El
pueblo de Israel pidió a Samuel, entonces juez del pueblo, que les diera un rey,
puesto que él ya era viejo y sus hijos, a quienes había hecho jueces, “se
dejaron seducir por el dinero y en vez de hacer justicia aceptaban cohechos.”
Samuel advirtió al pueblo de lo peligroso que era tener un rey pues se prestaba
a caer en toda clase de abusos que vienen con el poder, pero: “El pueblo no quiso
hacerle caso a Samuel. Le dijeron: «No importa, queremos un rey. Así seremos
como todas las naciones, nuestro rey nos gobernará; irá al frente de nosotros y
comandará nuestras guerras». Yavé, por su parte, le dijo a Samuel: «Atiende a
todo lo que te dice este pueblo, porque no es a ti a quien rechazan sino a mí.
Ya no quieren que reine sobre ellos.»
Todo esto se describe en 1 Sam 8
Ay
Jesús, ¿por qué me he despertado a enfrentarme con este capítulo y esa noticia?
Es complicado hablar de esto. Es doloroso.
La noticia de la que hablo es del periódico El País, Edición América, y habla
sobre abusos de niños sordos en Argentina (Infierno en la “casita de Dios”: dos curas violaban niños sordos ayudados por una monja). En el mismo periódico,
pero con otras fechas, hay otras dos notas sobre sacerdotes, ambas sobre México:
una entrevista con Alejandro Solalinde, sacerdote asesor de López Obrador, y
otra titulada “Las sotanas ya no frenan las balas en México” sobre cómo se han
quintuplicado las cifras de sacerdotes asesinados en nuestro país.
En
una ocasión, escuché a un sacerdote decir que ellos, los sacerdotes, era los “príncipes
de la Iglesia”. Ahora que comprendo que sacerdotes somos todos, que el bautismo
nos hace sacerdotes a todos, comprendo mejor la enorme diferencia de ser gobernados por
“jueces” que por “reyes”, “gobernantes”, “presidentes”, “sacerdotes”, y
cualquier otra figura de autoridad.
Como
ya lo hemos platicado: juzgar es buscar la verdad, comprometernos con ella. Y
cuando Yavé le otorga al pueblo lo que pide: un rey; no lo hace para
gobernarlos a través de él, sino porque, el pueblo, nosotros, hemos decidido
renunciar a nuestra obligación de juzgar, y hemos preferido ser juzgados por un
poder al que le hemos dado la autoridad de hacerlo.
La
Iglesia debería buscar ser una comunidad. No es un gobierno ni una empresa ni
una organización, y no debe ser gobernada por “príncipes”. Pero así lo hemos
permitido. Entre estos “príncipes” hay algunos que han abusado de su poder, y
la Iglesia, que somos todos nosotros, se los hemos permitido. Hay también otros
que han entregado, literalmente, su vida por el pueblo al que sirven, y
nosotros, no los hemos sabido apoyar y defender. El problema con el “poder” es
que al final, se encuentra solo. Mi papá, militar, lo llama: la soledad del
mando.
Ahora,
dado que somos todos sacerdotes, ¿no deberíamos todos estar comprometidos con
esa búsqueda de la verdad? ¿No deberíamos todos responder a nuestro compromiso
cristiano de vigilar que la comunidad, no la organización ni sus poderes, sea
llevada por caminos de dignidad, compasión, corrección, apoyo, ayuda,
tolerancia, paciencia, en fin?
Pero hemos
dejado de juzgar hace mucho tiempo. Y las autoridades no nos enseñan a hacerlo.
La iglesia, como toda organización o gobierno, quiere más ovejas que pastores. Pero nuestra función no es ser
ovejas, sino buscar ser pastores. Ejercer nuestro buen juicio, buscar la verdad
y transformar nuestra iglesia y nuestras comunidades en el Reino de Dios, no en
nuestro pequeño, o grande, ámbito de poder y abuso.
Ayer
un amigo me dijo que ya no creía en Dios. Yo le respondí que me alegraba que ya
no creyera en la imagen que nos han vendido de Dios. Él insistió. Mira, me
dijo, yo ya no creo en el ser amoroso que dicen es Dios. ¿Cuál habrá sido su experiencia
con nosotros, los cristianos, los católicos, que ya no cree que Dios es amor? ¿Cuántos
de nosotros estamos más dispuesto a negar la Verdad del amor al prójimo que a
reconocer que no hemos sabido vivir a la altura del amor, es decir, de Dios?
¿Cuántos hemos estado más dispuestos a defender, o destruir, príncipes de la
iglesia, que a tener un juicio más humano y lleno de amor hacia el humano que
es quien, finalmente, sufre?
Señor,
te pido por tu Iglesia. Te pido por tus hijos. Te pido que despiertes en
nosotros el juicio que necesitamos desarrollar para dejar de ser sólo
jerarquías, y mejor ser “humanos”. Gracias mi Bien por darnos la capacidad de
juzgar y responsabilizarnos de nuestras decisiones. Danos ahora la capacidad de
encontrar caminos que nos lleven a estrechar manos de apoyo, siempre sumergidos
en la búsqueda de tu Verdad, y siempre reconociendo que tu Verdad nada tiene
que ver con nuestro poder, nuestro puesto, nuestro nombramiento o nuestra
autoridad. Tú eres el Camino, la Verdad y la Vida. Que el despertar de nuestro
juicio nos enseñe a seguirte, y seguirte nunca será dominar a otros, sino
liberarlos a su propia capacidad y juicio.
Recomendamos también el artículo del que se tomó la imagen:
Foto tomada de “El poder corrompe: 3
prácticas para vencer la paradoja del poder: http://clavesliderazgoresponsable.blogspot.com/2016/09/el-poder-corrompe-3-practicas-para.html
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