miércoles, 26 de septiembre de 2018

Encuentra el sabor



Aclaremos primero: Joroboam se proclamó rey del reino del norte, pues la incapacidad de Roboam -hijo de Salomón, y ahora rey del reino del sur- de cuidar de la gente y disminuir los trabajos forzados, provocó la división del pueblo de Dios. Joroboam creó entonces altares en lugares altos y se armó de sacerdotes, pues está claro que el pueblo, además de trabajos no forzados, necesita alimentar su fe. Pobre Israel, dividido entre poderes: uno que no cuida sus necesidades básicas y otro que utiliza su fe para mantenerlo en la ignorancia y el control fácil (ah, porque olvidé decir que Joroboam, además de altares, construyó becerros para darle al pueblo algo que adorar, algo que es, por supuesto, una mentira y no se acerca a la Verdad de Dios.) En este contexto, un hombre de Dios fue a buscar a Joroboam para señalar el error de construir altares falsos:

“El hombre de Dios gritó en contra del altar por orden de Yavé: «¡Altar, altar!, esto dice Yavé: nacerá en la casa de David un hijo de nombre Josías. Sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los Altos Lugares, a los que queman el incienso en ti, y se quemarán en ti huesos humanos». Y ese mismo día dio esta señal: «Esta es la señal que les da Yavé: el altar se partirá y la ceniza que está encima se desparramará».” 1 Re 13, 2-3

¿Alcanzas a ver otra Torre de Babel -señal de soberbia que busca unificarlo todo para alcanzar a Dios- que se derrumba? ¿Alcanzas a comprender la importancia de mantener los pies en el piso -olvídate ya de lugres altos y puestos de prestigio- y no creernos autoridad impuesta por Dios? ¿Te das cuenta de que siempre que queramos unificar, monopolizar, encontrar una única manera de acercarnos a lo divino, la condena será terminar adorando cenizas que se desparramarán por la tierra?

El otro día un amigo que sufre de un Trastorno Obsesivo Compulsivo estaba muy angustiado porque alguien le dijo que la manera “correcta” de orar era hablarle a Dios y pedir todo en nombre de Jesucristo. Si no se hacía así, entonces la oración no era escuchada. ¡Cuánto dolor provocamos con tonterías de ese tipo! Platiqué con él. En el poco tiempo que hablamos me di cuenta de lo inteligente que es (no se puede tener un trastorno mental sin ser muy inteligente) y del verdadero caos que una idea tan cerrada provocaba en su mente necesitada de orden, pero no un orden absurdo, sino uno que haga sentido. ¡Qué angustia se siente cuando algo no tiene sentido! Conozco muy bien ese sentir, esa desesperanza que te invade cuando todo son reglas que simplemente no cumples. Y no porque seas malo (aunque hay demasiadas personas dispuestas a decir que lo eres) sino porque no puedes. Es imposible ser perfecto.  

La realidad es esta: cada intento por unificar criterios sobre Dios y la mejor manera de acercarnos a él (religión) tiene su receta, pero no hay receta que se adapte a los gustos y necesidades de todos. Y sí, dije gustos, no sólo necesidades. Y el gusto se rompe en géneros. Así, hay quienes adoran a Dios bailando o cantando, o escriben, o leen, o buscan las congregaciones de personas o la soledad, se sienten más cerca frente a un altar, en un templo o prefieren salir a caminar al campo, incluso al desierto. ¿Sabías que los budistas también tienen un rosario, al igual que los musulmanes? En realidad, todo rosario es una práctica de meditación o contemplación, pero ninguna práctica se completa con la simple repetición de rezos. Hay que ponerle sazón, su salecita al acto. Sin ese “gusto”, ese amor, ese sabor, esa esencia que sólo es tuya, no sabe a nada, no sirve, no tiene el poder de transformar. En fin, el punto es: hay muchas recetas, pero la sal se pone al gusto, y esa la pone cada quien.

Jesús nos dijo: “Ustedes son la sal de la tierra.” Por eso, los altares de piedra, madera o cualquier otra cosa tangible se rompen y las cenizas se dispersan. No hace falta quemar incienso ni decorar mesas, hace falta poner la sal del compromiso en todo lo que hagamos. Y no se requiere tampoco cantidades exageradas. Haz lo que tienes que hacer -de todas formas, tiene que hacerlo- y pon tu ser en eso que haces. Que tus actos tengan tu firma, y que tu firma sea tan sutil como una sonrisa o una caricia sencilla pero sincera.

En inglés hay un dicho: “The devil is in the details” (El diablo está en los detalles.) De modo que te cuidado con exigir tantos detalles. Mientras más nos llenemos de detalles para “cumplir” frente a Dios -tienes que hacer esto y esto y esto y esto- más insípida es la sal porque no contiene tu esencia sino tu deseo de compensar el vacío que hay en ti, y que entregas, ese sí, a manos llenas.

Si para servir a Dios necesitas un puesto, un título, un grupo, un rosario específico, un altar decorado, un montón de flores, una veladora de tal color y perfumada de tal olor, en fin, si necesitas cumplir a detalle las muy diversas recetas que existen y no puedes tener flexibilidad ni aceptar cambios e incluso carencias, entonces necesitas cuestionarte: ¿Será que la sal que ofrezco está insípida? ¿Será que necesito justificar todo lo que no doy de mí ser con todo lo que aparentemente ofrezco?

Jesús también nos advierte: “Pero si la sal se vuelve insípida, ¿cómo podrá ser salada de nuevo? Ya no sirve para nada, por lo que se tira fuera y es pisoteada por la gente.” (Mateo 5, 13)

Ahora, no confundamos esto con una condena. Lo que Jesús nos dice es: “regresa a la sencillez de la relación”. Tira tus recetas o por lo menos no seas tan estricto en seguirlas, y simplemente relaciónate con Dios y con tu prójimo. Quítate el puesto, deja de dictar órdenes, olvídate de las formas un rato; vaya, actualmente hasta hace falta apagar el celular, la televisión y cerrar la computadora. No esperes a que te busquen, te llamen, te saluden, porque tú eres el importante aquí. Ve y busca, llama, saluda. Enfócate a simplemente existir, estar con Dios y con a las personas que te rodean. Y existe en relación, siempre en relación. La sal, la verdadera sal está en tu esencia humana, y esa no pierde sabor cuando sale de las profundidades del mar de tu ser.

Amor mío, ayúdanos a descubrir la sal (el sabor) de nuestra vida, y ser así sal para este mundo que tanto necesita darle un sabor humano a las interacciones y a nuestras vidas. Te lo pedimos desde lo más profundo de nuestro ser y con la mayor humildad que nos es posible. Gracias. Te amo.





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