martes, 7 de agosto de 2018

Trascender el dolor


Pintura de Warren Chang "The Artist in Her Studio"  2004
“Luego el rey (Saúl) dijo a los soldados que estaban a su alrededor: «Adelante, den muerte a los sacerdotes de Yavé porque ellos también apoyan a David. Sabían que estaba huyendo de mí y no me lo dijeron». Pero los servidores del rey no quisieron herir a los sacerdotes de Yavé.  Entonces el rey dijo a Doeg: «Ven tú y mata a los sacerdotes». Y Doeg, el edomita, dio unos pasos adelante e hirió de muerte a los sacerdotes. Ese día dio muerte a ochenta y cinco hombres que llevaban vestimentas sacerdotales. Nob, la ciudad de los sacerdotes, fue pasada a cuchillo, incluyendo hombres y mujeres, niños y bebés, todo fue pasado a cuchillo hasta los bueyes, burros y corderos.” 1 Sam 22, 17-19

Lo que es necesitar eliminar hasta la sombra de alguien. Lo que es dejarnos llevar por el odio, el rencor, la envidia. Ese es el resultado de emociones como estas: querer eliminar al otro, incluso a Dios. 

Pero no debe sorprendernos tampoco. Recordemos que Saúl usó su criterio para seguir las instrucciones de Samuel, un hombre Santo, el cual le dijo que debía acabar con toda una ciudad. Saúl lo hizo, pero dejo vivo al rey de la ciudad para presentarlo frente a Samuel, y tomó lo mejor del ganado para ofrecerlo en holocausto a Yavé. En realidad, tanto al rey como al ganado se les iba a matar, sólo que no se hizo en el momento. Pero Samuel le dio a Saúl una reprimenda horrible por no hacer exactamente lo que le dijo que hiciera. Su incapacidad de obedecer por completo le quitaba el favor de Yavé, y dejaría de ser rey. Es decir, ha fallado, y fallar equivale con una consecuencia semejante, a dejar de ser amado. Desde entonces el hombre había estado atormentado por no ser todo lo que necesitaba ser para ser aceptado y bien visto por Samuel, y por lo tanto, por Dios. Y desde entonces, también, ve en los demás una amenaza a su existencia.

Y habrá quien diga que exagera. Pero muchas veces confundimos nuestra vida con aquello que hacemos, al grado de que nos definimos por aquello que hacemos. Por ejemplo, el día que a una persona le toca retirarse, dejar de trabajar en eso que ha hecho constantemente desde quién sabe cuándo, y que ahora lo define: es doctor, maestro, licenciado, en fin; esa persona siente que deja de ser lo que es. Deja de trabajar y “se va para abajo”, como suele decirse. ¿Por qué? Porque le ha perdido el valor y sentido a la vida como él/ella la entiende. 

Si tu sentido de existencia se te arrebata, si te han dicho o hecho sentir que “tu mejor esfuerzo” no tiene valor, si te han negado merecer gratitud por lo que has hecho, si no recibes reconocimiento, si sientes que has amado y entregado todo lo que eres, y con la mano en la cintura te descartan, vas a sentir odio, coraje, envidia, y toda emoción negativa que se te ocurra.  

Y es muy importante que lo comprendamos. Primero, para no hacerle eso a los demás. Valoremos a todos, agradezcamos todo lo que hacen, reconozcamos sus esfuerzos más que los resultados, sobre todo cuando lo que pedimos es… demasiado. La gente tiene criterio y lo mejor que nos puede suceder es que lo usen. No desvaloricemos eso. Cuidemos el corazón y la persona que hay en todos. Y si hemos de corregir, que se corrijan acciones, que no se desacrediten ni a las personas ni sus necesidades. 

Pero, también es importante que lo comprendamos porque el día que nos suceda (y a todos nos sucede, aunque hay personas que lo sufren mucho más que otros), el día que no nos valoren, nos minimicen, nos ignoren, nos llamen la atención sin sentido, en fin, el día que nos traten mal, vamos a sentir odio, coraje, envidia. En momentos así vas a escuchar a otros decirte: “perdona y ama, busca el bien de los demás, no te preocupes por ellos, ignóralos, tú sigue adelante”. Y lo vas a intentar pero si no lo logras, vas a morirte un poco por dentro y te vas a juzgas, porque quieres amar, pero no puedes. Vas a enojarte y empezarás a ver moros con trinchetes en todos lados (y quizá estén ahí, perfectamente pudiera ser que estén ahí, pero quizá no, o al menos no al grado que imaginas). Vas a vivir la tormenta y el infierno del odio, y, o te dejas arrastrar por él, o lo trasciendes, que no es lo mismo que superarlo. 

Lo que nadie te dice es cómo trascender el odio. Te dicen ama, perdona, ignora el daño, sé bueno, como si fueras una mala persona por sentir todo eso. Pero no es que no seas capaz de amar. El odio es amor herido, y cuando el dolor lo permea todo, por más que quieras, no podrás amar sin dolor, sin odio. Así que no nos sorprenda ver tanto mal a nuestro alrededor: hay mucha gente herida. Gente que ama con odio. 

Comprendamos entonces que es humano no poder, pero no es imposible, porque todo humano tiene su granito de divinidad en él. Dios SÍ está contigo. Y Él puede ayudarte a trascender el dolor. Ahora, comprendamos también que trascender no es superar. Superar algo es colocarte por encima de ello y saltártelo, darle la vuelta, ignorarlo. Pero trascender implica “atravesar” el dolor, no obligarte a ignorarlo. Eso es cargar la cruz. 

No voy a pretender saber cómo se recorre el camino del odio al amor. Voy a decirte lo que yo intento realizar: Si he de amar al otro como me amo a mí misma, entonces tengo que empezar por reconocer mis heridas, aliviarlas lo más que pueda, darme lo que necesito, valorar mi esfuerzo y no renunciar a mi criterio. Yo tengo que ser el buen samaritano conmigo mismo. Eso es tomar responsabilidad de uno mismo y aceptar que nadie lo va a hacer por ti. Quizá haya quien pueda ayudarte, pero la cruz es tuya. 

Trascender tampoco implica huir de tus tormentas o buscar que alguien más las calme por ti. Recordemos que David tocaba la cítara para calmar a Saúl, hasta que ya no fue posible porque calmar, no es aliviar. Éso, aliviar, es algo que te sucede a ti. Nadie puede aliviarse por ti. Así que acepta tus tormentas, y cubre lo mejor que puedas tus necesidades, porque la mayoría de las veces los demás van a exigirte, pero no van a cuidarte. Necesitas cuidarte tú. Necesitas que tu dolor se alivie.

Hay muchas razones para sentir odio, rencor, coraje, envidia. Y a mí, nunca me vas a escuchar decirte que no las sientas: siéntelas, vívelas, lloralas y enójate todo lo que necesites, pero hazlo FRENTE a Dios, no CONTRA Dios.
Enojarte contra El Ser, no tiene sentido. Estarás enojado con todos y por todo. El ser es todo. Pero reconocer la “razón de ser” del enojo, eso sí tiene sentido. Si sabes por qué estás enojado, qué es lo que te duele, dónde está la herida, puedes encontrar una salida a ese dolor, y aún más importante, te estás valorando. Si te valoras, harás lo que sea necesario para brindarte lo que necesitas. Aprenderás a verte con misericordia y compasión. Y, mi apuesta es que poco a poco tus heridas dejarán de “arder”. Nunca dejarán de existir, sobre todo si la herida fue profunda. Pero ya no será una herida a piel abierta. Habrás aprendido a amarte, y estarás mejor capacitado para amar a otros. Tendrás la sensibilidad de comprender el dolor ajeno, y serás más cuidadoso al juzgar a alguien. Confiarás en ti y en tu criterio. Y todo ese proceso que realizaste frente a Dios y no contra Él, le dará un sentido mucho más “tuyo” a tu existencia. Ya no serás lo que otros creen que eres, lo que otros necesitan que seas, ni lo que otros te exigen ser. Tu valor irá mucho más lejos que tu esfuerzo y trabajo. Aprenderás el valor de SER. Descubrirás, además, que no se necesita nada más para ser amado que SER precisamente la persona que eres. 

Todo esto es lo que creo y en lo que apuesto. Quiero decirte que lo sé por experiencia, pero mi ser ha sido lo suficientemente ignorado, despreciado, lastimado, juzgado y engañado como para que el amor fluya sin medida por mis venas. Estoy, además, llena de defectos y me sé muy limitada. Pero, valgo la pena intentarlo. Así que lo intento. Como se dice en inglés: “I am a work in progress” (soy un trabajo en progreso). Tú también vales la pena. El SER quiere que seas todo lo valioso que puedes ser, así que antes de pretender eliminarlo y con Él alejar el amor de nuestra vida, trabajemos con Él, que es camino de vida y no de muerte, que es amor y no nos ignora, que es cielo despejado y no es tormenta.  

Jesús, toma nuestra mano y guíanos Tú. Gracias. Te amo. 









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