martes, 31 de julio de 2018

¡¿Qué hiciste?!


 
En el capítulo 13 del Primer libro de Samuel, se nos narra cómo, ante la amenaza de que los filisteos invadan, Saúl (ahora rey) decide ofrecer el holocausto y hacer los sacrificios de comunión él, en lugar de seguir esperando a Samuel (hombre considerado santo) quien no llegó pasados los siete días acordados. 

“Samuel le dijo: «¿qué hiciste?» Y Saúl le respondió: «Vi que la gente empezaba a irse porque tú no llegaste en la fecha convenida, y ya los filisteos se reunían en Micmás. Entonces me dije: «Los filisteos van a bajar a atacarme en Guilgal sin que haya tenido tiempo para implorar a Yavé. Por eso decidí ofrecer un sacrificio por mi cuenta.» Samuel le dijo: «Te has portado como un tonto: no cumpliste la orden que te había dado Yavé tu Dios cuando te dijo que te haría rey de Israel para siempre. Por eso ahora tu realeza no se mantendrá…” 1 Sam 13, 11-14a.

Parte del comentario de este suceso en la Biblia Latinoamericana (2005) nos dice que podemos interpretar los sucesos tal y como se narran (lo que implica que Saúl fue, efectivamente, un tonto que se condenó a sí mismo y es, también, el único responsable de su mala fortuna), pero, nos aclara el comentario: "al mismo tiempo podemos advertir de qué manera Samuel se atribuye una especie de autoridad de derecho divino. ¿En nombre de qué autoridad soberana se permite Samuel faltar a su palabra, no llegando en los plazos establecidos? Como muchos otros jefes Samuel se siente dispensado a rendir cuentas a quien quiera que sea. ¿Desde cuándo Saúl es el único responsable de la falta ritual que cometió? ¿Y cómo puede condenar a Saúl si éste actuó según su conciencia?” 

Me alegro que el comentario cuestione lo dicho por Samuel. Por muy hombre de Dios que Samuel sea, ¿quién es para juzgar de “tonto” a Saúl? Saúl actúo según creyó conveniente. Y eso es algo muy significativo. No recuerdo en qué curso, pero recuerdo haber aprendido algo muy importante: TODOS tomamos las mejores decisiones que podemos tomar en determinado momento. Muy probablemente con el tiempo nos daremos cuenta de algunas de esas decisiones fueron un error, puede que incluso de inmediato nos demos cuenta, pero al momento de tomar la decisión, nadie QUIERE que sea un error. Todos hacemos un esfuerzo REAL para tomar la mejor decisión posible con las herramientas con las que contamos. También hay quien tiene más habilidad para analizar situaciones y mejores herramientas para hacer el análisis. Hay quien tiene más experiencia. Y así podemos hablar de las muchas cosas que nos distinguen y le dan sentido a las decisiones que tomamos. Lo importante, creo, es no calificar la decisión de buena o mala, de tonta o inteligente, de fácil o difícil. A veces, lo que decidimos y hacemos es lo que “podemos” hacer, y eso es bastante. 

Si aprendiéramos a juzgar y calificar menos las palabras y el actuar propio y de los demás, quizá más personas estaríamos dispuestas a tomar la decisión de expresar lo que vivimos, sentimos y pensamos. Y conocer con claridad todo eso nos ayuda a tomar decisiones que nos lleven a acciones que, por no tener el peso del juicio encima, podamos realizar sin temor a equivocarnos. Después de todo, la frase: “sin temor a equivocarse” no necesariamente se tiene que interpretar como “tener la razón”, sino a que, efectivamente, no se tiene miedo a cometer un error. Si podemos cometer error, tras error, tras error, y eso no implica que seamos tontos, entonces, quizá, sea más fácil aprender del error, sin descalificar lo realizado por “tonto”. 

Jesús, tú nos has dicho que no es lo que contamina al hombre lo que entra por su boca sino lo que de su boca sale. Cuida nuestras palabras cuando expresemos nuestra opinión en torno a nuestro actuar y el de otros. Decir cosas como: eso es fácil o difícil, eso es inteligente o tonto, no depende al cien por ciento de lo que ES ese algo. sino de quien lo vive, las experiencias que tiene, los conocimientos con que cuenta, el estado de ánimo en que se encuentra, la situación que vive, en fin. Ayúdanos a describir la acción, no calificarla. De otra forma corremos el riesgo de llamar “tonto” a quien SIEMPRE hace su mayor y mejor esfuerzo. Y eso es una injusticia enorme. Por lo menos eso creo, y si me equivoco, házmelo saber con la paciencia que te define y el amor que te conmueve. Y también perdona las muchas veces que nos hemos calificado a nosotros mismos y a los demás. A veces, somos los primeros y más grandes jueces. A veces, como Samuel, se nos antoja creer que la “razón” es sólo nuestra, y los “tontos”, los que se ponen “difíciles”, son los otros. Después de todo, ni nadie tiene TODA la razón, ni nadie está COMPLETAMENTE equivocado. Bendito seas Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Te amo. 




Foto tomada de “Para qué argumentar si podemos descalificar”: https://wonalixia.blogspot.com/2010/01/para-que-argumentar-cuando-podemos.html


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