“El rey (David) se había trasladado a su casa, y Yavé
había limpiado de enemigos todos los alrededores. […] Yavé te manda a decir
esto (le dijo el profeta Natán al rey David): Yo te construiré una casa. Cuando
tus días hayan concluido y te acuestes con tus padres, levantaré después de ti
a tu descendiente, al que brota de tus entrañas y afirmaré su realeza. […] Pero
no me apartaré de él así como me aparté de Saúl y lo eché de mi presencia. Tu
casa y tu realeza estarán para siempre ante mí, tu trono será firme para
siempre.” 2 Sam 7, 1-2, 11b-13 y 15 y16
El comentario de la Biblia Latinoamericana (2005) nos
dice entre otras cosas: “lo que a Dios le interesa no son tanto los templos que
construimos para él, sino el templo espiritual que desea construir en los hombres
mismos.”
Aprópiate de esta promesa: “Yo te construiré una casa”,
nos dice Yavé. Ya no vivimos en esos lejanos tiempos en que se creía que Dios
rechazaba las ofrendas de unos y aceptaba las de otros. Jesús nos ha hecho
saber que el Reino ya está aquí y es para todos. No nos pide que construyamos
templos, nos dice que él puede construir comunidades humanas capaces de
transformar el mundo. Pero hay que creerle y hacer lo que nos pide.
No trabajes para una vida después de la muerte. El
cielo y el infierno nos rodean y se construyen edificando a los demás o demoliendo
sus ánimos. Nuestros actos de hoy para con otros, construyen templos en los
seres humanos que los alientan y les brindan esperanza, o destruyen ánimos y acaban
con autoestimas de por sí débiles, dejando sus templos internos en ruinas.
Yo sé que a veces los que estamos en ruinas somos
nosotros y que muchas veces hacemos todo lo que podemos por edificar nuestra
persona y la de los nuestros, sólo para enfrentarnos a gente que tiene más
poder, que cuenta con más autoridad, y que tiene, como suele decirse, “el
sartén por el mango”, y no se tentará el corazón para hacerte saber que no eres
nadie y no vales nada. Gente que se escuda en “ser prácticos” y que busca “mostrar
una apariencia de seguridad”. Generalmente lo logran con altanería. Es gente ante
la que, para que te ayude y considere, primero tienes que someterte.
No lo hagas. Por favor no lo hagas. No caigas en un
juego en el que vas a perder, y quedarás en ruinas y va a ser más difícil salir
adelante. No porque efectivamente seas menos, sino porque no tienen nada que
brindarte para edificar tu persona. Si tienen el sartén por el mango y necesitas
aguantar para que, por ejemplo, “no te corra de un trabajo que necesitas”,
aguanta entonces. Pero no le des peso a su visión ni sus palabras. Y no te
conviertas en tapete. Si no escucha, no le digas nada, porque digas lo que digas
va a limpiarse los pies en tus palabras, va a lavarse las manos con tu tragedia,
y va a culparte a ti de sus culpas.
Hacer todo esto es difícil. Forma parte de la “pasión”
humana que Cristo conoció muy bien. Y lamentablemente quienes suelen ser
sacrificados son quienes menos lo merecen. Pero ni tú ni yo trabajamos para el
reino humano y limitado. Tú y yo trabajamos para el Reino de Dios. Tú y yo
trabajamos para edificar gente, no destruir ánimos. Y a nuestro lado está
Cristo, callado también, sufriendo también, pero enorme y transformado, y él
será quien te transforme y te ayude a trascender esto que vives.
Empieza por edificarte a ti. Valora tu esfuerzo y
reconoce en los demás los esfuerzos brindados. Valora tu persona y reconoce en
los demás las cualidades que como seres humanos tienen y son capaces de dar.
Valora tu humanidad y olvídate de templos externos, apariencias de grandeza, reconocimientos
de títulos.
Tú y yo no construimos con ladrillos de logros. No. Lo
nuestro es construir ánimos, desarrollar esfuerzos, alentar esperanzas, motivar
cambios, ejercer servicio, facilitar ayuda, disponernos a acompañar y despertar
almas. Y no lo hacemos para una probable futura vida eterna. Lo hacemos hoy. Y si
todos los días lo hacemos hoy, nuestro esfuerzo será eterno y la recompensa
constante. No habrá necesidad de aplausos porque desde siempre ya está reconocido.
Te amo. Hoy quiero que sepas que te amo. Cada “te amo”
con el que termino estas oraciones se dirigen tanto a Dios como a ti. Yo sé que
mis palabras no van a cambiar el mundo, pero quizá un “te amo” contribuya a construir
el templo de Dios en ti. De modo que recuerda siempre que Te amo.
Foto tomada de “Todo expresado con una Mirada”: http://artigoo.com/expresado-mirada
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