lunes, 16 de julio de 2018

El amor como necesidad que se cubre


 
“Había entonces en Belén de Judá un joven levita que vivía como huésped en ese clan de Judá. Un día dejó Belén de Judá esperando que alguien lo adoptara donde fuera. Caminando llegó a la casa de Micá en la montaña de Efraín. […] Micá le dijo: «Quédate conmigo, serás para mí un padre y un sacerdote.» […] El levita aceptó quedarse en la casa de ese hombre y ser para él como uno de sus hijos.” Jue 17, 7-11

Un suspiro. Lo que surgió de este pasaje fue un suspiro. La familia no sólo es de sangre. Se dan casos en que familia es un ser capaz de comprender tu necesidad y brindártela. Es un acuerdo en el que aceptamos darle al otro lo que necesita. El muchacho necesitaba ser adoptado como hijo, y Micå necesitaba un padre. No tiene lógica, si lo ves bien. El muchacho fue el padre de Micá, y Micá fue el padre del muchacho. Ambos fueron un hijo para el otro y ambos fueron un padre para el otro. 

El amor no tiene lógica. El amor es capaz de reconocer aquello que necesitas y dártelo, no porque sea esa la función que corresponde sino porque ama. Amar es reconocer la necesidad de otro y en la medida de lo posible, cubrirla. Pero amar es también expresar tu necesidad. Ambos se dijeron lo que necesitaban. Sin ese acuerdo, sin hablar sobre lo que necesitamos los unos de los otros, sin el compromiso de brindarnos y buscar satisfacer nuestras necesidades mutuas, el amor se cansa, se seca, se acaba. 

Pedir amor incondicional es pedir imposibles. El único amor incondicional es el de Dios, que es fuente de agua, no se seca, no se cansa. Pero creer que realmente tenemos la capacidad de amar hasta el infinito sólo porque somos “buenos”, es el auto-engaño más grande que existe. El amor no es incondicional. Hacemos acuerdos, hablamos de lo que necesitamos, expresamos nuestras dudas y miedos, nos convertimos en padres o madres o hijos, según lo necesita el ser amado. Y serán para nosotros hijos o padres o madres según sea necesario. 

Si de verdad quieres amar, no lo hagas sin condiciones. Establece límites, has acuerdos, trabaja para el bienestar de quien está dispuesto a darte lo que tiene para dar, y pide lo que necesitas. No quieras jugar a ser Dios. No puedes, no eres Dios. Sé el hijo que te corresponde ser, y conviértete en el padre que, en determinado momento, pueda responsabilizarse del otro. Ama, pero no confundas el amor con una entrega absoluta que te dejará vacío. Si tu corazón está seco, si tu entrega no es vista, si tu persona no es cuidada, eres un huésped en ese corazón. Es hora de buscar un hogar. 

Empieza por amarte a ti mismo, por ser tu padre y tu madre y tu hijo. Reconoce tus necesidades y cúbrelas. Habla de tu verdad, y reconoce las capacidades que tienes y lo que puedes ofrecer, ponlo sobre la mesa y no permitas que se tomen sin reserva. Di lo que estás dispuesto a hacer y lo que estás necesitado de recibir. Sin acuerdo de por medio, y sin la disposición del otro a cumplirlo, no te quedes. 

Esto que te digo tiene también sus matices, porque a veces necesitarás un padre, pero la otra persona no puede ser más que hijo. Si decides quedarte porque tú le amas, hazlo, más sé consciente de que no puedes pedir lo que el otro no está capacitado para dar, y bajo esa consciencia refúgiate en el amor supremo. Pero no dejes nunca de alimentar tus necesidades. Busca la manera de alimentar, aunque sea hasta cierto punto, tus necesidades. Porque del amor al odio sólo hay un paso: dolor. 


Y cuando veas sobre la mesa un banquete y tú, muerto de hambre pidas comer, y en lugar de invitarte a la mesa se te den las sobras, o te avienten migajas, o de plano no te den nada y te dejen mirando, vas a sentir mucho dolor. Vas a sentir odio. No te dejes llevar a esos extremos en nombre del amor. Busca lo que necesitas antes de que sea demasiado tarde. Reconoce en ti al humano, no seas perro de nadie.

Jesús, danos la capacidad de amar con límites, como los seres humanos que somos y no como si realmente pudiéramos igualarte. No permitas que nuestro ego se convenza a sí mismo de su grandiosidad al amar. Danos la humildad suficiente para reconocer lo que necesitamos y dar, sin egocentrismos ni sentimientos de superioridad, lo que otros necesitan. Danos la humildad de escuchar, porque tampoco somos dioses para adivinar, ni podemos pedirle a nadie que adivine. Y danos el valor de reconocer cuando no somos amados y no vale la pena intentar serlo. Sé nuestro refugio en momentos así, y ayúdanos a darnos los que necesitamos para salir adelante. Te amo. 

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