lunes, 8 de octubre de 2018

Eres eternidad en un instante



“Los consejeros del rey de Aram, por su parte, dijeron a éste: «Los dioses de Israel son dioses de montaña, por eso fueron más poderosos que nosotros. Pero atraigámoslos a la llanura y seguramente tendremos ventaja.»” 1 Re 20, 23

No. El Dios de Israel ni está divido -no son dioses- ni está en la montaña. Dios es uno y está en todo, es todo, vive y se transforma en todo. Los que están en la montaña son los que creen entender ese “todo” que es Dios. Para eso sí hay que bajar a la llanura y reconocer que TODO es NADA si se ve desde la distancia de la grandeza personal y el entendimiento que se cree absoluto. Eso no es fe, eso es arrogancia. 

¡Qué humildes necesitamos ser para acercarnos levemente a la comprensión de que Dios es todo, está en todo, y vive en todo! Haríamos bien en dejar de buscar contenerlo en ideas estrechas y verdades que en ocasiones ni siquiera podemos decir que son “verdades a medias”. Nuestro ser es tan pequeño que toda comprensión es una fracción mínima de todo lo que Dios Es. Nadie puede abarcar el entendimiento de Dios, ni en la montaña ni en la llanura ni en las profundidades del mar, ni aún en el centro mismo del universo.

Lo único a lo que podemos aspirar es a la experiencia de Dios, que en gran medida implica tener consciencia de nuestro ser y estar ahí en donde somos y estamos. Vivir lo que somos y donde estamos en el tiempo y lugar en que esa dimensión infinita, que es Dios, se manifiesta. Dios se convierte entonces en un instante, un suspiro, una brisa, un beso, un abrazo, un mirarnos a los ojos, una caricia, una comprensión, un relámpago, una luna llena, una noche obscura, un segundo, un anhelo que en potencia existe en nuestro corazón y el que hoy buscamos, aún sin evidencia de que exista. Y ese instante nos conecta con la infinidad de instantes vividos en consciencia y gratitud.  

Jesús, danos tu sincera humildad. Déjanos bañarnos en las aguas de tu Presencia y permítenos comprender que la sangre que nos alimenta es el oxígeno que nos brindas siempre que nos disponemos a recibir de ti la certeza de que no necesitamos comprenderlo todo, pero si nos ayuda respetarlo todo, cuidarnos y cuidar a los demás, ofrecer manos que ayudan y brindar rostros que iluminen en los demás el deseo de sonreír. 

Restregarle a los demás sus miserias y acusarlos de no tener fe o no tener fuerza o no tener capacidad, es… es negarte. Y esa negación es la verdadera negatividad que todos quieren evitar, pero nadie deja de asumir. Negar lo que hay: amor, odio, tristeza, coraje, alegría, valentía, en fin. Negar lo que existe ahí, en un momento determinado, en un instante absoluto, es negarte. Tu eres todo: luz y obscuridad, paz e inquietud, dulzura y exigencia, hombre y mujer, ahora y siempre.  

Tengamos fe. Ayúdanos a tener fe. Una fe que brinde esperanza, no condenas. Una fe que busque capacidades, no defectos. Una fe que permita cambios, no condenas. Una fe que integre a todos y lo integre todo, no lo niegue ni busque ocultarlo ni excluirlo ni negarlo. La Verdad nos hará libres.   

Bendito eres Señor, Dios de montañas, llanuras, bosques, desiertos, ríos y mares. Dios te este mundo y de todo el universo. Dios eterno y constante. Dios de instantes. Dios de ánimos que decaen y se levantan. Dios de tristezas, dolores y penas, pero también de alegrías, bendiciones y gracias. Bendícenos Señor, con la consciencia de la experiencia de tu totalidad en cada instante de nuestra limitada vida. 

Gloria al Padre, que también es Madre, al Hijo que también es Hija y al Espíritu Santo que habita en la totalidad de todo lo que Es, y se manifiesta en el límite de un instante, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Te amo. 





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