“Nabot de Jezrael tenía una viña al lado de la casa de
Ajab, rey de Samaría. Ajab dijo a Nabot: «Ya que tu viña está al lado de mi
casa, dámela para que haga allí un huerto. En lugar de ella te daré otra viña
mejor o, si prefieres, te pagaré el debido precio». Nabot respondió a Ajab:
«¡Líbreme Yavé de abandonar la herencia de mis padres!» […]
“Entonces su mujer Jezabel le dijo: «¡Y tú eres el rey
de Israel! ¡Vamos! Levántate, come y no estés triste. Yo te voy a dar la viña
de Nabot de Jezrael». Escribió en nombre del rey una carta y la selló con el
timbre del rey, luego se la envió a los ancianos y a los jefes de la ciudad,
vecinos de Nabot. La carta decía: «Ordenen un ayuno y citen a Nabot a
comparecer ante el pueblo. Consíganse a dos malvados para que le lancen esta
acusación: ¡Tú maldeciste a Dios y al rey! Entonces lo sacarán fuera y lo
matarán a pedradas».” 1 Re 21, 1-3 y 7 a 10
Justo así sucedió: Nabot murió y Ajab se apoderó de su viña. Elías le hizo ver a Ajab su crimen. La primera
reacción de Ajab no fue de arrepentimiento, sino de molestia: “Ajab dijo a Elías: «¡Me pillaste, enemigo mío!» Elías le respondió: «Sí,
te pillé, porque te vendiste para hacer lo que es malo a los ojos de Yavé.” (1
Re 21, 20)
El arrepentimiento llegó después, con la consciencia
de las consecuencias de su acto. A muchos nos encanta pensar que la bondad de
Dios nos librará de toda consecuencia, pero no es así. La misericordia, la
compasión, no es “dejar hacer, dejar pasar”. La misericordia y la compasión es
actuar en consecuencia, tomando en cuenta la dureza de la prueba del otro y
acompañándolo en su dolor y sufrimiento, pero no librándolo de su pesar.
Quitarle a los demás sus cruces, no ayuda. Eso no es compasión ni misericordia,
eso es ver tan pobre al otro que no lo crees capaz de superarse a sí mismo.
Resolver los problemas a los demás, implica disminuirlos y quitarles la
dignidad de seres capaces. Dios nunca nos haría eso.
Dios nos ama. Hay que aprender a amar como Dios ama.
Si eres del tipo de persona que sólo puede ayudar o acompañar al caído -el
enfermo, el que sufre, el pobre- entonces cabe la posibilidad de que no sea ayuda lo que brindas, sino lástima. Porque a veces los que están en el suelo son en realidad los que están sentados en el trono. Y no hacérselos ver es buscar ignorar a Dios. "Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo", dice una canción de Alberto Cortés.
Tenemos que comprender que a veces caer implica estar
sentado en el poder y abusar de él. A veces caer implica que alguien te dirá: Eso no se hace. A veces caer significa que alguien mostrará su enojo ante
nuestro actuar -moral y éticamente incorrecto. No ser capaz de aceptar lo hecho
y decir “lo siento” no implica que no merezcas el enojo que cae sobre ti.
Implica que te sientes con tanta autoridad y superioridad que no puedes decir
“me equivoqué”. Y querer justificar tus acciones con la “conveniencia y tus
buenas intenciones”, no deja de implicar que has estado dispuesto a sacrificar
a alguien para tu beneficio y el beneficio de “tu” causa, no la causa de todos, y todos incluye a quien has sacrificado.
Aceptar un error no te quita autoridad: te la otorga frente a quienes te siguen, porque sabrán que a su vez pueden equivocarse y lo único que tienen que hacer es aceptarlo y corregirlo. Ahí está la verdadera compasión y misericordia: Comprender la pasión (dolor) del otro y ser amable con su miseria (dolor, sufrimiento), responsabilizándonos de lo que nos toca hacer: corregir nuestro actuar y decir “lo siento”.
Aceptar un error no te quita autoridad: te la otorga frente a quienes te siguen, porque sabrán que a su vez pueden equivocarse y lo único que tienen que hacer es aceptarlo y corregirlo. Ahí está la verdadera compasión y misericordia: Comprender la pasión (dolor) del otro y ser amable con su miseria (dolor, sufrimiento), responsabilizándonos de lo que nos toca hacer: corregir nuestro actuar y decir “lo siento”.
La bondad de Dios nos libera con la verdad aceptada en
consciencia y la responsabilidad asumida en su totalidad. Libertad no quiere
decir que seremos felices por siempre y que nada malo nos sucederá nunca.
Libertad quiere decir que comprendemos que nuestro derecho termina donde los
derechos de los demás empiezan, y que la libertad tiene un precio: la
responsabilidad. Y eso implica que las consecuencias siempre se darán.
No puedes romperle el corazón a alguien y pretender
que todo siga igual. No puedes lastimar a alguien y querer que sigan a tu lado.
Sin importar cuánto te ame Dios, si le has ofendido, Él te ayudará a superarlo,
pero definitivamente no cargará la cruz por ti. Él te acompañará en tu soledad
y sufrimiento, pero no te librará de sufrir. Él te apoyará en la comprensión de
tus actos, pero no va a cerrarte los ojos ante el sufrimiento que has causado
ni el dolor que provocas.
También puedes decidir no verlo. También puedes
decidir cerrar los ojos y no asumir que tú has participado -decisión que será
tuya, no de Dios. También puedes culpar a quienes te rodean: fue ella, fue él,
fueron los demás, me vi presionado. En fin, hay mil maneras de escapar, de
lavarnos las manos. Pero en la última hora, en el último minuto, abrirás los
ojos y lo verás con total claridad. No esperes a verte obligado a darte cuenta
cuando ya sea demasiado tarde y no puedas abrazar nunca más a quienes se
quedaron con los brazos extendidos. ¡Date cuenta!
Ten el valor de enfrentar la maldad de la que has sido
capaz, con o sin intención: las consecuencias siempre se dan independientemente
de que tus intenciones hayan sido “buenas”. Justificaciones siempre
encontraremos. El actuar del mundo siempre nos orilla a la inconsciencia. Todos
queremos tener derecho, pero casi nadie habla de las obligaciones que todo
derecho genera.
Jesús, danos el valor de enfrentar las consecuencias
de nuestros actos. Danos la fuerza para cargar nuestras propias cruces. Danos
un corazón como el de María, capaces de acompañar en su sufrir a otros, aún
cuando nuestras manos estén atadas y no podamos más que estar al pie de sus
cruces. Estar ahí es en muchas ocasiones lo único que el otro puede recibir y
lo único que podemos dar. Que estemos dispuestos a darlo. Danos la sabiduría
para reconocer nuestra participación en el dolor y el sufrimiento de este mundo,
de modo que podamos participar también en reducirlo. Te lo pedimos en el nombre
de nuestro Padre-Madre, del Hijo e Hija que somos a través Tuyo, y en el nombre
del Espíritu de Comunión que nos une a Ti y a todos nuestros hermanos, amigos y
enemigos. Gracias mi Bien, mi Dulce y Amado Bien. Te amo.
He aquí el vídeo del tiro fallido de Nick Young:
Foto tomada de: http://larrybrownsports.com/basketball/nick-young-celebrates-missed-3-pointer-video/224157
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