“En un momento en que
David estaba cansado, trató de matarlo un descendiente de Rafá, llamado
Isbó-Benob. Llevaba una lanza de bronce que pesaba trescientos siclos (tres
kilos y medio) y tenía además una espada nueva. Pero Abisaí, hijo de Seruya,
fue a auxiliar a David, hirió al filisteo y lo mató. Los hombres de David le
insistieron entonces: «No vengas más a la guerra con nosotros, pues no debe
apagarse la lámpara de Israel».” 2 Sam 21, 16-17
A veces hay razones de peso
(una lanza de tres kilos y medio, por ejemplo) para buscar la guerra. A veces,
el daño es profundo y la intención fue de muerte. A veces nos han atacado de
sorpresa, en un momento de vulnerabilidad, con nuestra guardia abajo, y
completamente a merced del otro, y por poco, muy poco, habríamos muerto.
Y en este caso, morir
no necesariamente significa que nuestro corazón deje, literalmente, de latir. Aquí
morir significa dejar de darle valor y sentido al SER.
Podría suceder, y de
hecho sucede mucho, que una persona que es constantemente hostigada por su
entorno, deje de encontrarle sentido y valor a todo lo que ES, incluyendo su
persona y la de aquellos que le rodean. ¿Cómo podríamos explicarnos que haya
gente que pueda traficar con personas? ¿Cómo es que existen hombres y mujeres capaces
de secuestrar, torturar, ejecutar a alguien? ¿A qué valores han sido sometidos:
a los del ser o a los del no ser? Las personas capaces de hacer tanto daño, ¿nos
ven como personas o como objetos? ¿Qué los ha llevado a no poder empatizar con alguien?
¿Cuántas personas empatizaron con ellos/as?
El dolor y el
sufrimiento, el ser ignorados, el ser señalados, el ser lastimados, violados,
expulsados, en fin, todo lo que implique no ser valorado como un ser -valga la redundancia-
valioso, puede llevar a cualquiera a no valorar a los demás como seres
valiosos. Y eso es morir. Eso es tener un corazón de piedra.
Cuida tu entorno. No te
expongas a ser herido de muerte, ni expongas a los tuyos a ser lastimados una y
otra y otra vez. Asegúrate de que no vivas en un entorno de guerra y muerte, de
pleitos y problemas, de insultos o comentarios sarcásticos que buscan herirte.
Cuida que no seas ignorado, que minimicen tus capacidades, que desvaloren tu
esfuerzo y valía, que desprecien tu persona, tu cariño, tu ser.
Nuestros corazones se
endurecen y llegan incluso a morir si son sometidos a tanto odio (amor herido).
Además, dicen que a todo se acostumbra el hombre menos a comer. Bueno, pues eso
es verdad. Pero no sólo en un sentido físico, sino en el emocional también. Y
así como podemos acostumbrarnos a ser acariciados de manera tierna y gentil y
amable, también existen las “caricias negativas” que nos llevan a relaciones
que no hacen más que lastimarnos. (1)
¿Las caricias pueden ser negativas? Sí, mucho. Y no sólo acariciamos con las manos, sino también con la voz, con las palabras, con la mirada, con las expresiones, en fin. Toda interacción, por pequeña que sea, es una caricia.
El Padre Fernando Liñán
lo dice así en sus misas, y su comunidad lo dice con él en coro: “No nos
dejemos robar la alegría”.
Así que nuestra oración
hoy es escuchar la voz de Jesús que nos pide: “no vayas más a la guerra, no debe
apagarse la lámpara de Israel.” A veces, es mejor la soledad de la paz, que la
compañía de la guerra. A veces, tendrás que aprender a valorarte solo, porque el
ambiente que vives es despectivo hacia tu persona. Yo sé que deseas pertenecer,
nos dice Jesús, pero primero acostúmbrate a ser amado/a como Yo te amo. Eso, el
amor que te doy, es el que darás después y a su debido tiempo, ampliamente.
Gracias Jesús por
explicarlo y señalarlo tan acertadamente. Enciende tu amor en nosotros y
acostúmbranos a vivirte en cada respiro y en cada caricia que damos y
recibimos. Te amo.
Foto tomada de “El Poder de las Caricias”: https://selfconfidentorientacion.wordpress.com/2014/06/10/el-poder-de-las-caricias/
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