domingo, 29 de julio de 2018

Cambiar el corazón



 
“Apenas Saúl volvió la espalda alejándose de Samuel, Dios le cambió el corazón y ese mismo día se cumplieron todas las señales. Al llegar a Guibea, Saúl y su sirviente se encontraron con el grupo de profetas: el espíritu de Dios se apoderó de él y se puso a profetizar en medio de ellos.” 1 Sam 10, 9-10

Jesús, comprendo que a veces hay que alejarnos de quienes nos han guiado para permitirte a Ti hacer tu trabajo. Después de todo, nadie se queda eternamente como alumno en una escuela, por ejemplo. No podemos vivir eternamente a la sombra y el resguardo de quienes nos han formado. Debemos dejar a nuestros padres, nuestros maestros, nuestros mentores, nuestros guías, y caminar con nuestro propio pie. 

Pero cuando hemos sido amados, nunca se camina completamente solo. Yo crecí rodeada de música. Mi mamá cantaba hermoso. Entre las canciones con que me educaron está una de Alberto Cortés: “Camina siempre adelante”. Es fácil recordarla: “Cuando le dije a mi padre, que me iba a echar a volar, que ya tenía mis alas y abandonaba el hogar. Se puso serio y me dijo, a mí me ha pasado igual. También me fui de la casa cuando tenía tu edad. En cuanto llama la vida, los hijos siempre se van. Te está llamando el camino, y no le gusta esperar: Camina siempre adelante… “ y sigue con un muy valioso grupo de consejos. Entre ellos, el que me compete hoy: 

“No has de confiar en la piedra, con la que puedas topar, apártala del camino, por los que vienen detrás.” En este mundo hay tantas piedras. Constantemente nos quejamos de ellas, constantemente nos paralizamos ante ellas. Pero la mayoría no intenta apartarlas del camino. Les sacamos la vuelta, las ignoramos, nos acostumbramos a tropezarnos una y otra vez con ellas, pero son pocas las personas que intentan quitarlas del camino. Yo hago mi esfuerzo, pero la piedra que tengo delante de mí se siente enorme. Y nadie puede decir que no lo intento. Me he esforzado tanto en intentar moverla que hay momentos en que ya no quiero intentarlo más. Y sinceramente, creo que no voy a lograr moverla ni un centímetro, me esfuerce lo que me esfuerce, es enorme. ¿Pero sabes qué Dios mío? Voy a intentar dejarla donde está y convertirla en altar, y desde ahí, honrar a mis padres, maestros, mentores y guías, y cantar en alabanza tu nombre: “Yo Soy”. Porque quizá no quieres que se mueva, sino que se transforme. 

Ayúdame Tú, y así como a Saúl, “cambia mi corazón” y conviértelo en un altar que viva para alabar Tu nombre. Convierte mi piedra en canto. Seguro así se apartará del camino, o, al menos, será un refugio de alabanza para quienes también están cansados de intentar mover piedras insalvables. Quizá. Espíritu de Dios, ayúdame a cantar. Gracias. Te amo. 

Por si alguien tiene ganas de cantar hoy conmigo:




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