El comentario de la Biblia Latinoamericana del 2 Sam 23, 8, nos dice: “Al dedicar este capítulo a la memoria de los «valientes» de David, la Biblia les da su merecido. Estos hombres vivieron su fe y cumplieron su misión humana en tareas que ahora nos parecen poco evangélicas; pero sabemos que David fue rey gracias a ellos, a sus músculos y a su coraje. Sin ellos no se habría realizado el reino de David, y tampoco habría venido el «hijo de David», Cristo.”
Este comentario también
nos recomienda recordar lo dicho sobre 1 Sam 22: “Este capítulo no disimula que
vinieron a David los que se encontraban en apuros, con deudas o amargados. Las
guerras que permitieron al pueblo de Dios vivir y progresar no fueron hechas de
puros santos.”
Ayer me topé con un
texto publicado en la versión en línea de la revista “Psychology Today”. Habla
de “Seis mitos sobre el abuso sexual clerical (a menores) de la IglesiaCatólica”. El texto es muy interesante y fue escrito por el Doctor en Filosofía
Thomas G. Plante, quien conoce el tema a profundidad y ha publicado libros al
respecto. (1)
Los 6 mitos de los que
habla son:
1) Los clérigos católicos
nos son más propensos a abusar de menores que otros clérigos y que los hombres
en general.
2) No se puede culpar
al celibato de los abusos clericales de sacerdotes católicos a menores. No
tener sexo no convierte a los niños en objeto de deseo.
3) No se puede culpar a
la homosexualidad como una causa de abuso clerical en la Iglesia Católica. (De
hecho, la mayoría de los pedófilos en todos lados son heterosexuales.)
4) No se puede culpar del
abuso sexual, a la existencia de un cuerpo clerical “sólo masculino”.
5) Casi todos los casos
que se conocen a través de las noticias sucedieron hace décadas (en los 60s o
70s).
6) La mayoría de los
ofensores sexuales del clérigo no son pedófilos (vaya, son más comunes los
casos de sacerdotes que se relacionan con adolescentes mayores -16, 17 años-, que
con niños. Y aunque hay quienes dicen que eso no significa nada, sí lo es,
porque un muchacho/a de 16 o 17 no es un infante, y el “tratamiento” que
requiere un pedófilo es muy diferente al de aquel que se involucró con un/a
muchacho/a, digamos, mayor.)
Lamentablemente no
puedo darme el lujo de traducir el texto en su totalidad. Si interesa quizá
Google pueda ayudar. Lo que sí puedo decir es que todo lo que dice el texto es
algo que vale la pena considerar, o corremos el riesgo de condenar a todos los
sacerdotes, sin tomar en cuenta también a aquellos que han llevado su
sacerdocio con “valentía”, aun cuando no hayan sido perfectos o completamente
santos. Aun cuando han tenido más cosas en contra que a favor.
Al igual que en tiempos
de David, ha habido hombres -y mujeres- valientes que con fe han buscado
mejores formas de hacer las cosas y que se han entregado a una Iglesia que
muchas veces exige mucho y valora poco.
Sin embargo, tampoco me
quedo conforme con todos estos “mitos”. Si bien tienen sentido, no responden ni
justifica varias cosas que, desde mi perspectiva, y la de muchos otros -no soy
la única- deben cambiar.
Por ejemplo, aún cuando
no sea posible culpar de los abusos sexuales a menores a la sola existencia del
celibato, el hecho de que en la ecuación clerical no exista la figura femenina
(vaya, ni se pueden casar, ni las mujeres pueden aspirar a ser ordenadas
sacerdotes), crea un vacío que muy bien sé muchos no quieren reconocer, pero
tiene sus efectos. Y no son necesariamente positivos.
Lo femenino juega un
papel importante en el desarrollo de la persona y las comunidades. La madre,
por ejemplo, es esencial en el desarrollo sano de una persona, tanto física,
como emocionalmente. Esta tendencia a dejar de lado “lo femenino” -y con ello a
la mujer, que es el símbolo de lo femenino por excelencia- es un error. Le ha
restado una sensibilidad muy importante a la relación “pueblo-Iglesia”.
Una y
otra vez aparecen mujeres a lo largo de la Biblia. Mujeres “inteligentes,
prudentes y sensibles”, que han mediado entre las necesidades de un pueblo o de
personas, y la autoridad o las circunstancias que necesitan cambiar por el bien
de todos. No es casual que Dios le haya dicho a la serpiente -representación de
la creencia de que el poder lo vence todo y que nos hemos creído como cierto y
absoluto: “Ella pisará tu cabeza, mientras tú herirás su talón”. Es cierto, lo
femenino -no diré mujeres, es más un asunto femenino que de mujeres en general-
ha sufrido mucho las consecuencias de esta mentalidad de poder y fuerza, de
dominio y ganancia, y este dolor, ha sido como una mordedura en el talón que puede,
y lo ha hecho, tirar lo femenino al suelo. Pero es esa “debilidad”, la que
finalmente es capaz de pisar la cabeza de la serpiente, es decir, echar por la
borda esa creencia de que, para ganar, hay que ser más poderoso y fuerte. “Tres
veces rogué al Señor que lo alejara de mí, pero me dijo: «Te basta mi gracia,
mi mayor fuerza se manifiesta en la debilidad».” 2 Corintios 12, 9
No contar con ese
aspecto femenino en el clero, es lamentable. Lo femenino suaviza los ánimos de poder,
ayuda a limar asperezas, aboga por los demás y puede ayudar a hacer del trato
algo más cercano y amable. Sí, la debilidad femenina necesita un lugar en el
clero.
El mejor ejemplo es nuestra
madre María, y ella lo tiene claro, por eso no ha descansado en dar a lo
femenino un lugar relevante en la salvación. Deberíamos seguir mucho más su
ejemplo. Después de todo, María es hija, madre y esposa. La Iglesia necesita a
sus hijas, madres y esposas, en todos los niveles y en todas las
circunstancias.
Ahora, si bien puede
decirse que la mayoría de los casos de
abusos a niños son de décadas atrás, debemos considerar que no podemos pensar
que eso significa que ya no sucede. Para empezar, generalmente las víctimas
pasan años antes de poder hablar del tema. Si alguien piensa que sufrir un
abuso y hablar de eso es tan simple como platicar la última película que vimos,
entonces no tiene idea del tormento emocional y psicológico que vive una
persona en esas circunstancias, de la culpa en la que está inmersa y del miedo
que siente, sin mencionar los trastornos de personalidad y mentales que puede
presentar. Nada de esto es fácil de enfrentar, sobre todo en una sociedad en el
que todas estas cosas son vistas como indeseables, y de indeseables son
tratados quienes los sufren.
Pero digamos que es
verdad, hay menos casos, aun así hay que reconocer que eso se debe también a
que el mundo ha cambiado y sigue cambiando. Tan es así que hoy hablamos más del
tema, no menos. Ya no estamos tan dispuestos a cerrar los ojos ante hechos como
estos. Lo cual también nos ha llevado a educar mucho más a nuestros niños en
torno a sus derechos y a tener claro que nadie puede tocarlos. Vaya, hoy en
día, a veces ni los padres biológicos pueden darle una nalgada, sin que algunas
legislaciones se les quieran echar encima.
Consideremos también
que muchos de los sacerdotes de hoy, no se educaron desde niños o desde su
pubertad, en comunidades cerradas que los “protegían” de las “tentaciones” del
mundo y los mantenían bajo un dominio total. Lo que los colocaba en una
posición muy vulnerable a ser violentados también, y sí existen estudios que
indican que una experiencia de abuso sexual en la infancia o temprana pubertad
puede llevar a la persona a crear un trastorno que afecta la manera en que vive
su sexualidad, la cual no suele ser sana. Puede suceder, que quien ha sido
violentado, se convierta en abusador también. No es la regla, pero sucede.
Tenemos también un
concepto equivocado de lo que es “ser sacerdote”. El concepto de que los
sacerdotes son “instituciones” en sí mismos, los ha hecho intocables, y los ha
obligado a hacer todo lo posible por conservar una imagen intachable. Eso
explica mucho porqué la institucionalización de la iglesia, y su afán de
sistematizar la negación de casos y evitar una respuesta legal y de atención
médica, ha sido más la norma que la excepción. Esta situación ha jugado un
papel relevante en todos esos casos no aislados, sino repetitivos y con un
patrón bien definido.
Necesita quedarnos
claro, también, que el que suceda en otros ámbitos, no excusa a la Iglesia de
su falta de respuesta y acción.
Afortunadamente, son
cada vez más los sacerdotes que se forman “en el mundo” y “con el mundo”. Y así
es como debe ser. Ya no entran a un seminario siendo aún niños o adolescentes.
Y eso es importante. Si hay una gran diferencia en la decisión de ser sacerdote
a los 30 o 40 años que a los 15 o 20. La experiencia, las vivencias, la
madurez, todo eso juega un papel relevante tanto en su compromiso como en su
entrega.
Eso implica que no debe
sorprendernos que cada vez haya menos jóvenes dispuestos a ser sacerdotes. Como
ya lo he expresado, las estructuras clericales tal y como se presentan hoy en
día, no responden a las realidades de un mundo que se acerca a una mejor y
mayor comprensión de su humanidad y de los aspectos “humanos” que no podemos
hacer de lado, eso incluye la sexualidad.
Pretender que todos los
sacerdotes estén cortados con el mismo patrón es institucionalizar algo que no depende
de instituciones ni buenos deseos. La santidad no tiene “recetas”. Los muchos
santos y las muy diversas maneras en que han encontrado esa santidad nos lo
demuestra. Además, buscar la santidad no significa dejar de ser humano, sino hacer
santo lo que somos, donde somos, cuando somos, siendo quienes somos. No
simulando y pretendiendo ser lo que no podemos ser. Ser santo tiene más que ver
con ser auténtico, que con pretender ser “bueno.”
Tampoco digo que todo
se vale en la sexualidad, y ese es precisamente el caso: porque no todo se
vale, necesitamos dejar de ignorar el tema y reconocer no sólo lo que “queremos
creer sobre él”, sino lo que realmente es, lo que implica en términos físicos,
emocionales, psicológicos y espirituales también. No puede seguir siendo visto
como un tema de sí o no. De procreación, y ya. Y no podemos realmente creer que
lo físico elimina lo espiritual y vice-versa.
Creo que, finalmente,
lo que más necesitamos es aceptar de lleno que todos somos Cuerpo de Cristo.
Ellos, los sacerdotes ordenados, nos necesitan tanto como nosotros a ellos,
pero no como “instituciones intocables e incuestionables”. Creo que es nuestro
deber aceptarlos humanos también, y trabajar por una santidad comunitaria, de
apoyo y ayuda, de comprensión y flexibilidad, no de exigencias irreales que
dejan de lado expresiones tan esenciales como la caricia del amor.
Decir cosas como que
“Dios basta” y querer entender a Dios como un ser abstracto, es no comprender
lo que se nos insiste una y otra vez: Dios es Amor. No le neguemos la
posibilidad de amar a nadie. Las diferencias ente sacerdotes y laicos, no
deberían ser la posibilidad de amar de una u otra forma. La función no debe ser
confundida con la expresión.
Lo que también digo y
siempre lo diré, es que no sólo el pueblo de Cristo necesita cambiar, también
la percepción que el clero tiene de sí mismo. No son los “príncipes de la
iglesia”, no son los llamados y los elegidos. Llamados somos todos y todos
elegimos escuchar el llamado o no. Un poco de humildad no les caería mal. (Hablo
en términos generales, hay sacerdotes humildes a más no poder.)
Jesús, te amo. Para mí
Tú eres mi hermano mayor, mi ejemplo y mi guía. Yo te conocí a través de los
sacerdotes que me han ayudado y me enseñaron con su ejemplo lo que es la
entrega hacia un pueblo. Pero también ha habido aquellos que no han hecho más
que lastimar y que los he visto sentarse en su trono de poder y abuso.
Sacerdotes que no trabajan para develar la verdad, sino para proteger las
apariencias.
Con todo, te pido por todos ellos. Pero especialmente bendice a los "valientes" sacerdotes que se han esforzado hasta los extremos en reconocer y hacer vida esa Verdad que Tú eres, muy a pesar de las muchas limitaciones impuestas y de las irreales expectativas a las que los sometemos sin medida ni consideración. Muy a pesar de no contar con el amor de una pareja o una familia que les de soporte, ánimo y esperanza. Son muchos, lo sé, los que han logrado sublimar sus deseos de una vida de pareja y familiar, en la entrega de su vida para un pueblo que muchas, muchísimas veces, ha sido ingrato y pide más de lo que está dispuesto a dar. Gracias mi Dios, mi Amor, mi Esperanza. Eres fuerza y dulzura. Eres Padre y Madre. Eres Hombre y Mujer. Que sepamos ser reflejo de todo eso que Tú eres. Te amo.
(1) Plante, Thomas G. (2010, Marzo 24). "Six Myths About Clergy Sexual Abuse in the Catholic Church". Psychology Today. Tomado de: https://www.psychologytoday.com/intl/blog/do-the-right-thing/201003/six-myths-about-clergy-sexual-abuse-in-the-catholic-church
Con todo, te pido por todos ellos. Pero especialmente bendice a los "valientes" sacerdotes que se han esforzado hasta los extremos en reconocer y hacer vida esa Verdad que Tú eres, muy a pesar de las muchas limitaciones impuestas y de las irreales expectativas a las que los sometemos sin medida ni consideración. Muy a pesar de no contar con el amor de una pareja o una familia que les de soporte, ánimo y esperanza. Son muchos, lo sé, los que han logrado sublimar sus deseos de una vida de pareja y familiar, en la entrega de su vida para un pueblo que muchas, muchísimas veces, ha sido ingrato y pide más de lo que está dispuesto a dar. Gracias mi Dios, mi Amor, mi Esperanza. Eres fuerza y dulzura. Eres Padre y Madre. Eres Hombre y Mujer. Que sepamos ser reflejo de todo eso que Tú eres. Te amo.
(1) Plante, Thomas G. (2010, Marzo 24). "Six Myths About Clergy Sexual Abuse in the Catholic Church". Psychology Today. Tomado de: https://www.psychologytoday.com/intl/blog/do-the-right-thing/201003/six-myths-about-clergy-sexual-abuse-in-the-catholic-church
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