“Le quité el reino a la
casa de David para dártelo a ti. Pero tú no has sido como mi servidor David,
quien cumplía mis mandamientos, caminaba con todo su corazón, siguiéndome, y
hacía lo que es recto a mis ojos.” 1 Re 14, 8
David no era perfecto,
pero escuchó y se dio cuenta de sus errores, e hizo lo que pudo para
corregirlos. Es así de sencillo y difícil: escuchar, tomar conciencia, asumir
el error, y actuar de tal forma que el error se corrija en la medida de lo
posible.
El mensaje de la cita,
transmitido a la mujer de Jeroboam (rey del pueblo del norte y constructor de
ídolos, con el fin de dalre al pueblo algo que llene sus vacíos de fe), se le dijo a esta mujer sólo
después de que se le preguntó: “¿Por qué te haces pasar por otra?” (1 Re 14,
6b). Y es que ella, para ira a consultarlo, se hizo pasar por otra mujer.
En otras palabras, no hay verdad que pueda rebelarse a quien no es sincero.
Hace falta sincerarnos
con nosotros mismos, quitarnos las máscaras, dejar de pretender que tenemos
buenas intenciones. A veces no las tenemos, y Dios no espera que así sea,
espera que puedas aceptarlo. Que no te laves las manos, que no le digas: “yo
nunca te negaré.” No hace falta engañarlo. Y no porque se vaya a enojar. Simplemente,
Dios no puede trabajar con la mentira. La mentira no es manejable porque no es
real.
Cuando un maestro pregunta,
¿quedó claro? Y todos dicen “sí” por darle al maestro el “sí” que piensan que quiere
y evitarse la pena de hacer un verdadero esfuerzo por comprender, en realidad han
hecho mucho daño.
Ese maestro no podrá
hacer nada por ti. Y aquí podríamos pensar que el único afectado es el alumno
que no toma consciencia de sus limitaciones y no hace nada por reconocerlas.
Pero no, porque la calificación baja o el desempeño pobre de uno, atrasa la
dinámica de todo el grupo, y si son muchos los que hacen lo mismo, se pude
terminar el curso en su totalidad y hubo tantas lagunas que nadie podrá pisar
tierra firme en un examen, y peor aún, en el mundo real, donde harán
exactamente lo mismo: decir que sí saben, cuando no saben. Tener la buena
intención de aprender no basta. Hace falta reconocer que no comprendo y actuar
en consecuencia.
Por desgracia, esta
tendencia a engañarnos a nosotros mismos con tal de guardar apariencias o no
hacer el trabajo real, el que implica una toma de consciencia que nos lleve a
verdaderamente cambiar y madurar, es cada día más fuerte y se hace cada vez más
grande. Vivimos para las apariencias, y en el mundo ilusorio de la apariencia,
no hay mucho campo para mejorar.
Dios mío, mi dulce
Bien, permítenos asumir la responsabilidad de decirnos la verdad, de reconocer
el mal que hacemos, aun cuando la intención no sea mala. Ayúdanos a comprender
que nuestro mundo no se define por intenciones, sino por hechos y acciones
concretas y reales. Nada hace más daño que la inconsciencia. Ante el autoengaño
y la mentira, estamos indefensos. De modo que ayúdanos y danos el valor de
decir la verdad, por dura y triste y difícil que sea. La Verdad nos hace libres
porque abre la posibilidad de tomar consciencia, y sin ese paso, nada puede
cambiar. Gracias mi Bien. Te amo.
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