viernes, 20 de julio de 2018

Imaginar ser una hormiga


 
“Ana le respondió: «Señor, yo sólo soy una mujer que tiene pena; no he tomado vino ni bebida alcohólica, sino que estaba expandiendo mi corazón delante de Yavé. No tomes a tu sierva por una mujer cualquiera; si me quedé tanto rato orando ha sido porque mi sufrimiento y mi pena son muy grandes.» Helí entonces le dijo: «Vete en paz, y que el Dios de Israel atienda la oración que acabas de hacerle.» Ella le respondió: “¡Ojalá tu sierva sea siempre bien vista por ti!» Se levantó, comió, y su cara tenía otro aspecto.” 1 Sam, 15-18

Mi Bien, qué fácil es para quienes no sienten el corazón que sufre, emitir un juicio. Helí veía a la mujer llorar y orar, pero no pudo más que juzgar que si se tomaba tanto tiempo y si lloraba tanto, entonces era porque estaba borracha. Tenemos tan poca imaginación, que la empatía es prácticamente imposible.

Sí, se requiere una enorme imaginación para colocarse en los zapatos de otros. Para intentar sentir lo que el otro siente. Y quiero decir “sentirlo” de verdad “sentirlo”. En la carta a los Hebreos 13, 3, leemos: “Acuérdense de los presos como si estuvieran con ellos en la cárcel, y de los que sufren, pues ustedes también tienen cuerpo.” En otras palabras, imaginen el dolor, la impotencia, la desesperación, la soledad. Imaginen con todo su cuerpo, sientan el frío, sienta piel chinita, el temblor, la taquicardia que implica una ansiedad que no parece tener fin, la opresión en el pecho, los ojos rojos e hinchados de tanto llorar. 

A veces, casi siempre, juzgamos a partir de nuestra experiencia. Y lamentablemente, la palabra “depresión” es para muchos una “tristeza muy grande”, pero tristeza al fin. Tere Uscanga, psicóloga, lo explica así: La palabra “depresión” no se usa con su verdadero significado. Insistimos en creer que se trata de una tristeza, un duelo, un mal momento, pero cuando es un problema clínico y crónico, que se extiende en intensidad y tiempo, no es una tristeza que simplemente se supera. Es más, estamos tan ciegos ante lo que implica, que ya ni le llamamos depresión, decimos, “hoy estoy depre”. Estamos tan ciegos que no podemos siquiera nombrarlo en su totalidad. Hoy todo el mundo está “depre”. 

Ayer, alguien me dijo que salir de la depresión es fácil. Es cuestión de “querer”. Claro, es tan fácil como dejar el alcohol, el cigarro, las drogas, la comida en exceso, las relaciones destructivas, el celular y el dañino hábito de vivir pegado a él, en fin. Dejar cualquier cosa que te hace daño es cuestión de “querer”. Entonces, si no lo hemos hecho es porque no “queremos”. Por si no se ha notado, el tono de lo que acabo de decir es sarcástico. 

Y perdona mi sarcasmo, Dios mío, pero por muy “científico” que me digan que es un procedimiento que promete modificar tus neurotransmisores, implicará disciplina y constancia y esfuerzo. Implicará dormir a ciertas horas, por un determinado número de horas, hacer ejercicio, comer más sano, emplear estrategias de relajación, modificar a voluntad tu lenguaje, aprender a enfocarte en el lado amable de las cosas, en fin. Todo es “actitud”. Hay miles de técnicas y saberes que ayudan. Pero ese es el punto, ayudan, pero de eso a decir que “es fácil”. Uff… Tan fácil como lo sería correr una carrera de 5 kilómetros para alguien que, apenas si camina. O peor aún, para alguien que cada que corre se lastima las rodillas, porque tiene exceso de peso, precisamente porque no corre, apenas si camina. 

Y no sé, Dios mío, si realmente valga la pena molestarme por esto. Ayer me sentí como una hormiga tratando de hacer entrar en razón a una persona cuya existencia es tan diferente a la de la hormiga. Tendrías que ser hormiga para valorar todo lo que ser hormiga implica. El enorme esfuerzo que haces para cargar cosas tres veces más pesadas que tú, y trabajar y trabajar y trabajar con todo tu empeño para mover algo de un lugar a otro, sólo para que la enorme persona que está ahí te diga: bah… eso es fácil. Tome la hoja que estás cargando en sus dedos y la coloque lejos de ti y justo del lado opuesto a donde la ibas a llevar originalmente, porque como no es la hormiga y no preguntó: ¿a dónde llevas eso? Asumió que te hacia un favor. 

No te lo tomes personal, me digo. Pero ese es el caso, llega un momento en que es personal. Es MI vida, es la vida de todos nosotros (ahora que estoy en grupo de apoyo de personas con algún trastorno emocional, ya no soy yo, somos nosotros y hay cada historia, cada comentario, cada juicio, que bueno, es sorprendente que sigamos vivos). Y lo siento, pero no se puede “tomarlo impersonal”. Y si no lo puedes entender, intenta aunque sea imaginarlo, aventarte al suelo y tratar de ver las cosas desde la pequeñez de una hormiga. De otra forma, no es que “no quiera yo”, es que “no tienes la capacidad de caminar a mi lado”. Y si he de cargar con mi problema y además la culpa que me avientas encima… Gracias, pero me quedo con el problema y tú quédate con tu solución “impersonal y sencilla”. 

-      Hay resentimiento en tus palabras.

-  Lo sé Jesús, hay resentimiento en mis palabras, de hecho, en todo mi cuerpo, en todo mi ser. Me niego a cargar con la culpa de “es cosa de querer”. No hago otra cosas que “querer” y esforzarme.
-     Perdónalos, no saben lo que dicen.
-  Pues no, no saben, pero como que alguien les tiene que explicar, ¿no? Como que ya estuvo bueno de tanto juicio. Como que si lo que queremos es prevenir el suicidio, no hay que empujarnos a sentir que si “no se puede” es porque “no se quiere”. Si así va a ser, mejor dales el cuchillo, las pastillas, la pistola o la soga. La depresión clínica, y otros trastornos, no son un chiste. Son tan graves y tan mortales como un cáncer. ¿Te imaginas decirle a alguien: “si tienes cáncer es porque tú quieres”?
-    Sabes que esta persona no pretendía juzgarte.
-    Pero lo hizo. Lo hacemos todo el tiempo. Somos un pueblo sin imaginación, sin empatía, incapaz de ver que si lo que quiero es acercarme al otro, tengo que hacerlo desde SU realidad, no la mía.
-    Te amo… por terca.
-   Yo también te amo… por paciente. Que tu paciencia no se acabe, y que siempre me dejes caminar cual hormiga en tu mano.
-    Y que tú no dejes de cargar con pequeñeces tres veces más pesadas que tú. Las grandes diferencias están en los detalles. Y tú eres un enorme pequeño detalle. No lo olvides. 








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