tranquilidad!»” 2 Re 20, 16-19

Mientras yo esté bien, piensa lo que quieras, siente lo que quieras, sufre lo que quieras, oféndete lo que quieras: Yo estoy bien.

Muchos pensamos así: “Cada quien es responsable de sí mismo y únicamente de sí mismo”.  Pero eso es una mentira que se ha llevado al extremo. Creer que yo no soy responsable más que de mí es un error, y es también el camino más corto hacia la soledad.

Ahora bien, hay quienes quieren vivir solos. Ezequías fue un rey que sí hizo la voluntad de Yavé, por eso sorprende que diga tal cosa: “¡Qué me importa, con tal que durante mi vida haya paz y tranquilidad!” La soledad, esa amiga que no brinda mucho, tampoco exige nada. Quizá la vida de Ezequías ha estado llena de exigencias y ya quiere vivir en paz.

Y sin embargo, otros sufrieron. La paz de Ezequías significó el sufrimiento de otros. O quizá, el mal era ya eminente y no había nada qué hacer, así que para qué preocuparse, y para qué ocuparse de lo que ya no se puede evitar. Quizá habría podido intervenir, tenía la autoridad para ello, era el rey: preparar al pueblo, ayudarle a tomar medidas para lo que parece acercarse, no sé, algo.

Por ejemplo, el calentamiento global es ya un hecho, ¿tiene caso dejar de usar tanto plástico, vasos y platos de unicel? Nadie lo hace. ¿El que yo lo haga cambiará las cosas? ¿Lo que una persona hace significa algo en un mundo de millones de personas?

No vayamos tan lejos -aunque los fríos a los que estamos sometidos hoy nos deberían de demostrar que no estamos lejos, sino muy cerca de una crisis.

¿Puede mi acción de hoy significar una diferencia en la vida de alguien? ¿Quiero hacer una diferencia? ¿Si esa diferencia me incomoda, me duele o me hace sentir mal, sería capaz de sufrir esa incomodidad, ese dolor, o ese sentirme mal por un momento para hacer una diferencia en la vida de alguien?

¿Vale la pena preguntarme todas estas cosas? ¿Vale la pena escribir, reflexionar, hablar, querer decirle al otro: “mira lo que me haces, por favor deja de lastimarme”? ¿Vale la pena, Jesús, cuando nadie escucha, cuando las personas que más necesitas que escuchen se han negado a hacerlo durante años?

Estoy cansada. Eso es todo. Quiero pensar que eso es todo porque quiero seguir teniendo fe. Pero a veces, Jesús, es muy difícil. Lo mejor que puedo hacer es dormir. Necesito dormir y no puedo.

Bendice nuestros sueños y danos paz. Pero por favor, no nos des la paz de la ignorancia ni la paz de quienes han levantado las manos y han dicho: no tiene caso. Por favor, dame la paz que regenera los ánimos e inyecta energía para continuar. Danos la paz que nos permita soltar la indiferencia y nos permita ocuparnos de lo que nos toca.

Y ayúdame, ayúdame mucho Jesús. Necesito dejar de hablar con paredes sin puertas, y dado que no hay manera de cruzar, necesito rodear hasta descubrir, o una puerta -y de verdad que a veces creo que simplemente no existe-, o un nuevo camino. Las paredes no pueden ser obstáculo. Y yo no puedo insistir en superar lo que no quiere ser superado. A veces, darnos por vencidos es la única manera de ganar.

Gloria a Dios en el cielo, y paz a los hombres que ama el Señor. Te amo.

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