“Pero
permanecieron fieles a Yavé porque en muchas ocasiones tuvieron la experiencia
del Dios que salva.” Introducción al libro de Jueces, Biblia Latinoamericana
(2005).
Mi
Bien, mi dulce Amor, mi Vida, hoy no puedo más que elevar mis manos y
agradecerte en un abrazo toda la dulzura que me has dado.
Ayer,
de la nada, sin más, llegó la muerte y se sentó a mi lado, me susurró, como a
veces lo hace, las palabras que ya conozco: «¿Por qué te esfuerza? ¿Qué caso
tiene? Todo es mejor sin ti.» Lloré y lloré y lloré, y te pedí que me
perdonaras porque le creo. Todo alrededor parece confirmarlo, porque mi hogar y
mi persona son un desorden, un nudo, un pozo sin fin.
Y ya
sé que no tiene caso resistir sus palabras ni tiene caso tratar de convencerla
del valor de vivir. Es la muerte, ¿qué puede entender ella de la relevancia de
estar vivo? No. Sólo lloré, porque hay verdad en sus palabras: no soy
necesaria. Puedo morirme hoy y el mundo seguirá su curso.
Pero
-y ese es el “pero” más hermoso que existe- entre lágrimas y la enorme
sensación de desesperanza, surge Tu Presencia, tierna, gentil, amable. No dices
nada, sólo te sientas a mi lado y lloras conmigo. Te duele también. Te duele no
poder cambiarlo como magia, porque no eres un mago y tus milagros no son
intransigencias. Te duele saber que soy capaz de amar tanto, sin sentirme amada.
Porque seamos sinceros, la mayoría de nosotros no sabemos hacerle sentir a
otros que son amados. Y tampoco tenemos muchas ganas de aprender. Es más fácil
mantenerlo impersonal: no es personal. Nada, ni el trabajo ni el esfuerzo ni la
dedicación ni el tiempo que entregamos ni las ganas que le ponemos a todo, nada
es personal. ¿Por qué te lo tomas personal?
Te
duele que cargue con las culpas que me avientan encima: eres demasiado, eres
fea, eres exigente contigo misma, eres dejada, eres negativa, eres incapaz de
convivir, estás malita, eres una enferma, todo está en tu mente, porque eres,
eres, eres, eres, eres… Y cada eres pesa más y más.
Pero
tu presencia es una experiencia de amor, porque ya no estoy sola. Porque Tu no
me dices “eres esto o aquello”. Ni me tratas de convencer del valor de la vida
y de lo equivocada que estoy en desear morirme. Sólo estás ahí y lloras conmigo
y entiendes esa enorme soledad de ser todo lo que nadie quiere que seas, lo que
a nadie le conviene que seas. El dolor de no poder evitar ser quién eres. Sólo
estás ahí. Ese es el milagro.
Gracias
mi Bien, mi Dulzura, mi Vida. Gracias por estar ahí. Gracias por esta
experiencia de Ti. Gracias porque es Tu Presencia la que me salva y me hace
saber que, si bien nadie me necesita, tú me amas. Y si aún no has decidido
liberarme de mi vida, para algo he de servir. Y servir es lo que quiero. Y eso,
servir, es completamente personal y lo tomo así, y lo vivo así. Servir es vida.
Así que la muerte puede rondar todo lo que quiera, mientras Tú no me llames a
Ti, yo sigo. ¿En qué puedo servirte?
Te
amo.
Foto tomada de “La taza perfecta”: http://asociacionteinfusiones.es/beber-te/la-taza-perfecta/
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