“Luego el rey (Saúl) dijo a los soldados que estaban a
su alrededor: «Adelante, den muerte a los sacerdotes de Yavé porque ellos
también apoyan a David. Sabían que estaba huyendo de mí y no me lo dijeron».
Pero los servidores del rey no quisieron herir a los sacerdotes de Yavé. Entonces el rey dijo a Doeg: «Ven tú y mata a
los sacerdotes». Y Doeg, el edomita, dio unos pasos adelante e hirió de muerte
a los sacerdotes. Ese día dio muerte a ochenta y cinco hombres que llevaban
vestimentas sacerdotales. Nob, la ciudad de los sacerdotes, fue pasada a
cuchillo, incluyendo hombres y mujeres, niños y bebés, todo fue pasado a
cuchillo hasta los bueyes, burros y corderos.” 1 Sam 22, 17-19
Lo que es necesitar eliminar hasta la sombra de
alguien. Lo que es dejarnos llevar por el odio, el rencor, la envidia. Ese es
el resultado de emociones como estas: querer eliminar al otro, incluso a Dios.
Pero no debe sorprendernos tampoco. Recordemos que
Saúl usó su criterio para seguir las instrucciones de Samuel, un hombre Santo,
el cual le dijo que debía acabar con toda una ciudad. Saúl lo hizo, pero dejo
vivo al rey de la ciudad para presentarlo frente a Samuel, y tomó lo mejor del
ganado para ofrecerlo en holocausto a Yavé. En realidad, tanto al rey como al
ganado se les iba a matar, sólo que no se hizo en el momento. Pero Samuel le
dio a Saúl una reprimenda horrible por no hacer exactamente lo que le dijo que
hiciera. Su incapacidad de obedecer por completo le quitaba el favor de Yavé, y
dejaría de ser rey. Es decir, ha fallado, y fallar equivale con una
consecuencia semejante, a dejar de ser amado. Desde entonces el hombre había
estado atormentado por no ser todo lo que necesitaba ser para ser aceptado y
bien visto por Samuel, y por lo tanto, por Dios. Y desde entonces, también, ve
en los demás una amenaza a su existencia.
Y habrá quien diga que exagera. Pero muchas veces
confundimos nuestra vida con aquello que hacemos, al grado de que nos definimos
por aquello que hacemos. Por ejemplo, el día que a una persona le toca
retirarse, dejar de trabajar en eso que ha hecho constantemente desde quién
sabe cuándo, y que ahora lo define: es doctor, maestro, licenciado, en fin; esa
persona siente que deja de ser lo que es. Deja de trabajar y “se va para
abajo”, como suele decirse. ¿Por qué? Porque le ha perdido el valor y sentido a
la vida como él/ella la entiende.
Si tu sentido de existencia se te arrebata, si te han
dicho o hecho sentir que “tu mejor esfuerzo” no tiene valor, si te han negado merecer
gratitud por lo que has hecho, si no recibes reconocimiento, si sientes que has
amado y entregado todo lo que eres, y con la mano en la cintura te descartan, vas
a sentir odio, coraje, envidia, y toda emoción negativa que se te ocurra.
Y es muy importante que lo comprendamos. Primero, para
no hacerle eso a los demás. Valoremos a todos, agradezcamos todo lo que hacen,
reconozcamos sus esfuerzos más que los resultados, sobre todo cuando lo que
pedimos es… demasiado. La gente tiene criterio y lo mejor que nos puede suceder
es que lo usen. No desvaloricemos eso. Cuidemos el corazón y la persona que hay
en todos. Y si hemos de corregir, que se corrijan acciones, que no se
desacrediten ni a las personas ni sus necesidades.
Pero, también es importante que lo comprendamos porque
el día que nos suceda (y a todos nos sucede, aunque hay personas que lo sufren
mucho más que otros), el día que no nos valoren, nos minimicen, nos ignoren,
nos llamen la atención sin sentido, en fin, el día que nos traten mal, vamos a
sentir odio, coraje, envidia. En momentos así vas a escuchar a otros decirte:
“perdona y ama, busca el bien de los demás, no te preocupes por ellos,
ignóralos, tú sigue adelante”. Y lo vas a intentar pero si no lo logras, vas a
morirte un poco por dentro y te vas a juzgas, porque quieres amar, pero no puedes.
Vas a enojarte y empezarás a ver moros con trinchetes en todos lados (y quizá
estén ahí, perfectamente pudiera ser que estén ahí, pero quizá no, o al menos
no al grado que imaginas). Vas a vivir la tormenta y el infierno del odio, y, o
te dejas arrastrar por él, o lo trasciendes, que no es lo mismo que superarlo.
Lo que nadie te dice es cómo trascender el odio. Te
dicen ama, perdona, ignora el daño, sé bueno, como si fueras una mala persona
por sentir todo eso. Pero no es que no seas capaz de amar. El odio es amor
herido, y cuando el dolor lo permea todo, por más que quieras, no podrás amar
sin dolor, sin odio. Así que no nos sorprenda ver tanto mal a nuestro
alrededor: hay mucha gente herida. Gente que ama con odio.
Comprendamos entonces que es humano no poder, pero no
es imposible, porque todo humano tiene su granito de divinidad en él. Dios SÍ
está contigo. Y Él puede ayudarte a trascender el dolor. Ahora, comprendamos
también que trascender no es superar. Superar algo es colocarte por encima de
ello y saltártelo, darle la vuelta, ignorarlo. Pero trascender implica “atravesar”
el dolor, no obligarte a ignorarlo. Eso es cargar la cruz.
No voy a pretender saber cómo se recorre el camino del
odio al amor. Voy a decirte lo que yo intento realizar: Si he de amar al otro
como me amo a mí misma, entonces tengo que empezar por reconocer mis heridas,
aliviarlas lo más que pueda, darme lo que necesito, valorar mi esfuerzo y no
renunciar a mi criterio. Yo tengo que ser el buen samaritano conmigo mismo. Eso
es tomar responsabilidad de uno mismo y aceptar que nadie lo va a hacer por ti.
Quizá haya quien pueda ayudarte, pero la cruz es tuya.
Trascender tampoco implica huir de tus tormentas o
buscar que alguien más las calme por ti. Recordemos que David tocaba la cítara
para calmar a Saúl, hasta que ya no fue posible porque calmar, no es aliviar. Éso,
aliviar, es algo que te sucede a ti. Nadie puede aliviarse por ti. Así que acepta
tus tormentas, y cubre lo mejor que puedas tus necesidades, porque la mayoría
de las veces los demás van a exigirte, pero no van a cuidarte. Necesitas
cuidarte tú. Necesitas que tu dolor se alivie.
Hay muchas razones para sentir odio, rencor, coraje,
envidia. Y a mí, nunca me vas a escuchar decirte que no las sientas: siéntelas,
vívelas, lloralas y enójate todo lo que necesites, pero hazlo FRENTE a Dios, no
CONTRA Dios.
Enojarte contra El Ser, no tiene sentido. Estarás
enojado con todos y por todo. El ser es todo. Pero reconocer la “razón de ser”
del enojo, eso sí tiene sentido. Si sabes por qué estás enojado, qué es lo que
te duele, dónde está la herida, puedes encontrar una salida a ese dolor, y aún
más importante, te estás valorando. Si te valoras, harás lo que sea necesario
para brindarte lo que necesitas. Aprenderás a verte con misericordia y
compasión. Y, mi apuesta es que poco a poco tus heridas dejarán de “arder”.
Nunca dejarán de existir, sobre todo si la herida fue profunda. Pero ya no será
una herida a piel abierta. Habrás aprendido a amarte, y estarás mejor
capacitado para amar a otros. Tendrás la sensibilidad de comprender el dolor
ajeno, y serás más cuidadoso al juzgar a alguien. Confiarás en ti y en tu
criterio. Y todo ese proceso que realizaste frente a Dios y no contra Él, le
dará un sentido mucho más “tuyo” a tu existencia. Ya no serás lo que otros
creen que eres, lo que otros necesitan que seas, ni lo que otros te exigen ser.
Tu valor irá mucho más lejos que tu esfuerzo y trabajo. Aprenderás el valor de
SER. Descubrirás, además, que no se necesita nada más para ser amado que SER
precisamente la persona que eres.
Todo esto es lo que creo y en lo que apuesto. Quiero
decirte que lo sé por experiencia, pero mi ser ha sido lo suficientemente
ignorado, despreciado, lastimado, juzgado y engañado como para que el amor
fluya sin medida por mis venas. Estoy, además, llena de defectos y me sé muy
limitada. Pero, valgo la pena intentarlo. Así que lo intento. Como se dice en
inglés: “I am a work in progress” (soy un trabajo en progreso). Tú también vales
la pena. El SER quiere que seas todo lo valioso que puedes ser, así que antes
de pretender eliminarlo y con Él alejar el amor de nuestra vida, trabajemos con
Él, que es camino de vida y no de muerte, que es amor y no nos ignora, que es
cielo despejado y no es tormenta.
Jesús, toma nuestra
mano y guíanos Tú. Gracias. Te amo.
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