“Los consejeros del rey
de Aram, por su parte, dijeron a éste: «Los dioses de Israel son dioses de
montaña, por eso fueron más poderosos que nosotros. Pero atraigámoslos a la
llanura y seguramente tendremos ventaja.»” 1 Re 20, 23
No. El Dios de Israel
ni está divido -no son dioses- ni está en la montaña. Dios es uno y está en
todo, es todo, vive y se transforma en todo. Los que están en la montaña son
los que creen entender ese “todo” que es Dios. Para eso sí hay que bajar a la
llanura y reconocer que TODO es NADA si se ve desde la distancia de la grandeza
personal y el entendimiento que se cree absoluto. Eso no es fe, eso es
arrogancia.
¡Qué humildes
necesitamos ser para acercarnos levemente a la comprensión de que Dios es todo,
está en todo, y vive en todo! Haríamos bien en dejar de buscar contenerlo en
ideas estrechas y verdades que en ocasiones ni siquiera podemos decir que son “verdades
a medias”. Nuestro ser es tan pequeño que toda comprensión es una fracción
mínima de todo lo que Dios Es. Nadie puede abarcar el entendimiento de Dios, ni
en la montaña ni en la llanura ni en las profundidades del mar, ni aún en el
centro mismo del universo.
Lo único a lo que
podemos aspirar es a la experiencia de Dios, que en gran medida implica tener consciencia
de nuestro ser y estar ahí en donde somos y estamos. Vivir lo que somos y donde
estamos en el tiempo y lugar en que esa dimensión infinita, que es Dios, se
manifiesta. Dios se convierte entonces en un instante, un suspiro, una brisa,
un beso, un abrazo, un mirarnos a los ojos, una caricia, una comprensión, un
relámpago, una luna llena, una noche obscura, un segundo, un anhelo que en potencia
existe en nuestro corazón y el que hoy buscamos, aún sin evidencia de que
exista. Y ese instante nos conecta con la infinidad de instantes vividos en
consciencia y gratitud.
Jesús, danos tu sincera
humildad. Déjanos bañarnos en las aguas de tu Presencia y permítenos comprender
que la sangre que nos alimenta es el oxígeno que nos brindas siempre que nos
disponemos a recibir de ti la certeza de que no necesitamos comprenderlo todo,
pero si nos ayuda respetarlo todo, cuidarnos y cuidar a los demás, ofrecer
manos que ayudan y brindar rostros que iluminen en los demás el deseo de
sonreír.
Restregarle a los demás
sus miserias y acusarlos de no tener fe o no tener fuerza o no tener capacidad,
es… es negarte. Y esa negación es la verdadera negatividad que todos quieren
evitar, pero nadie deja de asumir. Negar lo que hay: amor, odio, tristeza,
coraje, alegría, valentía, en fin. Negar lo que existe ahí, en un momento
determinado, en un instante absoluto, es negarte. Tu eres todo: luz y
obscuridad, paz e inquietud, dulzura y exigencia, hombre y mujer, ahora y
siempre.
Tengamos fe. Ayúdanos a
tener fe. Una fe que brinde esperanza, no condenas. Una fe que busque
capacidades, no defectos. Una fe que permita cambios, no condenas. Una fe que
integre a todos y lo integre todo, no lo niegue ni busque ocultarlo ni excluirlo
ni negarlo. La Verdad nos hará libres.
Bendito eres Señor,
Dios de montañas, llanuras, bosques, desiertos, ríos y mares. Dios te este
mundo y de todo el universo. Dios eterno y constante. Dios de instantes. Dios
de ánimos que decaen y se levantan. Dios de tristezas, dolores y penas, pero
también de alegrías, bendiciones y gracias. Bendícenos Señor, con la
consciencia de la experiencia de tu totalidad en cada instante de nuestra
limitada vida.
Gloria al Padre, que
también es Madre, al Hijo que también es Hija y al Espíritu Santo que habita en
la totalidad de todo lo que Es, y se manifiesta en el límite de un instante, como
era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Te
amo.
Foto tomada de: https://www.pexels.com/photo/gray-bridge-and-trees-814499/
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