“Tú me has hecho rey, Yavé, Dios mío, en lugar de mi
padre David. Pero yo soy todavía muy joven y no sé aún actuar. Tu servidor se
las tiene que ver con tu pueblo, al que tú mismo elegiste, y es un pueblo tan
numeroso que no se lo puede ni calcular ni contar. Concede pues a tu servidor
que sepa juzgar a tu pueblo y pueda distinguir entre el bien y el mal. ¿Quién
podría en realidad gobernar bien a un pueblo tan importante?” 1 Re 3, 7-9
¡Pedir sabiduría! ¡Eso sí que es sabio! En una de mis
últimas clases de ciencia vimos un vídeo en el que Neil deGrasse Tyson,
astrofísico y uno de los científicos de la actualidad con mayor peso y que
aboga constantemente por el desarrollo de la ciencia, decía, palabras más,
palabras menos: La ciencia es poder. Y no es tanto la cantidad de ciencia que
tengas, sino el que seas capaz de comprender el alfabetismo científico (to have
science literacy). En pocas palabras: saber cuestionar, pensar, elaborar
teorías, analizar resultados, cambiar tu perspectiva si algo no está
funcionando. En fin, ser un alfabeta científico, a mi entender, es otra manera
de buscar ser sabio.
Porque finalmente la sabiduría no es un cúmulo de conocimientos,
sino una manera de aproximarnos al mundo, a nuestro ser, a lo que nos rodea, a
otros y a Dios. Es como cocinar bien, por un lado, tienes la teoría -una receta-,
que sueles seguir lo más al pie de la letra, pero si algo no sale bien, te
preguntas: Mmmm… ¿qué no estuvo bien en lo que hice? Y empiezas a elaborar
nuevas teorías: le pongo otro poco de sal, le agrego más agua, lo próxima vez
voy a usar otro tipo de tal o cual ingrediente. En fin, sacas analizas, sacas
conclusiones, haces nuevas teorías, y experimentas. Con el tiempo, mejoras.
Pero es indispensable una cosa: humildad. Hay que
preguntar: ¿Cómo se hace? ¿Cómo lo logro? ¿Qué puedo cambiar? ¿Qué no puedo
cambiar, por lo menos no ahora? Y hay que intentarlo, y no descartar todo ni
aceptar todo. Hasta Dios sabe que es esencial probar, intentarlo, verificar los
resultados de nuestras acciones, nuestras ideas y nuestras creencias. “Haz la
prueba y verán que bueno es el Señor”. (Salmo 33/34). No nos neguemos a
analizar y conocer las cosas desde su luz.
Y si algo funciona, es sabio usarlo, pero es aún más
sabio reconocer que eso no significa que tiene que funcionarle a todos. Las
cosas no tienen que llevar exactamente la misma cantidad de sal y azúcar que a
ti te convencen. Por eso es de pésimo gusto estar dándole a los demás “tu
receta”. No hay nada peor que un consejo que nadie te pidió. También en eso hay
que ser sabio. No hay nada más fastidioso que la gente que a todo el mundo le
restriega en su cara lo que hacen mal, y cómo le vendría mejor hacerlo. Ese es
un mal muy común entre las maestras. Me incluyo, por supuesto.
Si quieres decir algo, mejor di: “A mí me ha
funcionado esto… “ Pero hay que tener claro que, eso no significa que funciona
para todos. Tu saber es tuyo, no es universal ni es absoluto. En una de esas,
si en lugar de decirle a los demás lo que tienen que hacer y lo que les
conviene, mejor los escuchas, quizá aprendas algo nuevo y tengas una
perspectiva diferente. Quizá logres acercarte al sentir de la otra persona.
Quizá sintiendo esa empatía, también logres ayudarle a que saque sus propios
recursos. Porque finalmente no se trata de que le resuelvas la vida, sino de encuentre
en sí mismo recursos para resolverla. Lo más que podemos hacer, en realidad, es
acompañarnos mutuamente.
Y mira, ya te estoy dando consejos gratis. Lo siento.
Pero no sólo te los doy a ti, mi reflexión es más en torno a mis propios actos
que son los que mejor conozco. Así que yo voy a hacer todo lo que pueda por
seguir mis propios consejos. Si lo vemos bien, es así como la sabiduría
funciona: Te sorprende diciendo aquello que haces como si no fuera tuyo, y
luego, enciende la luz para que te des cuenta de que eso que tanto señalas, es
tu mayor error, y eso que tanto predicas, es precisamente donde fallas.
La sabiduría tiene un sentido del humor algo negro y
sarcástico. Por eso me cae bien. No le interesa tener a nadie contento ni
necesita ser reconocida más allá de lo realizado. Sabe que de lo que se trata
es de aprender y para eso no sirven las apariencias. Es toda una Señora (con
mayúscula) que ríe mucho porque se da cuenta de tantos absurdos, que no puede
evitarlo.
Dios mío, mi Vida, mi Bien, danos sabiduría para reír
y vivir una vida sin miedo a equivocarnos. Danos la capacidad de ser flexibles
y quítanos de en medio el estorbo de nuestra arrogancia. Ni tenemos todas las
respuestas ni somos ejemplo de nada. Sólo tú eres Camino, Verdad y Vida. Tú, mi
Dulce y Amado Bien. Te amo.
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