“Los hombres de David
hallaron a Absalón por casualidad; iba montado en su mula y ésta pasó debajo de
las ramas de una gran encina. Sus cabellos se enredaron en la encina y quedó
colgando entre el cielo y la tierra mientras la mula seguía su carrera.” 2 Sam
18, 9
Tengo la dicha de tener
un tío sacerdote (P. Plácido Castro). En realidad, es un tío adoptivo (nos adoptamos mutuamente como tío y sobrina), pero es mi tío porque la
casualidad nos ha dado el mismo apellido y el mismo amor a Dios. Somos familia
espiritual mi tío y yo.
Mi tío, justo ayer, me
incitó a reflexionar: ¿Cómo relacionar ese “no tragarnos las cosas” así nada
más, sin cuestionarlas, sin ser inflexibles, con todo el capítulo once de la Carta a los Hebreos:
“la fe es fundamento de lo que se espera y garantía de lo que no se ve”? ¿Cómo
se relaciona la fe y la necesidad de ser flexibles? (Por cierto, si no has leído
ese capítulo 11, tienes que leerlo; es bellísimo y tan cierto.)
Bueno, la cita de hoy
nos narra cómo fue que Absalón quedó atrapado en un encino. La imagen de un
hombre cuyos cabellos se enredaron en las ramas de un árbol es casi
caricaturesca, y se antoja una forma muy… “estúpida” de quedar atrapado. Pero
en realidad es algo que sucede mucho, y es trágico. Y sí, he dicho sucede,
aunque ya nadie ande en mula y los encinos sean escasos en las grandes urbes,
este destino trágico es, tristemente, muy común.
Pero vamos por pasos.
Primero hablemos de las imágenes y los símbolos. Quizá porque soy maestra he descubierto que a
veces para explicar algo complejo la mejor estrategia es usar imágenes simples.
Claro que no descubrí el hilo negro. Los seres humanos siempre hemos hablado
con símbolos. Las mismas palabras son símbolos. Y es así porque somos hechos a
imagen y semejanza de Dios, es decir, nosotros, como todo lo que es, nos
manifestamos constantemente en imágenes y símbolos. Un arcoíris representa la
esperanza, por ejemplo. Una torre, la arrogancia. Un padre que espera a su
hijo, el amor incondicional de Dios.
La casualidad también
juega su papel: porque a veces hacemos énfasis en una cosa y después,
“casualmente” surge esa misma cosa en otro contexto. Freud y su psicoanálisis
le da importancia a estas imágenes aparentemente casuales que surgen en, por
ejemplo, nuestros sueños. Pero la teoría de la interpretación de los sueños no
es exclusiva de Freud. También Carl Jung, discípulo de Freud, se interesó tanto
en el inconsciente como en la interpretación de los sueños. Pero antes de
entrar en la materia de interpretar, entendamos que, para Jung, existe el
inconsciente personal y el colectivo. Este último lo compartimos todos y son
imágenes arquetípicas que reflejan algo de nosotros como humanidad. Esto es
importante porque nos permite interpretar cosas no sólo como algo personal y
exclusivo, sino reconocer “saberes” que como humanidad hemos “revelado” a
través de las imágenes que narramos no sólo en nuestros sueños, sino en las
historias, mitos, leyendas, cuentos y ahora novelas y películas, entre tantas
otras cosas que creamos.
Además, para Jung, a
diferencia de Freud, las imágenes del sueño no esconden un deseo insatisfecho y
reprimido, sino que revelan significados profundos. No están generadas por un
conflicto interno, sino que tienen una función compensatoria y educativa. Es
decir, la mente usa imágenes para explicarnos cosas complejas con símbolos
simples. Si te interesa el tema, checa la presentación: Los sueños según Freudy Jung. (1)
De modo que intentaré
“revelar” lo que me dice esta trágica historia de Absalón. En el capítulo 14 de
2 Samuel, hay un versículo que habla del cabello de Absalón: el 26. “Absalón se
cortaba el cabello cuando ya le pesaba mucho, y cuando se lo cortaba, lo
pesaba. Pues bien, pesaba doscientos ciclos según el peso del rey (un kilo y
medio).” Cuando leí eso me llamó mucho la atención: ¿Para qué hablarnos de lo
guapo que era Absalón (versículo 25) y hacer tanto énfasis en la gran cantidad
de cabello que tenía y lo aparentemente orgulloso que estaba de su abundancia
(lo pesaba)?
Según entiendo, la
cabeza es el origen de nuestras ideas, de ahí surgen, ahí nacen. De modo que
creo que hablar del cabello tan abundante y bello de Absalón, es hablar de sus
ideas: que eran abundantes y bellas, y que, como el cabello, nacen en la
cabeza. Después de todo, sus ideas convencieron a muchos, la gente lo siguió,
él buscaba justicia, quería el poder, pero no con fines mezquinos. Absalón
quería poder para hacer justicia, para darle al pueblo la justicia que él no
tuvo bajo el reinado de su padre. Recordemos: su hermana fue violada y nada se
hizo, se le “acepto” de regreso después de años de exilio, pero no fue
reconocido como hijo, tuvo que “exigir” ser visto, en fin, las injusticias nos
pueden generar mucho dolor.
En este dolor surge el
resentimiento, coraje y odio (el odio es amor dolido, no lo olvidemos). Su
necesidad de justicia fue ignorada una y otra vez, su necesidad de pertenecer,
su necesidad de ser visto y reconocido. De todo ese dolor, resentimiento,
coraje y odio, surgieron en él todas estas ideas de venganza y de derrocar,
incluso matar, a su padre. El fin no era destruirlo, sino reemplazarlo para
hacer lo correcto, para ser justo.
Definitivamente aquello
de buscar la justicia está muy bien, pero cuando nuestras ideas, por nobles y
bien intencionadas que sean, se alejan de la voluntad de Dios (que como dijo
Jesús, se puede resumir en a amar a Dios sobre todas las cosas y amar a tu
prójimo como a ti mismo), entonces es muy factible que tus ideas se enreden en
ese árbol que es la vida y que lo que crees que sabes y no estás dispuesto a
cuestionar sea tu más grande trampa.
Así que, primero,
define bien a qué Dios sirves: ¿Al de la venganza y la muerte, o al de la vida
y la ayuda? Ambas mentalidades buscan la justicia, pero de maneras muy
diferentes. Segundo, define cuál es la mejor manera de amar a tu prójimo:
¿Eliminarlo o hacer un verdadero esfuerzo para trabajar con él? Esto último
implica hablar, resolver conflictos, empatizar con el otro, pero de manera
real, no para obtener un beneficio. Implica buscar acercarte a la persona, no
verla como un simple medio u objeto que se usa y se desecha según convenga.
Implica que no te vas a sentir con el derecho de tirar todo lo creado ni de tomar
lo realizado con anterioridad como algo que es logro tuyo (¿con qué derecho Absalón
se acostó con las concubinas de David?).
Ahora bien, todos
podemos equivocarnos y luchar por ideas e ideales que la vida se encargara de
tirar por los suelos (se nos atraviesa un árbol). Pero, y esto es muy
importante, no todos estamos dispuestos a dejar ir nuestras ideas equivocadas.
Hay quienes no son
flexibles y se aferran a que las cosas sean de tal o cual manera. Sus ideas se
enredan en la vida y en lugar de caer al suelo, como cualquier mortal, arrepentirse
y hacer un esfuerzo por cambiar, sienten que están más allá del bien y del mal (quedan
colgados entre el cielo y la tierra). Ellos y sólo ellos tienen la razón. En
nuestra Iglesia Católica y en el Cristianismo en su conjunto, realmente
necesitamos revisar muchas de estas ideas y tradiciones, dogmas y
arbitrariedades que nos han hecho mucho daño. Pero ese es otro texto.
Entonces, cuando
decimos que la fe es fundamento de lo que se espera, creo que quiere decir que
ya nos hemos dado a la tarea de buscar ese fundamento, esa base, esa bondad,
belleza y verdad que hay detrás de las cosas, y que nunca son tan evidentes
como quisiéramos. Ese algo que existe en lo más profundo de nuestra humanidad,
ha sido puesto a prueba. Hemos “hecho la prueba” y hemos descubierto “¡qué
bueno es el Señor, el Ser, la Vida!”
Por eso, estoy segura
de que la fe surge a través de nuestra experiencia de vida. No se basa en los
frutos del conocimiento del bien y del mal, sino en el árbol, en la vida. La fe
no es inflexible ni es arbitraria. Es un paso que damos para experimentar la
vida. Es decir, si, por ejemplo, alguien va a intentar eso de “sacrificar” a su
único hijo (una práctica que llegó a ser común en muchas sociedades), y ya en
el momento, escucha esa voz que le dice: “No, ¿qué haces? Imagina que eres este
niño y que tu padre se muestra dispuesto a asesinarte. ¿Cómo te sentirías? ¿Qué
sería lo que habría en ti justo antes de morir? ¿Te gustaría morir a manos de
tu padre? Imagina el dolor que te vas a provocar quitándole la vida a tu hijo. No,
esto no puede ser así. Mira, ahí hay un cordero, mejor sacrifica a un cordero.
No hay necesidad de provocar dolor, no se trata de sufrir sin sentido. No es la
muerte la que justifica la vida, sino vivir lo que le da sentido a la vida.”
Y sin importar qué
tanto se crea, nos digan, estemos seguros que el sacrificio mayor es la vida de
un ser amado, decidimos confiar en Dios y creer que, si hemos de sacrificar
algo, no será el amor ni será el ser amado. Porque Dios es Amor.
Y cuando escuchas esa
voz, que no es en realidad una voz sino tu consciencia, tu sentir, tu convicción,
te dices: “es Dios quien me habla”, porque sabes perfectamente que de ti no
surge esa sabiduría, esa bondad. Sabes perfectamente que tú mente no alcanza
para tanto, porque has sido capaz de actuar mal y de hacer daño. Pero reconoces
que hay algo fundamental en ti, algo humano y sensible, que te une a todo y
todos, y que te permite tener una visión más amplia de ti, del otro y del
mundo. Esa voz es la de Dios. Así es la fe, una voz que reconoces en ti, y te
llama por tu nombre.
No sé si logré decir
todo lo maravilloso que es Dios, lo increíble que es seguir a Cristo, quien se atrevió
a arriesgarlo todo y a apostar por la bondad del otro, aún cuando esa bondad no
sea evidente ni haya razones para creer que existe. Aún cuando todo indique que
no existe. La bondad en todos existe. Saberlo porque lo hemos reconocido en
nosotros es tener fe. Saberlo porque hemos experimentado la presencia de Dios
es tener fe. Y la fe no es inflexible. Todo lo contrario. La fe cree posible lo
que no es posible.
La experiencia de
Cristo, para todos los que lo ven únicamente como el sufrimiento y la
desesperanza de la Cruz, fue de muerte. Pero para quien tiene fe, es de vida. Porque
quien tiene fe, le ha entregado a Cristo sus culpas, esas que nos echamos
encima para justificar los excesos en los que caemos, la justicia que buscamos
en la muerte de otros, en el eliminar a otros, en el acabar con otros, en el
señalar a otros. O aquellas otras que les echamos encima a los demás, para
lavarnos las manos y decir que son ellos los que están mal y equivocados, y que
somos nosotros los que tenemos la verdad en la mano, una mano limpia de tacha.
En su cruz reconocemos
todo lo que aún no somos, pero podemos llegar a ser. Y al morir la culpa nos ha
sido posible asumir la responsabilidad de cambiar de fondo, de corazón, mente y
alma, y no sólo de buenas intenciones. Ahí, en la fe, es donde se fundamenta lo
que esperamos, y donde encontramos la garantía de una bondad que no se ve, pero
existe, en cada uno de nosotros. La fe no es magia, es estar dispuesto a hacer
el trabajo, el esfuerzo, a dedicarnos profundamente a aquello que parece
imposible, pero que lograremos -aunque no sea evidente- porque no lo hacemos
solos y porque excede con mucho nuestra vida. Trabajamos para un Reino de Dios,
no para un poder mundano.
Gracias Dios mío, Dios
nuestro. Gracias mi Amor, mi Vida, mi Dicha. Gracias Jesús, por enseñarnos el
camino de fe, el que lleva al perdón y al amor, aún cuando no sea evidente.
Gracias por todos nuestros padres que nos enseñaron lo que es caminar, no con
certezas, sino con la flexibilidad de apostar por un futuro distinto, haciendo
cosas distintas y en ocasiones contrarias a lo que dicta el mundo, la doctrina,
la tradición, la moda, e incluso el sentido común. Danos la voluntad y la
confianza de caminar conscientes de que hemos de caernos, y permitirnos caer
para poder experimentarte la realidad de una vida humana, que aspira a la
verdad que se esconde en las ramas de una vida que se extienden hacia el cielo.
Gracias mi dulce Bien, mi Amor, mi Vida. Te amo.