jueves, 2 de agosto de 2018

¿A quién debemos obediencia?


Sin recursos, profesor enseña Word en un pizarrón (link al final).


El capítulo 15 de 1 Samuel es… muy triste y difícil de comentar. De hecho, que en la Biblia Latinoamericana (1972 y 2005) no hay comentario alguno. Describe cómo fue que Saúl dejó de ser rey de Israel. La orden fue clara y contundente. Samuel asegura que Yavé quiere castigar a Amalec (un pueblo que en algún momento no dejó pasar a Israel por sus tierras): le dice: “lanza el anatema (condena) sobre todo lo que le pertenece. No tendrás piedad de él, darás muerte a los hombres, a las mujeres, a los niños, a los bueyes y corderos, a los camellos y burros.” 1 Sam 15, 3 

Saúl lo hizo, pero dejó vivo a Agag, gobernante de Amalec, para presentarlo frente a Samuel, y a “lo mejor” del ganado menor y mayor, porque lo consideró bueno para ofrecer en sacrificio a Yavé. En otras palabras, uso su criterio. 

“Samuel le contestó: «¿Piensas acaso que a Yavé le gustan más los holocaustos y los sacrificios que la obediencia a su palabra? La obediencia vale más que el sacrificio, y la fidelidad, más que la grasa de los carneros. La rebelión es un pecado tan grave como la brujería; la desobediencia es un crimen tan grave como la idolatría. ¡Ya que rechazaste la palabra de Yavé, Yavé te echa de la realeza!»” 1 Sam 15, 22-23

Leo este texto y no puedo dejar de sentir que mi corazón se encoje Jesús. Imagino a aquellos que señalando con el dedo índice de una mano y sosteniendo la Biblia en la otra, han condenado a quienes “no obedecen” lo que ellos consideran que dice Dios. ¿Cuántas “brujas” no hemos quemado? ¿Cuántos pecadores no hemos condenado? ¿A cuántas personas no las hemos expuesto, señalado, colocado una letra escarlata sobre su cuerpo, apedreado, encarcelado? 

Ahora mismo, en estas letras, en estos textos, en esta reflexión, reconozco que yo he señalado a otros. Reconozco que mi indignación ante ciertas cosas puede llevarme a tomar el látigo y querer expulsar a muchas personas de tu presencia, o por lo menos decirles que ni se crean santos, que me han hecho daño a mí y muchas más personas.  

Y mira, ya estoy llorando. Jesús, tú que eres hombre, que caminaste esta tierra y te ensuciaste las manos y los pies, y sudaste, estoy segura, la gota gorda, y necesitaste en momentos cerrar los ojos para descansar; Tú, que si bien tuviste la voluntad de no probar bocado por 40 días, tampoco dejaste de comer del todo, y comprendiste la importancia de dejarnos alimento vivo y palpable para comulgar contigo; Tú, que entendiste a tu madre en su solicitud tan, trivial quizá, pero sin lugar a dudas compasiva y llena de comprensión hacia el dolor y la vergüenza social que generaría el ya no tener vino en una boda; Tú, que ves en el corazón de los hombres y sabes lo difícil que es ser un humano y cargar con la realidad de un mundo que muchas veces hablará en Tu nombre y con eso justificará nuestro detrimento. Tú, mi amado Jesús, sé Tú y tu humanidad la que nos ayude a permear nuestro criterio, a ser valientes en la crítica, pero lentos… no, lentos no… paralíticos en la condena.
Que nuestro criterio busque construir sin destruir la voluntad del otro. Y que no sea el miedo a tu condena lo que cierre nuestros ojos al amor, la compasión, la piedad, la sabiduría, la misericordia, la empatía, la tolerancia, la comprensión hacia la realidad que el otro vive. 

No sé si me equivoco, pero sinceramente no creo que hayas sido Tú, Dios mío, quien decidió “castigar a Amalec”. Creo que fue la comprensión humana de Samuel sobre la importancia y conveniencia política de imponerse como quien conoce la voluntad de Dios y es capaz, por ello, de castigar o perdonar, de dar o no dar poder, de matar o dejar vivir. 

Ese poder, completamente humano, es enorme. Tener el “poder” de decirle a los demás en qué y en qué no creer, es enorme. Pero por grande que sea, no es de Dios, es humano. Ese fue el poder que rechazaste en el desierto. 

Jesús, Tú que eres Camino, Verdad y Vida, ayúdanos a no caer en la tentación de “creer ciegamente”. No rechaces los sacrificios que te ofrecemos ante la limitada realidad de nuestra existencia. Reconoce en nuestro esfuerzo el amor que buscamos brindarte. Fomenta en nosotros la capacidad de juzgar con humildad, y la disposición de cuestionar lo incuestionable. Tú, que aseguraste frente a tu gente y en tu patria: “Hoy se cumplen estas palabras proféticas y a ustedes les llegan noticias de ello” (Lucas 4, 21), sólo para tener que salir a empujones ante la indignación que tus palabras causaron, comprende nuestro miedo cuando callamos, y perdona nuestras faltas si es que al hablar pecamos. Te lo pido en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Así sea. Te amo. 


Foto tomada de “Se viraliza por enseñar Word en un pizarrón y Microsoft responde así”: https://www.am.com.mx/san-luis/2018/03/02/se-viraliza-por-ensenar-word-en-un-pizarron-y-microsoft-responde-asi-67694


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