“Ajab hizo lo que es
malo a los ojos de Yavé y fue peor que todos los reyes anteriores.” 1 Re16, 30
En los capítulos 15 y
16 de 1 Reyes se describe una sucesión de reyes, que, salvo un caso -Azá, rey
de Judá- dejó mucho que desear en lo que a líderes de un pueblo se refiere.
Historias de
traiciones, excesos, muertes, imposiciones, abusos, en fin. Nada que no
relacionemos ya con un “Juego de Tronos”.
Inicié esta oración un
viernes muy temprano, como siempre, pero después de escribir “Juego de Tronos”
(Game of Thrones, una de las mejores
series sobre lucha de poder y reyes, reinas, dragones y hasta seres no
vivientes), me quedé en blanco. Hoy es domingo y he tenido un fin de semana... complicado.
No sé mucho sobre el “juego
de tronos” -ni en la serie, ni en la vida real. El juego de poder no es mi
fuerte. No tengo poder. Nunca lo he tenido. Y ahora sé que nunca lo voy a
tener.
Puedo decir que he sido
una líder, y finalmente soy maestra, así que sí tengo experiencia de estar frente
a un grupo de gente, pero no he tenido “poder”. No soy una maestra “poderosa”.
En una de las últimas juntas
con colegas y coordinación de secundaria, por ejemplo, hablaron de “exigir” a
los muchachos, sobre todo a un grupo en especial, que entre clase y clase no se
salieran del salón. Yo sólo atiné a decir: “¿Pero se dan cuenta de lo
amontonados que están, de lo kinestésicos que son (tienen necesidad de
moverse)? Son demasiados alumnos para ese salón, están casi uno encima del otro
y necesitan espacio. Yo me siento abrumada ahí, y sólo estoy unas cuantas
horas. Hay que dejar que se estiren, aunque sea un minuto en lo que sale y
entra un maestro.”
Esa soy yo. Antes de
imponerme y decirles: ¡No pueden salir! Me pregunto: ¿qué necesitan, por qué quieren salir? Y en la
medida de lo posible trataré de dárselos. Prefiero llegar a acuerdos, hacer
compromisos, antes que negarle algo a alguien sólo porque “quiero que estén en
su lugar”.
La verdad es que quiero
decir que mi estrategia funciona mejor, pero no. Los mexicanos, y eso sí es
algo muy nuestro, no tenemos una mentalidad de honor y cumplir con nuestra
palabra, sino una mentalidad de “te voy a ganar”, o, en términos coloquiales:
“el chingón soy yo”. De modo que, de lo que se trata es de chingarte al otro y
que el otro se chingue. (Para conocer más sobre las chingaderas de las que
somos capaces y de las que nos urge tener consciencia, recomiendo leer “El
Laberinto de la Soledad” de Octavio Paz.) Así que muchas veces los acuerdos y
compromisos a los que llego con mis alumnos, no siempre se cumplen. Debería
imponerme, pero eso me cuesta.
Sobra decir que las
demás maestras dijeron que no había que dejarlos salir. Así que a partir de la
próxima semana tendré que tratar de controlar a un grupo de adolescentes
deseosos de moverse, poner cara de ogro y negar lo que a todas luces necesitan.
Pero bueno, donde manda capitán no gobierna marinero.
Y hay que aceptarlo, yo
soy marinero. Y ya quedó claro que nunca seré capitán. ¿Me hubiese gustado
serlo? Pues, la verdad no es algo que he buscado, pero no haberlo buscado ni
haber trabajado para ello me ha costado una y otra vez ser echado por la borda.
¿Por qué? Porque soy la clase de marinero que no se queda callado. Si algo me
parece un abuso, lo digo. Si algo me parece una arbitrariedad, lo digo. Si algo
me parece que está mal, lo digo. Y no hay capitán que soporte a un marinero que
hable y diga: esto está mal.
Así que, llegado el
momento, siempre ha sido más sencillo tirarme por la borda que dejarme guiar el
barco, vaya, a veces ni participar porque yo soy “negativa”. Ahora, uno piensa:
“es mejor vivir con mi integridad que vivir para justificar abusos.” ¿No? Eso
es lo noble. Pero es inefectivo e insuficiente. Esa también es una realidad.
¿Realmente crees que puedes sobrevivir en el mar, solo, sin ni siquiera una
barca que te sostenga? Bueno, podría suceder, pero es difícil. Solos no podemos
hacer mucho, por eso es esencial que busquemos crear comunidad, pero si los líderes
de las “comunidades” (léase organizaciones) nos avientan por la borda una y
otra vez, a los que son como yo, y somos muchos, ¿qué nos queda?
Entonces, este fin de
semana he tenido que aceptar varias cosas: soy marinero, me gusta estar entre
marineros, nunca seré capitán, y ya he estado suficiente tiempo en el agua, sola,
con tiburones rondándome, como para querer arriesgarme a volverme a subir a un
barco donde no tendré poder y eso me deja a merced de quienes sí lo tienen. Capitanes
empeñados en quitarte el brillo y colocárselo encima para brillar ellos. Tus
logros no serán tuyos, sino de ellos. Tu esfuerzo no es tuyo, sino que es la
oportunidad que ellos te dieron. Tu valor no es tuyo, sino un valor agregado
que ellos te dan y que existe sólo en la medida en que ellos te permiten
existir en su organización.
Como me lo dijo una
“jefa” en una ocasión: “¡Allá afuera hay un montón de gente que tiene hambre y
que está dispuesta a hacer lo que sea para ganar lo que yo te doy, así que, si
no te gusta, vete!” Bueno, pues no estuve dispuesta a hacer lo que sea (y lo
que se me pedía era mentir), de modo que lo hice. Me fui.
Pero no siempre tienes
esa posibilidad. Un “¡vete!” puede ser mortal y puede implicar perderlo todo.
En el “Juego de Tronos” el honor, el amor, la palabra, no tienen valor (quienes conozcan la serie recordarán a 'Ned' Stark, cuyo honor y nobleza de corazón lo llevó a buscar hacer lo correcto, pero no llegó ni al final de la primera temporada, y el "rey" que era un niño mimado, sádico y cruel, lo mató de inmediato... ¡Puff! ¡Qué golpe!).
En un "juego de tronos" lo
importante es ganar y se gana cuando nadie tiene el valor, o, mejor dicho, la
valentía de cuestionarte. A esos capitanes les encanta creer que eso es
respeto, pero eso no es respeto, es miedo. Claro que desde su “trono”, eso es ganar. Y en un “juego de tronos” ganar es todo.
Jesús, me tomó mucho
tiempo y esfuerzo escribir esta oración. Me implicó enfrentarme a una realidad desoladora: nunca tendré poder. Nunca estaré en una posición en la que pueda
cambiar nada, y la mayor parte del tiempo no seré escuchada. Por ahora, lo que
necesito hacer es seguir nadando. Como dice Dory, la pez olvidadiza de la
película “Buscando a Nemo”: “Nada-haremos, nada-haremos.”
Claro que no soy pez, y nadar también cansa. De modo que Jesús,
ayúdame a aceptar esto que soy, y por favor, con todo y que estoy dispuesta a
nadar, dame una barca. Sólo una barca. Mira, no pido mucho. Sólo un refugio
donde pueda descansar mis brazos y pueda alejarme de tanto tiburón, porque a
veces siento el deseo de dejar de bracear y dejar de patear tiburones. A veces
tengo el deseo de sumergirme y respirar profundo el agua salada que me rodea y
no volver a exhalar.
No lo voy a hacer. Ya
quedamos en eso. Pero Jesús, necesito una barca, un refugio. Un lugar donde
“ser yo” no sea un pretexto para “no ser bienvenida”, a menos, por supuesto,
que esté dispuesta a hacer y ser sólo lo que el capitán diga. Y necesito valor
para intentar buscarlo, porque la verdad, he encontrado más tiburones en las
embarcaciones que en el agua… 🤣💦🤣💦🤣💦 jajajajajajajajaja. Okey, tienes
razón, no se vive tan bien aquí en el agua, pero se vive, y mientras haya vida
hay esperanza. No se me había ocurrido verlo así. Jajajajajajajaja 🤣💦🤣💦🤣💦…
Okey Jesús, entonces
ayúdame y hazme caminar sobre este mar. Vamos, dame la mano y no me sueltes que
ya sabes lo fácil que es dejarnos arrastrar por corrientes de tristeza y
soledad…
Gracias. A caminar
entonces. Te amo. No dejes de amarme y no me sueltes, por favor, no me sueltes.
Foto tomada de: https://jooinn.com/waking-on-water.html