Remedios Varo, "La Despedida", 1958 |
“David salió de allí y se refugió en la caverna de Adulam.
[…] Se le juntaban todos los que tenían problemas, todos los que era perseguidos
por un acreedor o que se sentían descontentos. Se hizo su jefe y con él había
más o menos unos cuatrocientos. […] Había ahí una caverna donde entró Saúl (el
rey que le perseguía para matarlo) a hacer sus necesidades. Ahora bien, David y
sus hombres estaban sentados en el fondo de la caverna. Los compañeros de David
le dijeron: «Ahora Yavé te entrega en tus manos a tu enemigo. Puedes hacerle
ahora todo lo que quieras». Les dijo: «¡Oh no! ¡Por la vida de Yavé que no
pondré mi mano sobre él! ¡No puedo hacerle a mi señor tal cosa porque es el
ungido de Yavé!» (Saúl salió de la caverna y siguió su camino, pero David le
siguió para decirle que tuvo la oportunidad de matarlo y no lo hizo) «Reconoce
entonces que no hay en mi ni malicia ni maldad, yo no te he hecho daño, tú en
cambio me buscas para matarme. Que Yavé juzgue entre tú y yo. Que Yavé me
vengue de ti, pero mi mano no se alzará contra ti.»” 1 Sam 22,1a-2; 24, 4b-7,
12c-13
¿Quiénes fueron los primeros en reconocer en David a
un líder, al futuro rey que los guiaría? Los que tenían problemas, los que
habían sido tratados injustamente, los que era perseguidos, los infelices. La
verdadera autoridad nunca se gana desde las alturas de un puesto sino, como
solía decir mi padre, en la “friega del trabajo”. Es difícil seguir a quien no
camina a tu lado, a quien no es el primero en dar el paso, a quien no comprende
lo que implica hacer el esfuerzo, un esfuerzo que, además, nunca será suficiente.
Siempre habrá más por hacer.
Existe un dicho que dice: “Qué bonita es la venganza
cuando Dios nos la concede.” Así solemos pensar. Si tienes la oportunidad de
vengarte, hazlo. David tuvo a su alcance a un Saúl vulnerable. Pudo matarlo
justificando sus actos en toda la injusticia recibida, pero no lo hizo. Si bien
la venganza puede ser deseable (todos sus compañeros le recomendaron hacerlo),
no es camino. David hizo entonces lo impensable: se colocó en una posición
vulnerable él. Decidió dejar de huir y confrontó a Saúl. Le dijo: aquí estoy.
Entregó su venganza y la puso en manos de Dios: «Que Yavé juzgue entre tú y yo.
Que él examine y asuma mi defensa, que me haga justicia y me libre de tu mano.»
1 Sam 24, 16
Y así fue, Saúl, sollozando, reconoció en David al líder que estaba
destinado a ser, y lo dejó con vida. No volvieron juntos. La resolución no
implicó que volverían a estar juntos. Resolver un conflicto no implica que “todo
vuelve a ser como antes”. Al contrario, implica que las cosas tienen que
cambiar, y cada quien tendrá que poner de su parte y hacer lo que le toca
hacer. No hay soluciones sin cambios.
Quiero decirme que es así como “siempre” suceden las
cosas: invocamos la intervención de Dios (la presencia del amor) entre los hombres
y su presencia en nosotros nos lleva a resolver el conflicto. Pero por
desgracia no todos somos David ni Saúl. No todos nos amamos tanto así. No todos
reconocemos al “ungido” en el otro, es decir, al ser humano digno precisamente
por “ser” humano. No todos somos capaces
de doblar las manos y dejar ir la injusticia recibida ni reconocer la justicia
que necesitamos promover. Pero todos somos capaces de amar. Que sea ese amor el
que nos enseñe a soltar y cambiar. Aprender a amar es, después de todo, el
verdadero camino.
Jesús, que nuestras penas y nuestro dolor, que siempre
nos invitarán a vengarnos, no sean más convincentes que el amor que le tenemos
a quienes nos han dañado. Que sea Tu Amor el que nos de la voluntad de escuchar
al otro, de comprender la manera en que le hemos hecho daño y nos ayude a
reconocer aquello que necesita cambiar para que cada quien sea la persona que es,
y no la persona que queremos que sea. Transforma nuestro corazón y otórganos la
capacidad de amar como Tú amas.
Te amo.
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