“Envió el rey por
tercera vez a cincuenta hombres con su jefe; cuando llegó cerca de Elías, el
tercer jefe se arrodilló y le suplicó diciéndole: «¡Hombre de Dios, soy tu
servidor; ojalá mi vida y la de mis hombres tenga algún valor para ti! ¡El
fuego de Dios ya ha bajado dos veces del cielo para devorar a los dos primeros
jefes con sus cincuenta hombres: perdóname ahora mi vida!»” 2 Re 1, 13
Jesús, yo y muchos como
yo, ya lo hemos intentado antes: pertenecer a una iglesia que no hace más que
fulminar a quienes no cubrimos con las expectativas de lo que nos dicen debemos
ser. Ya fui juzgada y condenada antes, ya me han señalado bruja y colocado en
la hoguera de la incapacidad, la posesión demoniaca y la maldad. Ya se me ha
dicho que no existe en mí más valor que un trabajo de obediencia ciega y que
cualquier cuestionamiento, duda, incredulidad y señal de autonomía intelectual,
emocional o de acción, es y será siempre una señal de soberbia y una evidencia
de la mezquindad de mi alma.
Jesús, siempre que me
he acercado lo he hecho de rodillas. Hoy, lo siento mucho, pero ya no voy a
arrodillarme frente a ellos.
Hoy, perder mi religión
ya no es tormenta, es ganancia. Ya no busco “fórmulas” ni me interesa seguir
doctrinas y caminos de santidad que otros marcaron como únicos. Hoy, creo firmemente,
que la primera relación que quieres que tengamos es contigo, y el camino que
quieres que sigamos es el propio. Tú no me pides perder mi individualidad. Me
pides perder mi egoísmo.
Por eso, decir que ya
no pertenezco a la iglesia no quiere decir que me encerraré en mi mundo -como
quiero sin duda hacerlo- porque Tú y yo sabemos que eso es lo que me llevará al
infierno de la soledad. Y Tú y yo también sabemos lo que es intentar vivir en
ese infierno, las mil razones que existen en él para dejar de estar vivo, y la
infinita necesidad que tenemos de beber el agua de la relación, agua, sin duda,
viva.
Pero Dios, Amor,
Padre-Madre, Dulzura Infinita, la relación que lleva impresa un precio tan alto
como el “no seas tú”, no es relación. Y eso me lo enseñaste Tú. Es tu fuerza la
que quiere derribar muros y traer abajo templos de falsedad e hipocresía.
Empezando por la mía, porque es tu voz la que escucho cuando quiero acercarme y
es el miedo que te tengo el que me dice: “¡No te conviertas en ellos!” Es la fe
que te tengo la que me dice: “¡No! Tienes que creer en ti, sin importar cuánto te digan que tu ser, por sí mismo, no tiene valor. Que sólo existes si en ti
hay una docilidad absoluta y el deseo de «estar bien». Entendiendo por «estar
bien» lo que ellos entienden por eso.
Me han asegurado una y
otra vez que si estoy deprimida es porque quiero estarlo. La sentencia es
absoluta: “Tú te lo provocas”. Y ha habido otros tantos que me aseguran: yo te
curo. Mmm… Me cuesta mucho trabajo no responderles como a veces quisiera.
¿Quién podría entenderlo? Ya no quiero curarme: quiero ser quien soy y ser
amada por serlo.
Tú me amas por ser
precisamente la que soy. Y sé que estás muy orgulloso de mí y de todos mis hermanos
y hermanas que como yo nos sostenemos con uñas y dientes a pesar de las tantas
veces que nos pisan las manos y nos rompen la cara.
Así que, aun cuando no
estoy bien -lloro, tiemblo, maldigo y detesto a quienes me han lastimado- sé
que tengo que pasar por ese camino: tomar consciencia del daño hecho para no
hacerlo yo después. Esconder mi sentir sería peor. Es el tragarnos nuestros
dolores lo que lleva a tanta hipocresía. Es no poder decir: “me lastima tu
indiferencia” lo que nos lleva, primero, a aparentar indiferencia, hasta que
llega el día en que eso es precisamente lo que somos: indiferentes. Nuestro corazón se convierte entonces en piedra.
Jesús, si has de
fulminarme con tu desprecio, como ellos lo hacen y aseguran que tú lo harás
también, hazlo. Pero yo seguiré esta Voz que me llama. Y si ellos aseguran que
es mi soberbia, bien, pues que así sea para ellos. Tengo más miedo de perderme
entre las filas del fanatismo ciego y la convicción de que el mundo no “nos
merece”, y, por ende, perderte a Ti y la humildad del “nosotros”, que pertenecer
a un club más dispuesto a hablar de “ustedes los no deseados, los separados, lo
que no son como nosotros”, que de aquello que necesitan cambiar para desear
amar a, no a su prójimo -no nos consideran sus “prójimos”-, sino a sus
enemigos, que eso es precisamente lo que para ellos somos: enemigos de la iglesia
porque le pedimos que ablande su corazón y cambie.
Jesús, no voy a negar
todo este dolor, sufrimiento, soledad e indiferencia a la que me han sometido. Cerrar
los ojos no ayuda a nadie, mucho menos a mí. Pero si he aprendido algo no es a “no
pensar” sino precisamente a utilizar este intelecto que me has dado para crear
estrategias que me han de permitir sobrevivir en este desierto que atravieso.
Ese es el pan nuestro de cada día: la idea de Ti que nos alimenta.
En el nombre de Jesucristo,
hijo amado a través del cual Dios nos hace suyos, declaro que he de vivir sin
negar la cruz -que ya no rechazo ni me interesa “curar”- y sin negarme al
mundo. Soy del mundo y en el mundo está la Iglesia Universal a la que sirvo y
pertenezco. En ese mundo están mis hermanos encarcelados, solitarios y posesos.
Y he de encontrar el modo de sobrevivir y ayudarles a ellos a sobrevivir sus
prisiones, su soledad y los ataques de sus demonios. Y he de comprender que
esos demonios, exactamente igual que Elías, están ahí para incendiarnos siempre
que queramos acercarnos a la verdad sin tomar consciencia.
Tal y como nos los dice
el Génesis en su capítulo 3, versículo 24: “Habiendo expulsado al hombre, puso
querubines al oriente del jardín del Edén, y también un remolino que disparaba
rayos, para guardar el camino hacia el Árbol de la Vida.” (Biblia
Latinoamericana) En otras versiones el remolino de rayos es una espada de fuego.
En todo caso: quema, como quema todo mi cuerpo cuando me enfrento a este odio
que necesito consumir en mí, sin acabar conmigo. Tu me entiendes, ¿verdad? El
deseo de no sufrir, pero preferir hacerlo antes de levantar la mano, el arma,
la espada, y matar al que está frente a mí o terminar ahogándome en un mar de
inconsciencia que forzosamente me llevará a la hipocresía de creerme buena.
Jesús, arráncame el
corazón si es preciso y consúmelo con tu Fuego, pero no me permitas herirlos porque
la única manera de lastimar sus corazones sería acabar con el mío.
Te amo.
Foto tomada de: http://warehouse-13-artifact-database.wikia.com/wiki/Fiery_Sword
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