Pintura de Christian Carrillo: Mendigo |
En el Evangelio de hoy, domingo 28 de octubre, 2018,
un hombre ciego llamado Bartimeo, que estaba a la orilla del camino al llegar a
Jericó, le “grita” (oh sí, le gritó una y otra y otra y otra vez): “¡Jesús, Hijo
de David, ten compasión de mí!” O sea: ¡Jesús, mira mis necesidades, mira lo
que está sucediendo con mi persona, mira las dificultades que tengo, ayúdame,
ayúdame, ayúdame! ¡No me dejes abandonado a la orilla del camino!
Abrir los ojos a la justicia recibida -recuperar la
vista y poder caminar a lado de quienes nos aman y amamos- es verdaderamente
hermoso. Y es lo que vivió Bartimeo al que Jesús le pregunto: ¿Qué quieres que
haga? Es decir: ¿qué necesitas?
Jesús se lo preguntó porque a veces lo que parece
evidente no necesariamente lo es. Era evidente que no podía ver, pero tampoco
podemos asegurar que es la vista lo que necesita. Siempre hay que preguntar:
¿Qué necesitas tú? No qué quiero darte yo, no qué me hace falta a mí, sino:
¿Qué necesitas tú? Y dárselo, o al menos escuchar y en la medida de lo posible
ayudarle a que reciba su necesidad. La suya, no la que a ti se te ocurra que
requiere.
Hoy, me tocó leer 2 Reyes capítulo 6, del versículo 8
al 23. Y aquí también se habla de la ceguera y la vista.
Eliseo, acompañado de un muchacho que le servía,
estaba a punto de enfrentar un ejército que iba a buscarlo para detenerlo. El
muchacho estaba muerto de miedo al darse cuenta de lo desprotegidos que estaban
y de lo que sería una muy posible muerte. Entonces, Eliseo le dijo al muchacho:
“«No temas. porque los que están con nosotros son más numerosos que los que
están con ellos».” Después pidió a Dios: “Yavé, abre sus ojos para que vea. Y Yavé
abrió los ojos del muchacho quien vio la montaña cubierta de caballos y carros
de fuego que rodeaban a Eliseo.” (2 Re 6, 16-17)
¡Cuánta necesidad tenemos de no sentirnos amenazados! Siempre
que puedas, ayuda a los demás a calmar su miedo, su emoción. Toda agresión,
toda desesperación, toda angustia en el fondo, es miedo. Son tres las actitudes
que reflejan miedo extremo: paralizarse, correr y atacar. Ante estas tres
actitudes, descubre el miedo y dale seguridad a quien lo vive. Eliseo no le
dijo al muchacho: no seas tonto, no seas terco, no seas absurdo. Le ayudó a ver
que no había razón para tener miedo.
Más adelante, ya con la tropa que llegaba a apresar a
Eliseo prácticamente frente a él, y con la total certeza de que no había nada
que hacer que rendirse al ataque o defenderse, Eliseo pidió en oración:
“¡Dígnate dejar ciega a esta tropa!” Y Yavé los dejó ciegos según la palabra de
Eliseo.” Eliseo pudo entonces guiar a aquellos soldados hacia Samaria y
entregarlos al rey. Ahí, los hombres volvieron a ver y se vieron a sí mismos
ante la posibilidad de morir a manos de los Israelitas: “Al verlos, el rey de
Israel dijo a Eliseo: «¿Padre mío, debo matarlos?» Este le respondió: «Si no
matas a los que apresas con espada y con arco, ¿cómo matarás a estos? Mejor
dales pan y agua para que coman y beban; en seguida que vuelvan donde su
señor.» El rey les sirvió entonces una buena comida, y comieron y bebieron.”
Nunca más hubo incursiones de arameos en el territorio de Israel. (2 Re 6, 18.23)
Si lo que enfrentas es una persona que te ha hecho
daño y lastimado, y por ende, la odias, la desprecias, estás enojada con ella, o
simplemente no sientes que merezcas el trato que te dio o su total indiferencia
hacia ti, entonces pide quedarte ciego. Pídele a Dios que te deje ciego. No veas el daño hecho porque alimentas
el odio y el rencor y el desprecio y tomas aún más consciencia de la soledad. Ver todo eso que hicieron
contigo, duele. Mejor es quédarte ciego y dejar que Dios
te guíe a Samaria, es decir, poco a poco permítete rodearte de gente que sí te
valore y quiera y esté dispuesta a hablarte con la verdad, y a escucharte antes
de dañarte y lastimarte en su inconsciencia. No te conviertas en un guerrero también.
Quédate ciego ante el daño hecho.
Lamentablemente, aún cuando Jesús nos ha enseñado que
necesitamos identificar necesidades y cubrirlas, muchos de nosotros seguimos
insistiéndoles a quienes sufren a orillas del camino: ¡Cállate! ¡No digas nada!
¡No molestes! ¡No seas absurdo! ¡A nadie le importa tu necesidad! ¡Estamos en movimiento y tú, estorbas! ¡Estás lleno
de odio y rencor, y el problema es sólo tuyo!
Si es tu caso, si te juzgan porque gritas y te dicen
que te calles y no te escuchan por más que intentas hablarles, por favor,
quédate ciego ante todo eso, y sordo, y si puedes mudo también. ¡E insiste! Pero no les insistas
a ellos. A ellos no les importa. No alcanzan a ver lo que te sucede. Y yo sé
que duele, duele mucho saberlo, pero es necesario que lo sepas: ¡No les importa! ¡Ellos no ven tu necesidad! Y aunque la vea, prefieren hacerse de la vista ciega.
Mejor, insístele a Jesús: Dígnate a dejarme ciego y
sordo y mudo ante tanta indiferencia Dios mío! Y déjate llevar por Dios al encuentro
de Jesús, y con Él, descubre la mejor manera de alimentar tu corazón de todo
eso que te hace falta, para que ya no tengas que gritar ni esperar una mano amiga
que te lleve por el camino.
Cuando recibas lo que tu corazón necesitas, volverás a
ver. El odio se habrá ido y estarás en compañía de quienes están dispuestos a
acompañarte y caminar contigo. Sé paciente. Y mientras tanto, quédate ciego a
orillas del camino. Aprende a ver con el corazón y no con los ojos tan
dispuestos a ver la injusticia recibida. Acepta la vulnerabilidad total en la
que te encuentras y espera. Desarrolla la fortaleza de la espera a ciegas. Y
cuando Jesús pase por ahí, entonces sí, ¡grita!
¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!
Te amo, Jesús. Te amo.
Foto tomada de: https://www.artelista.com/en/artwork/8763349331756498-mendigo.html
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