viernes, 6 de julio de 2018

Hermano Mayor



“Entonces Yavé les dio jueces que los salvaron de las manos de los que los asaltaban. Pero tampoco escucharon a sus jueces. Se prostituyeron siguiendo a otros dioses y se postraron ante ellos.” Jue 2, 16-17a

La introducción del libro de Jueces de la Biblia Latinoamericana (2005) nos dice: “la palabra ‘juzgar’ quiere decir también gobernar.” Así que un juez es también un gobernante, más aún, un líder, y juzga, no para condenar o salvar, sino para dirigir. Saber juzgar es una obligación de todo líder. Implica capacidad para observar, conocimiento, análisis, cuestionar, incluso intuir, preguntar y hablar de lo que nadie quiere aceptar. Juzgar es una labor para valientes, pero también para compasivos. Es una labor para quienes son exigentes, no porque los demás deban hacer algo ante sus órdenes, sino porque un verdadero juez no pide a nadie nada que no haya hecho él mismo. Ser juez es ser ejemplo. Un juez, además, no busca poder, busca empoderar a quienes están a su lado. No busca mandar, porque quien “manda” tiene también la obligación de “vigilar” que se realice, y “corregir, regañar” cuando no se realiza. No, eso es mucho trabajo y no hace más que fomentar el paternalismo y hacer inútiles. Un juez no es un jefe, es un maestro que te enseña a juzgar por ti mismo, a motivarte tú mismo, a dirigir tus pasos tú mismo, a responsabilizarte de ti mismo. Un juez no te dirige, te guía. 

Por eso es más tentador prostituirse y venderse a quien no te exige crecimiento y es condescendiente con tu capacidad de cambio. Suena feo, pero siempre que preferimos darnos una palmadita en la espalda y decirnos que lo que hacemos no tiene tanta relevancia, que no es para tanto, que actuamos como lo hacen todos, que “así es la vida”, que no es personal o que el único responsable es el otro, nos hemos entregado a la facilidad de lavarnos las manos y sacrificar a otro por unas monedas de comodidad. 

Jesús, Tú y yo no siempre hemos estado tan unidos. Hubo una época en que mi única relación era con Dios Padre. A ti, ¿lo recuerdas?, no quería ni verte ni oírte ni tenerte cerca. Tu cruz me recordaba demasiado mi dolor, y tu respuesta a mis preguntas siempre eran: abraza mi cruz, mi carga es ligera. Tardé en comprenderlo. Porque sinceramente tu Cruz se me presentaba como algo aún más grande que mi pena, y si no podía con la mía, ¿cómo poder con la tuya? Pero ahora comprendo mejor y me abrazo a tu Cruz con todo mi ser. Permíteme, permítenos a todos abrir nuestros ojos y alma a la cruz del dolor que nos tocó vivir y sé nuestro Juez, que, es decir, nuestro guía, nuestro camino hacia una vida que no pretende negar el dolor, sino trascenderlo. Yo sé que no nos pides nada que no hayas hecho Tú primero y que sabes muy bien lo que cuesta. Y tienes razón, contigo toda carga es mucho más ligera de lo que podría ser sin ti. Gracias por ser guía, amigo, hermano mayor. Gracias, mil veces gracias. Te amo.





Foto tomada de “Mi hermano mayor, El Mercado de la Pulga”: http://elmercadodelapulga.com/mi-hermano-mayor/

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