“El rey (David) dijo entonces a Sadoc: «Lleva el Arca
de Dios a la ciudad. Si merezco consideración a los ojos de Yavé, me traerá de
vuelta y volveré a ver el Arca y su Morada. Pero si dice: Ya no quiero más de
ti; aquí estoy, que me trate como mejor le parezca» […] Mientras David subía el
monte de los Olivos, iba llorando, con un velo en la cabeza y caminando
descalzo.” 2 Sam 15 25-26, y 30a
Absalón, el hijo abrazado, busca quitarle el trono a
David. La conclusión lógica es que fue un error abrazarlo, ayudarlo, recibirlo.
Pero Dios y quienes lo siguen no siempre actúan de manera lógica. David llora,
y es significativo que camine descalzo subiendo el monte. Pero vamos por pasos.
Daniel ha sido traicionado por su hijo. Pero,
recordemos que el primero que se sintió traicionado, y creo lo fue, es Absalón.
David no buscó la justicia de su hija Tamar a quien violaron, ni siquiera llamó
la atención de su hijo Amnón, el violador. Absalón respetó lo mejor que pudo la
decisión de su padre y no hizo nada, por un tiempo, pero ese dolor, esa
injusticia, esa negativa a valorar a su hija, la hermana a quien Absalón vio
sufrir y cuida, eso duele muchísimo, y el odio, que ya hemos dicho es amor
herido, surgió en el corazón de Absalón.
El odio lo llevó a matar a Amnón y a huir. Joab a
través de una mujer astuta convenció a David de que le permitiera volver, pero
no lo recibió, no lo mandó a busca para que se presente frente a él, no le
permitió “existir”, digámoslo así. Después de todo, si puedes estar, pero no
tienes presencia en la mesa de tu padre, no se te escuchará, no se te verá y a
nadie nos interesa que hables de aquello que sucedió, entonces, aceptémoslo: no
existes. David con acciones le dijo a su hijo: te perdono, pero no existes para
mí.
Lo sé, Absalón fue por fin “abrazado” y eso debería
bastar. Pero no lo juzguemos tan severamente aún, pues todavía hay cosas que
comprender.
Lo que David tampoco reconoció ni antes ni después de
abrazar a su hijo, fue el, digamos, carisma, el atractivo de su hijo. “Nadie
era más buen mozo que Absalón en todo el territorio de Israel. Todos cantaban
sus alabanzas: de pies a cabeza no había en él ningún defecto.” (2 Sam 14, 25)
David tampoco comprendió que, aunque su hijo lo amaba, no
confiaba en él ni en su buen juicio, después de todo, la justicia nunca llegó,
y si bien se le abrazó, el amor herido por injusticias sufridas es difícil de
curar, sobre todo cuando hay mucha inconsciencia por parte de todos los
involucrados.
Dado que Absalón no confiaba, decidió colocarse al
lado del camino que llevaba a la puerta de la ciudad para interceptar a
aquellas personas que iban a ver al rey por algún pleito y les decía: “«Mira,
tu causa es buena y justa, pero no habrá nadie en la casa del rey para
escucharte.» Luego agregaba: «!Ah, si yo estuviera encargado de la justicia en
este país! Todos los que tuvieran un pleito vendrían a verme y yo les haría
justicia.» Y cuando alguien se acercaba para postrarse ante él. Absalón le
tendía la mano, lo levantaba y lo abrazaba. Así se comportaba Absalón con todos
los israelitas que iban a ver al rey por algún pleito, y con eso se ganaba el
corazón de todos los israelitas.” (2 Sam 15, 3-6)
En otras palabras, Absalón tenía carisma y la enorme
capacidad de ser empático con los demás. Y esas cualidades nunca fueron ni
reconocidas, ni asumidas por su padre. De haberlo sido, David habría tenido una
gran persona a su lado.
Es fácil llamar traidores, por ejemplo, a los
“hermanos separados”, como solemos decirles (en buen plan, si los consideramos
“separados”, como que los que no los terminamos de reconocer, ¿no? Deberíamos
decir “hermanos”, y ya).
Es fácil llamar traidores a las personas y familiares
que buscan justicia por haber sido violentadas y abusadas en la Iglesia, o que
simplemente deciden no volver, porque no tienen un lugar en nuestra mesa, por
más que digamos que sí. Imagina ser una de esa personas o familiares que han
experimentado un abuso sexual, en un caso extremo, o que simplemente son
tratadas con despotismo, como si fueran seres humanos de segunda. Personas que
se acercan y no son vistas. Nadie las saluda, nadie las recibe, nadie les
pregunta ¿cómo estás? Ir a misa a la Iglesia católica puede ser una de las
experiencias más impersonales que existen. Y no debería ser así.
A veces, como David, empujamos a otros a “rebelarse”,
contra las autoridades, contra la Iglesia, contra la fe y contra Dios. Y cuando
se rebelan, los juzgamos duramente. A las personas que fueron violentadas sexualmente,
por ejemplo, les dijeron no creerlo y lo negaron todo, o les avientan la culpa
a ellos: tú lo provocaste, tú lo buscaste, tú lo sedujiste. A los hermanos separados
que han encontrado una comunidad a la que llegan, los saludan, los bendicen,
los abrazan, los incluyen, les aplauden sus contribuciones, aunque no sean las
que se buscan, en fin, se sienten vistos, abrazados y amados. Pero nosotros los
vemos mal porque le han dado la espalda a Dios. ¿En serio fueron ellos los que
le dieron la espalda?
Pero David no se apresuró a juzgar, hizo algo distinto:
Caminó el camino de la toma de consciencia: descalzo, vulnerable, reconoció que
necesita colocarse por encima de su trono, es decir, subir el monte del
esfuerzo y el dolor de “darnos cuenta”, tomar conciencia de la manera en que
contribuimos a que estas situaciones se den, y empezar a idear la forma de
volver a un camino de fe y esperanza para todos.
Hay que aceptar que, si las actitudes y las ideas de
Absalón fueron reconocidas y admitidas por muchos, es porque supo escucharlos y
tuvo a bien comprenderlos. Vieron en él a un líder que David ya había dejado de
ser. Los tronos lo cambian todo. Trata de nunca sentarte en un trono. Llevan a
la comodidad y a la soberbia de pedir que todos hagan lo que tú no estás
dispuesto a hacer. Mejor sube montes descalzo, y coloca tu visión por encima de
tu orgullo. Y recuerda que un líder es el primero en caminar, no el último, y
sabe muy bien que no puede pedirle a nadie hacer lo que no ha estado dispuesto
a hacer él.
Absalón, ahora, corre más peligro que nunca, porque aún
cuando su deseo es la justicia, ha decidido realizarla por sí mismo, y la
justicia no es una consecuencia única que se da en un momento preciso, es un cambio
social. Recuerda eso: la
justicia requiere un cambio social.
Ninguna persona por sí misma puede ser justa ni hacer justicia (no, ni siquiera
López Obrador, eh, hay que entrarle todos y vigilarlo a él y a toda su gente de
cerca, exigir resultados y pedir cuentas).
Absalón no se da cuenta de que está buscando cambiar
algo que no puede cambiar sentándose en el mismo trono de quien no le hizo
justicia. Busca ser rey, pero el poder corrompe, y más aún si llevamos amor
herido en el corazón. Absalón está recorriendo un camino peligroso. Su amor herido le ha abierto los ojos a unas cosas y cerrado el corazón a muchas otras.
Jesús, cura nuestras heridas del corazón. Déjanos y ayúdanos
a liberarnos de las ideas de venganza y justicia personal que muchas veces nos
corrompen el alma y destruyen nuestra fe. Transforma nuestro dolor en voluntad
de cambio, primero individual y luego social. Danos la convicción de que es
necesario subir el monte de la toma de conciencia descalzos hacia tu encuentro.
Que ese camino nos sea doloroso y nos coloque en la vulnerabilidad de nuestros
defectos, para que nuestro orgullo no se siente en su trono creyendo que tiene
la gloria, la victoria, la razón. Que nuestra vanagloria no nos lleve a perder
contacto con la realidad. Te lo pedimos y agradecemos en el nombre de Dios Padre,
Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. La Gloria eres Tú y es tuya por siempre Señor.
Te amo.
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