“La gente de la ciudad
dijo a Eliseo: «Aquí se está bien, como mi señor lo puede ver, pero el agua es
malsana y las mujeres de la zona son estériles». Les dijo: «Denme un plato
nuevo y pongan en él sal». Se lo pasaron. Se dirigió a la fuente y echó la sal
en el agua, luego dijo: «Esto dice Yavé: He sanado esta agua; de ella ya no
saldrá más ni muerte ni esterilidad». Y el agua siguió sana hasta el día de
hoy, según la palabra que había pronunciado Eliseo.
“De allí se fue a
Betel; cuando iba por el camino que sube, salieron de la ciudad unos muchachos
que se burlaban de él: «¡Vamos calvo, sube! ¡Vamos calvo, sube!», decían. Se
volvió y mirándolos los maldijo en nombre de Yavé; salieron del bosque dos osas
y desgarraron a cuarenta y dos de esos muchachos.” 2 Re 2, 19-24
Estuve a punto de sólo
escribir la primera parte de esta cita. Es lindo hablar del bien que podemos
hacer en nombre de Dios. Pero después sentí arrepentimiento. Ese dolor que es
como si se te clavara una espina. No es insoportable pero molesta. Bajé a
prepararme un café, aproveché para hacer los lonches mío y de mi hija, me
preparé de desayunar y subí la ropa seca al cuarto. Todo con la intención de
distraerme antes de empezar a escribir y poder ignorar la incomodidad de la
espina. La molestia seguía ahí, me acompañó en todas mis actividades y una vez
que me senté, como siempre, no pude quedarme callada y enfocarme sólo en lo
bonito.
La realidad es que esta
simple cita dice mucho de mí y por eso quisiera sacarle la vuelta. Puedo
perfectamente comprender a Eliseo. Él ha ayudado a otros, no merece burlas ni
desprecios. Él ha ayudado a sanar aguas, es decir, ánimos contaminados y
heridos. Ha contribuido a que otros superen sus incapacidades. Es una buena
persona, pero es humano, sufrió dolor y no pudo detenerse: los maldijo, y 42 de
ellos murieron despedazados por el enorme tamaño de su irá (dos osas, y es
significativo que hayan sido osas y no osos: las madres tienen fama de ser muy
agresivas cuando de lastimar a sus hijos se trata, y nuestra irá es una madre
muy protectora, es decir, una persona que se deja llevar por su ira, sí “tiene
madre”, lo que no tiene es control).
La irá es dolor llevado
al extremo de “¡no lo soporto más!”. El famoso “bullying” -que no es otra cosa
que abusar del poder que, además, suele ir en grupo- provoca una irá
descontrolada que muchas veces termina despedazando a quien lo siente o a
quienes lo provocan, y en algunas ocasiones a ambos.
Me explico: una persona
que es lastimada repetidamente por bravucones puede terminar sintiéndose tan
intimidada que no logrará salir de su ostracismo y se encerrará en sí misma a
tal grado que no puede relacionarse más con nadie. Su coraje se encerrará con
él y lo atormentará enormemente. La tristeza profunda es en el fondo enojo no expresado,
y ese enojo se desborda en uno mismo. Esa persona se lastimará a sí mismo, y
quizá llegue el día en que muera por su propia mano, incapaz de defenderse de
otros y de su propio coraje.
También puede suceder
que descubra en él el poder de responder, pero no con simpatía ni una sonrisa.
No va a ofrecer la otra mejilla porque ya le han pegado en una, en la otra, y
en todo el cuerpo. Va a responder con el puño de todo su coraje: la sangre
correrá, y será horrible. Las osas de su ser -y son plural, ¿lo notan?, así de
enorme es el odio- se desbordarán en su coraje y se verá a si mismo haciendo
cosas que nadie puede entender cómo es que las puede hacer.
Estas cosas suceden,
eh. Se llama delincuencia. Y también existe en esos muchachos que un día
deciden que van a caer -porque ya no pueden con el odio a sí mismos-, pero se
van a llevar a muchos a su paso. Toman un arma, disparan a tantas personas como
pueden, y culminan su venganza matándose a sí mismos.
¿Son malos?
Probablemente no lo fueron siempre. Pero los bravucones de la sociedad se
encargaron de hacerles sentir que no eran nadie, y si para ser alguien necesito
hacer el mal y hacer que me respeten a como dé lugar, que así sea. Es
preferible ser alguien malo que no ser nadie. Es preferible sentir que lucho
por mi vida que dejarme caer en la indiferencia y el dolor que esa indiferencia
provoca.
Y muchos de nosotros
diremos: “Pero yo nunca he maltratado a un muchacho”. Quizá de manera directa no,
quizá, pero las condiciones de vida de una enorme cantidad de personas -probablemente
incluyéndote- es peor que lamentable. Un salario miserable, es una agresión y
una burla. Horas de trabajo y turnos de mañana, tarde y noche, en los que el
cuerpo no puede recuperar fuerza para continuar, es una agresión y una burla.
Precios que suben y suben y sueldos que no alcanzan, es una agresión y una
burla. Madres y padres que no le dan atención a los hijos porque se pasan el
día trabajando para tener lo poquísimo que tienen y vivir, aun así, endeudados,
es una agresión y una burla. Comprar artículos de lujo como una taza de café de
80 pesos en un muy prestigioso establecimiento mientras hay quienes no tienen
ni para comprar un frasquito de café instantáneo que les ayude a mantenerse
despiertos de lo agotados que están, es una agresión y una burla. Pagar a un
trabajador menos de lo que merece y ser un político que busca tener el
beneficio de la inversión sacrificando los sueldos de muchos y las condiciones de
vida que esos sueldos miserables le traerán, y todo en aras de garantizarse una
vida de lujos que van más allá del extremo -en serio, ¿cuánto dinero es
suficiente?-, es una agresión y una burla. Brindar servicios públicos de baja
calidad y alimentar a un pueblo con una educación de sometidos y no de líderes
y emprendedores, es una agresión y una burla. Fomentar la inmoralidad
presentando niñas casi encueradas bailando como si fueran objeto de deseo en
programas de televisión familiar, y disfrazarlo de talento, es una agresión y
una burla. Participar de todo esto y no decir nada, no cambiar nada, tener
poder y ejercerlo de la misma manera en que otros lo han ejercido antes, no
buscar alternativas, no prepararme para aprender a modificar por lo menos mi
conducta personal hacia quienes me rodean, y en lugar de eso, ir a comprarme mi
cafecito y sentarme en mi comodidad, es una agresión y una burla. Y así, hay
tantas otras formas de agredir y ser agredido, de burlarnos y que se burlen de
nosotros.
La “sociedad” no es un ente lejano, es la realidad que creamos juntos
desde cada uno de nosotros. Y esta sociedad en la que
vivimos está hecha de bravucones que se sienten con derecho a hacer lo que
quieran y puedan -ya sea que el poder sea un “puesto” o sea un “arma en la mano”-, pero muy víctimas del mal hecho cuando les toca sufrir las consecuencias. Así que no digamos que no hemos participado. Todos hemos participado ya sea de pensamiento, palabra, obra u omisión.
Todos necesitamos cambiarlo.
Ahora, piénsalo: Los
seres humanos necesitamos ser alguien. Necesitamos pertenecer, ser incluidos,
ser respetados, ser vistos en nuestra bondad para que se fortalezca esa bondad.
Repítele suficientemente a alguien que es un inútil, bueno para nada, un
chiste, ignóralo en sus capacidades y necesidades básicas, hazlo sentir que no
tiene otra salida porque no tiene ninguna cualidad, y no esperes recibir una
buena conducta ni ánimos interminables y alegría infinita. No esperes que sea
un miembro “positivo” de esta sociedad que lo creó a base de trancazos. Tarde o
temprano esa persona va a comportarse exactamente como aquello que lo has hecho
sentir: ¡un horror!
Jesús nos dijo: “Ustedes
son la sal de la tierra” (Mt 5, 13). Aprendamos a identificar aquellos ánimos
que necesitan sanar, y démosle la “sal” que necesitan para descubrirse
valiosos. No alimentemos odios señalando y señalando defectos e incapacidades.
No alimentemos desgracias ignorando a quienes las provocan. Busquemos ser una
sociedad incluyente. Aprendamos a cubrir necesidades físicas, de seguridad, de
aceptación, de pertenencia, de reconocimiento y fortalezcamos así la
posibilidad de que cada miembro de esta sociedad se convierta en un eslabón
fuerte de la misma, y no el eslabón débil que romperá la armonía, la unión y
hará que el mal se inserte en nuestros hogares, calles, escuelas, empresas,
oficinas, fábricas, servicios, en fin. En todos lados donde haya un ser humano
resentido por lo complicado que es tratar de vivir y ser visto con buenos ojos
por la fortuna de la vida, la vida se convertirá en un horror, ya sea para él o
para quienes le rodean, o para todos.
Ayúdanos Dios nuestro,
Bondad Infinita, a ser sal, a sanar a otros y sanarnos de nuestros dolores, de
nuestras iras y de nuestros ánimos. Ayúdanos a canalizar ese enojo en
aprendizaje, en esfuerzo, en entrega a los demás, en valentía para aceptar
nuestros errores y corregirlos. Dale sentido a nuestros actos, danos razones
para continuar y trabajar en aras de un futuro mejor para todos, no sólo para
los “nuestros”. Hijos tenemos todos. Que cada muchacho y cada muchacha sea hijo
de la sociedad en su conjunto y que juntos trabajemos para que seamos una
sociedad dispuesta a ayudar a cada miembro y no sólo los “bien portados” según
nuestro concepto -siempre conveniente sólo para nosotros-, y no nuestras
acciones. Te lo pedimos en el nombre de Jesús, fruto bendito del vientre de
María, hijo de Dios Padre, dador del don del Espíritu, te lo pedimos por la Gloria
que te viste y el Amor que de ella emana. Gracias Señor. Gracias. Te amo.
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