lunes, 15 de octubre de 2018

Las osas de la ira




“La gente de la ciudad dijo a Eliseo: «Aquí se está bien, como mi señor lo puede ver, pero el agua es malsana y las mujeres de la zona son estériles». Les dijo: «Denme un plato nuevo y pongan en él sal». Se lo pasaron. Se dirigió a la fuente y echó la sal en el agua, luego dijo: «Esto dice Yavé: He sanado esta agua; de ella ya no saldrá más ni muerte ni esterilidad». Y el agua siguió sana hasta el día de hoy, según la palabra que había pronunciado Eliseo.

“De allí se fue a Betel; cuando iba por el camino que sube, salieron de la ciudad unos muchachos que se burlaban de él: «¡Vamos calvo, sube! ¡Vamos calvo, sube!», decían. Se volvió y mirándolos los maldijo en nombre de Yavé; salieron del bosque dos osas y desgarraron a cuarenta y dos de esos muchachos.” 2 Re 2, 19-24

Estuve a punto de sólo escribir la primera parte de esta cita. Es lindo hablar del bien que podemos hacer en nombre de Dios. Pero después sentí arrepentimiento. Ese dolor que es como si se te clavara una espina. No es insoportable pero molesta. Bajé a prepararme un café, aproveché para hacer los lonches mío y de mi hija, me preparé de desayunar y subí la ropa seca al cuarto. Todo con la intención de distraerme antes de empezar a escribir y poder ignorar la incomodidad de la espina. La molestia seguía ahí, me acompañó en todas mis actividades y una vez que me senté, como siempre, no pude quedarme callada y enfocarme sólo en lo bonito.  

La realidad es que esta simple cita dice mucho de mí y por eso quisiera sacarle la vuelta. Puedo perfectamente comprender a Eliseo. Él ha ayudado a otros, no merece burlas ni desprecios. Él ha ayudado a sanar aguas, es decir, ánimos contaminados y heridos. Ha contribuido a que otros superen sus incapacidades. Es una buena persona, pero es humano, sufrió dolor y no pudo detenerse: los maldijo, y 42 de ellos murieron despedazados por el enorme tamaño de su irá (dos osas, y es significativo que hayan sido osas y no osos: las madres tienen fama de ser muy agresivas cuando de lastimar a sus hijos se trata, y nuestra irá es una madre muy protectora, es decir, una persona que se deja llevar por su ira, sí “tiene madre”, lo que no tiene es control).

La irá es dolor llevado al extremo de “¡no lo soporto más!”. El famoso “bullying” -que no es otra cosa que abusar del poder que, además, suele ir en grupo- provoca una irá descontrolada que muchas veces termina despedazando a quien lo siente o a quienes lo provocan, y en algunas ocasiones a ambos.

Me explico: una persona que es lastimada repetidamente por bravucones puede terminar sintiéndose tan intimidada que no logrará salir de su ostracismo y se encerrará en sí misma a tal grado que no puede relacionarse más con nadie. Su coraje se encerrará con él y lo atormentará enormemente. La tristeza profunda es en el fondo enojo no expresado, y ese enojo se desborda en uno mismo. Esa persona se lastimará a sí mismo, y quizá llegue el día en que muera por su propia mano, incapaz de defenderse de otros y de su propio coraje.

También puede suceder que descubra en él el poder de responder, pero no con simpatía ni una sonrisa. No va a ofrecer la otra mejilla porque ya le han pegado en una, en la otra, y en todo el cuerpo. Va a responder con el puño de todo su coraje: la sangre correrá, y será horrible. Las osas de su ser -y son plural, ¿lo notan?, así de enorme es el odio- se desbordarán en su coraje y se verá a si mismo haciendo cosas que nadie puede entender cómo es que las puede hacer.

Estas cosas suceden, eh. Se llama delincuencia. Y también existe en esos muchachos que un día deciden que van a caer -porque ya no pueden con el odio a sí mismos-, pero se van a llevar a muchos a su paso. Toman un arma, disparan a tantas personas como pueden, y culminan su venganza matándose a sí mismos.

¿Son malos? Probablemente no lo fueron siempre. Pero los bravucones de la sociedad se encargaron de hacerles sentir que no eran nadie, y si para ser alguien necesito hacer el mal y hacer que me respeten a como dé lugar, que así sea. Es preferible ser alguien malo que no ser nadie. Es preferible sentir que lucho por mi vida que dejarme caer en la indiferencia y el dolor que esa indiferencia provoca.

Y muchos de nosotros diremos: “Pero yo nunca he maltratado a un muchacho”. Quizá de manera directa no, quizá, pero las condiciones de vida de una enorme cantidad de personas -probablemente incluyéndote- es peor que lamentable. Un salario miserable, es una agresión y una burla. Horas de trabajo y turnos de mañana, tarde y noche, en los que el cuerpo no puede recuperar fuerza para continuar, es una agresión y una burla. Precios que suben y suben y sueldos que no alcanzan, es una agresión y una burla. Madres y padres que no le dan atención a los hijos porque se pasan el día trabajando para tener lo poquísimo que tienen y vivir, aun así, endeudados, es una agresión y una burla. Comprar artículos de lujo como una taza de café de 80 pesos en un muy prestigioso establecimiento mientras hay quienes no tienen ni para comprar un frasquito de café instantáneo que les ayude a mantenerse despiertos de lo agotados que están, es una agresión y una burla. Pagar a un trabajador menos de lo que merece y ser un político que busca tener el beneficio de la inversión sacrificando los sueldos de muchos y las condiciones de vida que esos sueldos miserables le traerán, y todo en aras de garantizarse una vida de lujos que van más allá del extremo -en serio, ¿cuánto dinero es suficiente?-, es una agresión y una burla. Brindar servicios públicos de baja calidad y alimentar a un pueblo con una educación de sometidos y no de líderes y emprendedores, es una agresión y una burla. Fomentar la inmoralidad presentando niñas casi encueradas bailando como si fueran objeto de deseo en programas de televisión familiar, y disfrazarlo de talento, es una agresión y una burla. Participar de todo esto y no decir nada, no cambiar nada, tener poder y ejercerlo de la misma manera en que otros lo han ejercido antes, no buscar alternativas, no prepararme para aprender a modificar por lo menos mi conducta personal hacia quienes me rodean, y en lugar de eso, ir a comprarme mi cafecito y sentarme en mi comodidad, es una agresión y una burla. Y así, hay tantas otras formas de agredir y ser agredido, de burlarnos y que se burlen de nosotros.

La “sociedad” no es un ente lejano, es la realidad que creamos juntos desde cada uno de nosotros. Y esta sociedad en la que vivimos está hecha de bravucones que se sienten con derecho a hacer lo que quieran y puedan -ya sea que el poder sea un “puesto” o sea un “arma en la mano”-, pero muy víctimas del mal hecho cuando les toca sufrir las consecuencias. Así que no digamos que no hemos participado. Todos hemos participado ya sea de pensamiento, palabra, obra u omisión. Todos necesitamos cambiarlo.

Ahora, piénsalo: Los seres humanos necesitamos ser alguien. Necesitamos pertenecer, ser incluidos, ser respetados, ser vistos en nuestra bondad para que se fortalezca esa bondad. Repítele suficientemente a alguien que es un inútil, bueno para nada, un chiste, ignóralo en sus capacidades y necesidades básicas, hazlo sentir que no tiene otra salida porque no tiene ninguna cualidad, y no esperes recibir una buena conducta ni ánimos interminables y alegría infinita. No esperes que sea un miembro “positivo” de esta sociedad que lo creó a base de trancazos. Tarde o temprano esa persona va a comportarse exactamente como aquello que lo has hecho sentir: ¡un horror!

Jesús nos dijo: “Ustedes son la sal de la tierra” (Mt 5, 13). Aprendamos a identificar aquellos ánimos que necesitan sanar, y démosle la “sal” que necesitan para descubrirse valiosos. No alimentemos odios señalando y señalando defectos e incapacidades. No alimentemos desgracias ignorando a quienes las provocan. Busquemos ser una sociedad incluyente. Aprendamos a cubrir necesidades físicas, de seguridad, de aceptación, de pertenencia, de reconocimiento y fortalezcamos así la posibilidad de que cada miembro de esta sociedad se convierta en un eslabón fuerte de la misma, y no el eslabón débil que romperá la armonía, la unión y hará que el mal se inserte en nuestros hogares, calles, escuelas, empresas, oficinas, fábricas, servicios, en fin. En todos lados donde haya un ser humano resentido por lo complicado que es tratar de vivir y ser visto con buenos ojos por la fortuna de la vida, la vida se convertirá en un horror, ya sea para él o para quienes le rodean, o para todos.   

Ayúdanos Dios nuestro, Bondad Infinita, a ser sal, a sanar a otros y sanarnos de nuestros dolores, de nuestras iras y de nuestros ánimos. Ayúdanos a canalizar ese enojo en aprendizaje, en esfuerzo, en entrega a los demás, en valentía para aceptar nuestros errores y corregirlos. Dale sentido a nuestros actos, danos razones para continuar y trabajar en aras de un futuro mejor para todos, no sólo para los “nuestros”. Hijos tenemos todos. Que cada muchacho y cada muchacha sea hijo de la sociedad en su conjunto y que juntos trabajemos para que seamos una sociedad dispuesta a ayudar a cada miembro y no sólo los “bien portados” según nuestro concepto -siempre conveniente sólo para nosotros-, y no nuestras acciones. Te lo pedimos en el nombre de Jesús, fruto bendito del vientre de María, hijo de Dios Padre, dador del don del Espíritu, te lo pedimos por la Gloria que te viste y el Amor que de ella emana. Gracias Señor. Gracias. Te amo. 






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