martes, 28 de agosto de 2018

Sopesar los frutos


 

“Absalón (hijo de David que busca derrocarlo) dijo a Ajitofel (antes consejero del rey David): «Reunamos al consejo para saber lo que vamos a hacer.» Ajitofel dijo a Absalón: «Anda donde las concubinas de tu padre, las que dejó para que cuidaran el palacio. Así sabrá todo Israel que te has vuelto odioso para tu padre, y todos tus partidarios se sentirán más comprometidos contigo.» Instalaron, pues, una tienda en la terraza del palacio y ante los ojos de todo Israel Absalón se unió a las concubinas de su padre. Por ese entonces todos los consejos de Ajitofel eran como palabras de Dios, así los consideraban tanto David como Absalón.»” 2 Sam 16, 20-23

Nada peor que creer ciegamente. El Salmo 34 (33) que se leyó el pasado domingo (agosto 26, 2018) en misa nos dice en su versículo 9: “Gusten y vean que bueno es el Señor.” En otras traducciones en lugar de “gusten” nos dicen: “Haz la prueba y verás que bueno es el Señor.” 

Según yo, a Dios le gusta que no creamos ciegamente, sino que tengamos fe. La fe es una certeza tan fuerte, tan absoluta, tan cierta, que no puede ser de otro modo. Tenemos fe, por ejemplo, de que, si soltamos un objeto de nuestra mano, el objeto va a caer. No “creemos” que va a caer, lo sabemos de cierto: va a caer. Así de cierta es la fe. 

Por eso los Salmos nos dicen: Gusten, prueben, no “crean” así nada más. Esta idea de “probar” o “gustar” me recuerda mucho a lo que Dios le dijo a Adán en Génesis, 16: “no comerás del árbol de la Ciencia del bien y del mal. El día que comas de él, ten la seguridad de que morirás.” 

Dios no le dijo: no “pruebes” sino no “comas.” Seguro ya sueno a serpiente, eh…  Pero antes de que descartes todo lo que te digo, prueba leerlo. Lo que no debes hacer es creerlo nada más porque sí, es decir, comerlo. En México decimos “no te lo tragues”. Nos tragamos algo cuando lo comemos sin masticarlo, sin probarlo, sin saber si realmente es bueno o no. Yo creo que por eso Dios les dijo a nuestros primeros padres: “no coman del árbol del conocimiento del bien y del mal”, porque una vez que te tragas o comes algo, sin definir primero si está bien o está mal, pues… algo muere en ti: la consciencia. 

Porque esté bien o mal, no lo cuestionaste, no lo pusiste a prueba, actuaste sin consciencia de lo que hacías. Y sin consciencia no puedes tomar responsabilidad de tus actos y no puedes, por lo tanto, transformar cualquier error en acierto, o por lo menos en un arrepentimiento que pudiera llevarte a la salvación de tu consciencia y al aprendizaje de muchos a través de tu experiencia. No puedes ser testigo, eres fanático, seguidor, fan, pero no testigo. 

Así que no le pongamos etiquetas de “maldita” a la serpiente. Recordemos que en la antigüedad la serpiente era un símbolo de sabiduría, entre muchas otras cosas. (Una página interesante sobre este tema es: La serpiente, un símbolo universal.)  

Recordemos, por ejemplo, que el cayado de Moisés, se transformaba en serpiente. "Entonces Yavé le dijo: «¿Qué es lo que tienes en la mano?» «Un bastón», le respondió él. Dijo Yavé: «Tíralo al suelo.» Lo tiró al suelo, y se convirtió en una serpiente: Moisés dio un salto atrás (tuvo miedo). Yavé entonces le dijo: «¡Tómala por la cola con tu mano!» Moisés la agarró, y volvió a ser un bastón en su mano." Éxodo 4, 2-4

¿Te atreverías a tomar una serpiente por la cola? ¿Te atrevería a probar a Dios, a probar la sabiduría de Dios, a sopesar las cosas a partir de sus leyes, a guiar tus acciones no por lo que te diga alguien que “habla por Dios” sino por lo que Dios dice y pide de ti? ¿Te atreverías a poner en duda y cuestionar eso que te dice, para que te muestre sus prodigios y puedas llegar a tener una fe tan fuerte y sólida como un bastón en tus manos que te ayude a apoyar y guiar tus pasos? 

Yo tengo fe en Dios, pero no siempre la tuve. Lo que sí he hecho siempre, bueno, casi siempre, es cuestionar. No me lo creo todo sólo porque sí, y no sigo a nadie sólo porque “tenga que”. Y cuando lo hice, cuando creí ciegamente en algo que solemos considerar tan noble como el amor, caí en el peor de mis pozos y obscuridades. Como siempre, Dios se hizo presente y me pidió que no vuelva a creer así: no hay amor más verdadero, me dijo, que aquel que acepta que no tiene todas las respuestas, pero que está dispuesto a aprender y buscar lo que convenga a todos, que está dispuesto a decir “lo siento” precisamente porque lo siente, y que está dispuesto a no mentir ni mentirse a sí mismo, por difícil que sea la verdad. No hay amor más grande que aquel que da la vida en acompañamiento, apoyo y solidaridad hacia sus amigos y seres queridos, y no busca vencer ni tener la razón ni utilizar a otros para conseguir sus fines. No hay amor más bello que aquel que se muestra tal cual es, con defectos, errores y desgracias, que te habla con la verdad, por fea y dura y negra que sea, y que está dispuesto a ensuciarse de lodo con tal de sacarte del fango. 

Así que cuidado con verdades que se muestran como absolutas, porque si bien podemos decir que es cierto que, como dijo San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”, eso no implica que con querer algo, basta decirnos que actuamos por amor y con buena voluntad y con buen corazón. El amor no es suficiente, hay que amar con sabiduría y conocimiento. Y esa es la clase de amor que necesitas desarrollar, me dijo en su momento Jesús. Así que no te engañes, me advirtió, te falta mucho para aprender a amar y hacer lo que quieras. 

Hay que sopesar los frutos del bien y del mal y nunca comerlos, es decir, nunca creer que tenemos toda la verdad, toda la razón. Nuestra visión, sin importar qué tan amplia sea, siempre será estrecha ante la sabiduría de Dios. Seamos humildes. No vayamos nosotros también a sacrificar a aquellos que hoy tienen una visión mucho más cercana a la verdad que nosotros y la rechacemos sólo porque no concuerda con nuestras verdades que creemos absolutas. Seamos cuidadosos al juzgar.

Recordemos, por ejemplo, que hace tiempo estábamos dispuestos a quemar a quienes se atrevían a decir que la tierra giraba alrededor del sol, y estábamos seguros de tener la razón y nos basábamos en lo que creemos “la palabra de Dios”. Hoy en día sabemos que es verdad: la tierra gira alrededor del sol y no somos el centro del universo. Nadie sacrificaría a nadie por decirlo. Lo que sí es increíble es que aún hay mucha gente que asegura que mucho del conocimiento que hoy tenemos no es verdad (por ejemplo, la teoría del Big Bang, o la evolución) sólo porque la Biblia no lo confirma. Pero Dios no busca seguidores ciegos ni niños obedientes. Dios siempre quiso que todo conocimiento del bien y el mal al que aspiremos “lo pusiéramos a prueba.” La palabra, es decir, el lenguaje, es de Dios porque nos permite educarnos y educar, cuestionarnos y cuestionar, analizarnos y analizar. Es a través de “la palabra” que tomamos conciencia de nuestros aciertos y nuestros errores. Es así como desarrollamos la sabiduría y saber. 

De modo que mostrémonos dispuestos a dejar ir nuestras verdades seguras (bastón) y tomarlas de la cola (conócelas de pies a cabeza) para que las veamos transformarse en verdades más cercanas a lo que Dios busca de nosotros, para que trabajemos juntos en la creación de un Reino de Dios en la tierra. Pero nunca creamos que tenemos toda la razón. Nadie tiene toda la razón. La Verdad es de Dios. De nadie más. Y hay que ser muy humildes ante eso. Hay que alimentar nuestra fe con conocimiento de primera mano. Nada de creerle a quienes “hablan por Dios”. Nadie habla por Dios. Dios quiere tener un diálogo directo y personal contigo, con cada uno de nosotros. Y si algunos de nosotros te invitamos o compartimos nuestros análisis o experiencias, no es para que nos escuches, es para animarte a que lo escuches a Él, la fuente de la Verdad y la Sabiduría, de la Ciencia y el Saber.

Jesús, permítenos escucharte y guíanos hacia el encuentro con nuestro Padre. No nos permitas tragarnos nuestras verdades a medias. Danos humildad para reconocer que en Ti todo es posible, pero no por eso, todo se da. Bendice nuestro esfuerzo por acercarnos a ti y por conocer más de cerca tu rostro. Acaricia con ternura nuestra mente para que seamos dóciles a tus enseñanzas. Gracias mi dulce Bien. Te amo. 












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