“Cuando un extranjero
que no es de tu pueblo Israel, pero que venga de un país lejano debido a tu
Nombre, de tu mano poderosa y de los grandes golpes que propinas, si viene a
orar en esta Casa, escúchalo desde lo alto del cielo donde habitas, y acoge la
solicitud de ese extranjero.” 1 Re 8, 41-43a
Ayer terminé un
tríptico para el Movimiento Alvernia. Una amiga, que pertenece a Alvernia y
además forma parte del Movimiento Saltillo Elige Vivir, me pidió que les
ayudara con información referente a la prevención del suicidio. Ambos
organismos, Alvernia y Saltillo Elige Vivir, buscan contribuir a informar y
educar en torno a la problemática tan terrible del suicidio en nuestra ciudad y
entidad, con el fin de prevenirlo.
Alvernia Saltillo
Regional estará presentando en parroquias, escuelas y otros lugares una obra de
teatro que se acerca a la problemática con una intención de sensibilizarnos en
torno a ella (#VAPORUSTEDES).
No puedo decir que me
siento cómoda con el enfoque, pues cae en algunos lugares comunes, pero mi
incomodidad no es en torno al esfuerzo que están haciendo y que habla de la
gran empatía que quieren estimular y que finalmente tienen. Quizá es más un
reflejo de mis propios demonios y lugares obscuros, que normalmente prefiero no
visitar si no es necesario.
Lo relevante de este
hecho, es que hay un esfuerzo por comprender a estos extranjeros que somos
nosotros, los que hemos estado, estamos y quizá lleguemos a volver a estar a la
orilla del precipicio queriendo dar un último paso.
Querer explicar el
porqué de una situación así en estas líneas y a las seis de la mañana es
pretender meternos en “camisa de once varas”, como decía mi abuelo. Mejor
agradezcamos profundamente el gesto, tanto de tener la voluntad de acercarse a
la situación como a la enorme bendición de permitirme participar.
Ayer mi esposo, cuando
le enseñé el tríptico, me dijo: “¿Por qué estas ayudando a la Iglesia otra
vez?” Porque soy Iglesia. Le guste a quien le guste, y muy a pesar de que hay
sin duda quienes preferirían tenerme lejos y quienes definitivamente no me
extrañarían si algún día faltara, soy Iglesia. Y puedo estar enojada con ella,
puedo señalar sus errores y puedo atreverme a hablar de lo que muchos piensan y
no dicen, pero si lo hago no es porque prefiera verla caer, es porque la amo y
quiero verla crecer, manifestarse como la expresión de amor de Cristo Salvador,
Amigo y Compañero.
Y debo aceptar que, al
terminar el documento, quise compartirlo con todo el mundo: “Mira, mira, me han
pedido ayudar. Me han considerado valiosa. Me dieron algo que hacer.
Reconocieron mi trabajo (mi amiga es lectora de estas oraciones) y por un
momento le dieron sentido a mi existir.”
A veces es tan simple
como eso: ayudar al otro a existir es dejarlo participar, incluirlo, darle
valor a su trabajo. ¿Cómo? Estimularlo, difundirlo, agradecerlo. Pero sobre todo dejarlo expresarse. Las
personas que hablan de su situación con alguien tienen menores posibilidades de
hacer aquello que fantasean, planean, o en un impulso, llegan a lograr: morir.
En México tenemos un
dicho que describe muy acertadamente lo que es el sufrimiento. Casi siempre se
dice como amenaza, como quien te advierte que si sigues por ese camino vas a
sufrir. “Si sigues así sabrás lo que es amar a Dios en tierra ajena.”
Bien, pues si no te
expresas, si no tienes con quién hablar, si no lo dices hasta el cansancio -y podrías
tardarte mucho en cansarte, quizá incluso nunca lo hagas-, si te dicen, en
cambio, que te calles, que ya los tienes hartos, que siempre sales con lo
mismo, “sabrás lo que es amar a Dios en tierra ajena.”
Amar a Dios en tierra
ajena es sufrir mucho la incomprensión, intolerancia y la soledad que esta
falta de comprensión y tolerancia traen consigo. Pero como bien dijo Salomón en
su hermosa oración dicha durante la consagración del Templo (1 Re 8): Cuando un
extranjero venga a orar a estar casa, escúchalo.
Quizá necesites
ayudarlo a dirigir sus pasos a una escucha más profesional porque finalmente es
verdad que son cansadas y difíciles estas ideas recurrentes y negativas, frente
a las cuales solemos decir justo lo que no ayuda mucho: “no seas negativo”, “échale
ganas”, “ya deja de pensar en eso”, “eres un egocéntrico”, “sólo quieres
atención”, “son caprichos”, “ya deja de sufrir”.
Pero por cansado que
sea, no son sentimientos que deban ignorarse. El peligro más grande es no
hablarlo. Así que a buscar ayuda y quien pueda y sepa escuchar. Y si tiene algo
que decirte, escucha. Quizá descubras que lo único que quiere es que le tomen
en cuenta y que hay maneras de hacerlo sin desvalorizarlo o excluirlo.
Ayúdanos Jesús a
escuchar cómo Tú escuchas.
“Que las palabras de
esta súplica que he dirigido a Yavé estén presente día y noche delante de Yavé,
nuestro Dios, para que responda a su servidor y a su pueblo Israel según las
necesidades de cada día. Y todos los pueblos de la tierra sabrán que Yavé es
Dios, y que no hay nadie más que él. Que el corazón de ustedes sea totalmente
de Yavé, nuestro Dios; caminen según sus leyes, observen sus mandamientos tal
como lo hacemos hoy.” 1 Re 8, 59-61
Que así sea en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Te amo.
Foto tomada de: http://www.ciidu.org/actividades/taller-escucha-empatica/
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