martes, 16 de octubre de 2018

Acompáñanos a pescar




Una de las mujeres de los hermanos profetas mandó llamar a Eliseo: «Tu servidor, mi marido, ha muerto, dijo ella, y tú sabes que tu servidor temía a Yavé. Pues bien, un hombre a quien debíamos dinero vino a tomar a mis dos hijos para hacerlos sus esclavos». Eliseo le dijo: «¿Qué puedo hacer por ti? Dime, ¿qué tienes en tu casa?» Respondió: «Tu sirvienta no tiene nada en su casa, excepto un cantarito de aceite». Le dijo: «Anda a pedirles a todos tus vecinos cántaros, cántaros vacíos, todos los que puedas. Cuando estés de vuelta, cierra la puerta tras de ti y de tus hijos, echa tu aceite en todos esos cántaros y a medida que se vayan llenando, ponlos aparte» (Así lo hizo, hasta que llenó tantos cántaros como pudo) «Anda a vender el aceite y paga así tu deuda; lo que quede te permitirá vivir junto con tus hijos».” 2 Re 4, 1-4

¿Quieres ayudar a alguien? Tal y como dice el dicho: si quieres dar de comer una vez a alguien dale el pescado. Si quieres que coma por siempre, enséñalo a pescar. Esto es básico en la educación: antes de pretender tener resultados, asegúrate que los educandos tengan lo que necesitan -no le vas a enseñar a pescar cuando está muriendo de hambre, le das a probar lo delicioso del pescado, y luego le enseñas a pescar. En otras palabras: Cubrir necesidades y contribuir a que descubran sus recursos de forma que logren, con entrenamiento y preparación, descubrir sus propias necesidades y aprendan a encontrar los recursos que les puedan llevar a cubrir las suyas y más adelante las de otros.

Abraham Maslow, psicólogo estadounidense, en su teoría de la pirámide de necesidades o jerarquía de las necesidades humanas -que mucho tiene que ver con la motivación y el despertar del deseo de superación y trascendencia-, asegura que nadie buscará necesidades superiores si no tiene cubiertas las necesidades inferiores. La jerarquía es como sigue: 



Entonces, en la medida en que las necesidades inferiores están cubiertas, la persona tenderá a buscar las necesidades superiores. Por ejemplo, no puedes pedirle motivación para el estudio a alguien que se siente inseguro en un salón de clase, por ejemplo. No puedes culpar a una persona que no se siente amada, que no se siente aceptada, por no aceptarse y reconocerse a sí misma: ¿cómo va a amarse si no ha tenido experiencias de amor? ¿Cómo va a aceptarse a sí misma, si nadie le acepta?

El asunto con las necesidades es que por un lado necesitamos buscar la manera de cubrirlas, y por otro, necesitamos aprender a cubrirlas por nosotros mismos. Por eso, lo esencial es hacer justo lo que hizo Eliseo: primero preguntar: ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Qué necesitas? Y después, en lugar de dárselo al cien por ciento, le ayudas a descubrir sus recursos para realizar eso que necesita. Pero eso no implica dejar de hacer tu parte o pretender que sólo Dios haga la suya.

Por eso, yo no digo que orar no sirva de nada ni que la caridad sea inútil para resolver situaciones de carencia a largo plazo y de manera constante. Pero no son suficientes. Antes de continuar, aclaro que no hablo de la caridad en su sentido teologal -pues eso sí implicaría un cambio de largo alcance- como deberíamos realmente entenderlo, sino en su sentido más coloquial que ha llegado a ser sinónimo de limosna a los pobres, o dar a los pobres aquello de lo que carecen, sin por ello buscar sacarlos de su pobreza.

Ninguna de estas dos acciones ayuda mucho por sí mismas. Solemos decir: haz el bien sin mirar a quién. Pero he llegado a la conclusión que esa es una de las mentiras con las que nos alimenta el demonio -solemos decirle “el enemigo” como si su nombre fuera impronunciable, igualito que en las películas de Harry Potter donde nadie se atreve a decir el nombre del “malo de la película”, pero bien lo dijo Jesús, “no resistáis al mal”, o sea, no tengas miedo, lo único que el demonio sabe y puede hacer es mentir. Descubre la mentira y serás libre.

Bien, pues eso de “haz el bien sin mirar a quien”, es una mentira que como toda buena mentira parece una acción noble y de alta moral. El asunto es que: hace falta mirar a quién. Hace falta reconocer qué es lo que necesita, donde están sus verdaderas carencias de fondo, qué es lo que le impide salir adelante y cómo podemos ayudarle a sacar sus recursos y permitirle caminar por su propio pie. En un salón de clase, por ejemplo, cada alumno tiene una necesidad diferente. Desde el niño que suele no desayunar porque, como a veces te dicen, “salimos corriendo y mi mamá no tuvo tiempo de hacerme de desayunar”, hasta el que es tan kinestésico (necesita moverse) que conviene dejarlo trabajar de pie. No te resistas al mal porque no es tan malo después de todo: “Saca algo de tu lunch y cómetelo aquí en el salón”; “bien, puedes trabajar de pie pero te sientas en la orilla o atrás, para que me dejes ver a los demás”; o “entre tema y tema te levantas y me borras el pizarrón y de paso das cinco saltos al frente”. Se atacan de la risa, pero su cuerpo lo agradece y generalmente la necesidad de moverse deja de ser una distracción incontrolable en clase.

Jesús, enséñanos a descubrir necesidades y a reconocer recursos que nos puedan llevar a un verdadero cambio que modifique no sólo nuestro presente sino nuestro futuro, al grado que se convierta en un paso más hacia la Trascendencia y el Amor, de que tú eres ejemplo y Vida. Gracias por la bondad infinita de hacernos tus discípulos, pero nunca colocarte en la altura del maestro sino en la cercanía del amigo. Un amigo que comprende nuestras necesidades, y nos ayuda a cubrirlas. Te amo con toda mi alma. 




1 comentario:

  1. Es verdad hay que hacerlo así porque no vemos ese daño que resulta no enseñarlo a pescar

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