Como consecuencia de la infidelidad de David hacia
Dios al matar a Urías por la espada de los amonitas, y hacer a Betsabé su
mujer, el hijo que ella concibió, murió.
“Entonces David se levantó, se bañó, se perfumó y se
cambió de ropa. Entró en la Casa de Yavé donde se postró; luego regresó a su
casa y pidió que le sirvieran algo y comió. Sus servidores le dijeron: «¿Qué
haces? Cuando el niño estaba vivo, ayunabas, llorabas, y ahora que está muerto,
te levantas y comes». Respondió: «Mientras el niño estaba aún con vida, ayunaba
y lloraba, pues me decía: ¿Quién sabe? A lo mejor Yavé tendrá piedad de mí y
sanará al niño. Pero ahora que está muerto, ¿para qué ayunar? ¿Puedo acaso
hacer que viva? En vez de que vuelva a mí, seré yo más bien quien vaya donde
él». David consoló a su mujer Betsabé, la fue a ver y se acostó con ella, quien
concibió y dio a luz a un niño, al que le puso el nombre de Salomón. Yavé amo a
ese niño, y mandó al profeta Natán, que lo llamó Yedidya, es decir, amado de
Yavé, por encargo suyo.” 2 Sam 20-25
Es fácil llorar nuestras desgracias y culpar a las
circunstancias, a nuestras debilidades, a las penas sufridas y causadas. Y es
fácil porque nos causa dolor, aún cuando hayamos sido nosotros quienes
provocamos o contribuimos a que el sufrimiento exista. Además, generalmente
consideramos que la misericordia de Dios debería traducirse en un perdón sin
consecuencias. O por lo menos eso deseamos.
Pero el perdón no implica que no habrá consecuencias.
Y muchas veces ante estas consecuencias solemos amargarnos. Podríamos incluso
llegar a enojarnos con Dios. ¿Por qué tenía que morir un niño inocente como
consecuencia? ¿Por qué me tenía que suceder esto? ¿Por qué tenía yo que ser
tentado de esta manera? Pero esa forma de pensar, la de la víctima de otros o
de las circunstancias, no lleva más que a la muerte. Y eso es lo que la muerte
del niño representa.
El niño, creo, representa la relación entre Betsabé y
David, una relación en la que se dio la traición y en el engaño. Una relación
que intentó, por todos los medios, negarse a sí misma. Esa relación tenía que
morir.
Habrá quienes crean que mi interpretación es absurda:
La muerte del niño es un castigo de Dios y punto, pensarán. Y quizá se pueda
reducir a eso, pero yo creo que representa la relación porque no fue una
relación que surgió en la confianza y la “sabiduría”, sino en el engaño y la
negación. Y para que las cosas cambien, eso tiene que morir y tiene que surgir
una nueva relación.
Quizá pienso así porque soy mujer. Yo sé que no era
costumbre hablar de la mujer, en este caso Betsabé, y no se dice nada acerca de
lo que siente y piensa, pero puedo imaginar lo que fue para ella esta situación.
Finalmente, ella perdió a un esposo y a un hijo.
En realidad, no sabemos si amaba a David. Y es fácil
darnos cuenta de que de entrada David no la amaba a ella. Ella fue un objeto:
La mandó llamar y se acostó con ella. Con lo que no contaba es que quedaría
embarazada. David entonces buscó que su marido regresara y se acostara con ella
para poder lavarse las manos y que se pudiera decir que el niño era hijo de
Uriel. Pero Uriel era un soldado en tiempos de guerra y en ese entonces los soldados
en guerra no tenían sexo, y no se acostó con ella.
También podemos decir que ella pudo haberse negado a
acostarse con David. Quizá, ¿pero habría sido sensato negársele al rey? Digo,
lo que el rey pedía en esa época no era algo que se cuestionara. Incluso hoy
existen ámbitos en los que personas con poder, lo usan para “usar” a otros y
lograr sus fines. Hombres y mujeres que abusan de su poder para satisfacer sus
deseos, gustos, caprichos, y no solamente en lo sexual. Hay toda clase de
abusos.
Habrá también quienes vean en Betsabé una “tentación”,
una belleza que sacó lo peor de David. Pero verlo así es verlo con ojos incapaces
de reconocer al ser humano. Sólo ven el objeto que puede satisfacer un deseo o
capricho. Eso no es Amor y Vida, es muerte. De modo que “culpar” a alguien por
ser tentación, reto, complicación o problema, no es cristiano. Y esa culpa que
se le avienta encima tiene que morir.
Mientras esa culpa corroía el alma de David, su hijo
estuvo enfermo, y David se dejó enfermar también. Se lamentó, lloró, dejó de
comer, y definitivamente no estaba con Betsabé, después de todo “ella”, fue la
“culpable” de su desdicha.
Ahora bien, hubo algo importante. David comprendió que
esa actitud de lamentarse por haber estado en una situación en la que sus
debilidades le ganaran, no cambiaría nada, así que dejó de ser su respuesta.
David dejó de ser la víctima “seducida” y pasó a ser el hombre responsable. Es
decir, dejó morir la relación que había creado con Betsabé, y decidió gestar
una nueva relación, basada ya no en el poder, sino en el Amor y en la búsqueda
de Sabiduría (recordemos que Salomón, el producto de esa relación, es
reconocido como un rey sabio).
¿Qué hizo David? Primero se levantó y asumió su
responsabilidad. Es decir, se bañó, se perfumó y se cambió la ropa. Asumir
nuestra responsabilidad nos da dignidad y eso fortalece nuestra voluntad para
encontrar respuestas en lugar de dejarnos derrotar por culpas.
Segundo, buscó a Dios para postrarse ante Él, es
decir, para comprometerse con humildad en la búsqueda de lo que es “Amor” y no
“poder”. Lo que es cuidar y entregar, no usar y descartar.
Tercero, comió y recuperó fuerza. Es decir, se alimentó.
Y bien sabemos que no sólo de pan vive el hombre. Alimentarnos es esencial y
debe ser constante.
Por último, fue con Betsabé y la consoló. No la mandó
llamar, no espero a que ella fuera a buscarlo. Por primera vez la ha visto
como un ser humano que necesitaba consuelo, amor, ternura y apoyo. Ella perdió
todo: su esposo, su hogar, un hijo, y todo este tiempo fue tratada como un
objeto, como la “tentación” que puso a David a prueba. ¿Cómo creen que se
sintió ella durante todo ese tiempo que no fue abrazada, escuchada, considerada?
Fue así como David dejó morir la antigua relación y
trabajó en la realización de una nueva. “En vez de que vuelva a mí, seré yo más
bien quien vaya donde él”, explicó David. Y cuando dice “él” no creo que se
refiera sólo a su hijo, sino a Dios. Porque Dios es esa relación de amor que
necesitamos crear con los demás. Nació así una nueva relación que
voluntariamente buscaría fortalecer con amor, para desarrollar la sabiduría en
mente, en corazón y el alma. Esas son las relaciones “amadas por Yavé” y son
las relaciones hacia las que necesitamos movernos.
Jesús, enséñanos a amar como Tú amas, a hacer lo que
nos toca para crear relaciones sin culpas y con apoyo, relaciones sanas, no
enfermas. Relaciones que vivan eternamente y no que mueran. Te amo.
Foto tomada de: https://www.daysoftheyear.com/days/hugging-day/
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