sábado, 18 de agosto de 2018

Construir el templo de Dios


 
“El rey (David) se había trasladado a su casa, y Yavé había limpiado de enemigos todos los alrededores. […] Yavé te manda a decir esto (le dijo el profeta Natán al rey David): Yo te construiré una casa. Cuando tus días hayan concluido y te acuestes con tus padres, levantaré después de ti a tu descendiente, al que brota de tus entrañas y afirmaré su realeza. […] Pero no me apartaré de él así como me aparté de Saúl y lo eché de mi presencia. Tu casa y tu realeza estarán para siempre ante mí, tu trono será firme para siempre.” 2 Sam 7, 1-2, 11b-13 y 15 y16

El comentario de la Biblia Latinoamericana (2005) nos dice entre otras cosas: “lo que a Dios le interesa no son tanto los templos que construimos para él, sino el templo espiritual que desea construir en los hombres mismos.” 

Aprópiate de esta promesa: “Yo te construiré una casa”, nos dice Yavé. Ya no vivimos en esos lejanos tiempos en que se creía que Dios rechazaba las ofrendas de unos y aceptaba las de otros. Jesús nos ha hecho saber que el Reino ya está aquí y es para todos. No nos pide que construyamos templos, nos dice que él puede construir comunidades humanas capaces de transformar el mundo. Pero hay que creerle y hacer lo que nos pide. 

No trabajes para una vida después de la muerte. El cielo y el infierno nos rodean y se construyen edificando a los demás o demoliendo sus ánimos. Nuestros actos de hoy para con otros, construyen templos en los seres humanos que los alientan y les brindan esperanza, o destruyen ánimos y acaban con autoestimas de por sí débiles, dejando sus templos internos en ruinas. 

Yo sé que a veces los que estamos en ruinas somos nosotros y que muchas veces hacemos todo lo que podemos por edificar nuestra persona y la de los nuestros, sólo para enfrentarnos a gente que tiene más poder, que cuenta con más autoridad, y que tiene, como suele decirse, “el sartén por el mango”, y no se tentará el corazón para hacerte saber que no eres nadie y no vales nada. Gente que se escuda en “ser prácticos” y que busca “mostrar una apariencia de seguridad”. Generalmente lo logran con altanería. Es gente ante la que, para que te ayude y considere, primero tienes que someterte. 

No lo hagas. Por favor no lo hagas. No caigas en un juego en el que vas a perder, y quedarás en ruinas y va a ser más difícil salir adelante. No porque efectivamente seas menos, sino porque no tienen nada que brindarte para edificar tu persona. Si tienen el sartén por el mango y necesitas aguantar para que, por ejemplo, “no te corra de un trabajo que necesitas”, aguanta entonces. Pero no le des peso a su visión ni sus palabras. Y no te conviertas en tapete. Si no escucha, no le digas nada, porque digas lo que digas va a limpiarse los pies en tus palabras, va a lavarse las manos con tu tragedia, y va a culparte a ti de sus culpas.

Hacer todo esto es difícil. Forma parte de la “pasión” humana que Cristo conoció muy bien. Y lamentablemente quienes suelen ser sacrificados son quienes menos lo merecen. Pero ni tú ni yo trabajamos para el reino humano y limitado. Tú y yo trabajamos para el Reino de Dios. Tú y yo trabajamos para edificar gente, no destruir ánimos. Y a nuestro lado está Cristo, callado también, sufriendo también, pero enorme y transformado, y él será quien te transforme y te ayude a trascender esto que vives. 

Empieza por edificarte a ti. Valora tu esfuerzo y reconoce en los demás los esfuerzos brindados. Valora tu persona y reconoce en los demás las cualidades que como seres humanos tienen y son capaces de dar. Valora tu humanidad y olvídate de templos externos, apariencias de grandeza, reconocimientos de títulos. 

Tú y yo no construimos con ladrillos de logros. No. Lo nuestro es construir ánimos, desarrollar esfuerzos, alentar esperanzas, motivar cambios, ejercer servicio, facilitar ayuda, disponernos a acompañar y despertar almas. Y no lo hacemos para una probable futura vida eterna. Lo hacemos hoy. Y si todos los días lo hacemos hoy, nuestro esfuerzo será eterno y la recompensa constante. No habrá necesidad de aplausos porque desde siempre ya está reconocido. 

Te amo. Hoy quiero que sepas que te amo. Cada “te amo” con el que termino estas oraciones se dirigen tanto a Dios como a ti. Yo sé que mis palabras no van a cambiar el mundo, pero quizá un “te amo” contribuya a construir el templo de Dios en ti. De modo que recuerda siempre que Te amo. 




Foto tomada de “Todo expresado con una Mirada”: http://artigoo.com/expresado-mirada

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