viernes, 24 de agosto de 2018

Hablemos de lo que hay



“Cuando el rey David se enteró del asunto (la violación de su hija Tamar cometida por su hijo Amnón) se enojó mucho pero no quiso llamarle la atención a su hijo Amnón, porque era su preferido por ser el mayor. Absalón (también hijo del rey, y quien le dio alojamiento a Tamar en su casa después del suceso) tampoco le dijo nada, ni buenas ni malas palabras, pero sentía odio por él debido a que había violado a su hermana Tamar.” 2 Sam 13, 21

¿Alguna vez has sentido odio? No hablo de un “me cae mal” esa persona. No. Hablo de odio, el deseo ardiente de que esa persona sufra. 

Leer la Biblia en su totalidad había sido algo que no lograba decidir hacer. Ya sabes, pones pretextos, te surgen cosas por hacer, empiezas y luego no entiendes algo, y mejor lo dejas, en fin, siempre había algo. Llegó el momento en que tuve que reconocer que había cosas que no quería leer. Cosas como este capítulo 13 de 2 Samuel. Cosas que provocarían mi odio, mi rencor, mi indignación, mi coraje, mi resentimiento, y sinceramente no he podido manejar muchas de esas cosas en mi vida y, aunque me han hecho daño, mi creencia era que lo mejor que podía hacer era no verlas, ignorarlas, evitarlas por completo. Si no somos capaces de enfrentar nuestros propios demonios, no podemos con los demonios de otros. 

Pero un día decidí enfrentarlo y empecé a leer los Salmos. ¿Por qué los Salmos? Porque en los Salmos encontramos no sólo palabras de alabanza sino también de odio y venganza. Por ejemplo: “Tu manó encontrará a tus adversarios, tu diestra encontrará a los que te odian; los dejarás, en cuanto te presentes, como si estuvieran en un horno, El Señor, en su ira, se los engullirá y un fuego los devorará.” Salmo 21 (20), 9-10

Al leer estas oraciones tan llenas de dolor y odio, y el deseo de que aquellos que nos han herido mueran y se retuerzan en el infierno, y hacerlo todos los días por un tiempo considerable, comprendí, no sé cómo ni cuándo, pero me quedó claro que el problema no era sentirlo, sino guardarlo, callarlo, no atreverme a ser completamente sincera en torno a lo mucho que duele y lo injusto que todo me parece. Las palabras de odio de los Salmos me ayudaron mucho a liberarme de ese odio y me enseñaron que hay tres cosas que hay que hacer constantemente: alabar, agradecer y confesar. Y las tres cosas se hacen frente a Dios. Porque sólo Dios puede transformar y convertir todo en bendición.

Jesús nos dice: “No es lo que entra de la boca del hombre lo que lo contamina, sino lo que sale de su boca, porque lo que sale de su boca, del corazón proviene.” Quizá por eso, somos tan renuentes a hablar de los problemas y de todo lo negativo que genera en nosotros. Queremos un corazón limpio, bueno, y nos da miedo no tenerlo, darnos cuenta de que estamos llenos de odios y dolores, envidias y mezquindades. 

Lo que no alcanzamos a entender es que la única manera de limpiar ese corazón es dejando salir lo que contiene, porque si lo reprimes, pues… quizá nunca le digas “estúpido” a los demás, pero como tu corazón está lleno de coraje por todas las estupideces que tienes que tolerar y las tienes que tolerar porque, después de todo, tú eres bueno y no puedes hacer otra cosa que “aguantar esta cruz que te tocó cargar”; entonces vas a tratar a todos de estúpidos y vas a minimizarlos siempre que puedas, y vas a ser pasivo-agresivo, lo que no es otra cosa que un cuchillito de palo que cual pavorreal enaltecido, luzca su coraje en toda su magnitud pensando que es bello y bueno lo que hace. Nunca te darás cuenta de que lo que no eres es un corazón verdadero. Y sin eso, sin la verdad, la belleza y la bondad son vacíos.

En el resto del capítulo, Absalón, el hijo lleno de odio por lo que sufrió su hermana, terminó matando a Amnón, su hermano también, y huyó lejos de su familia. Se alejó por completo. Esta tragedia, más común de lo que imaginamos (hay muchas maneras de matar a alguien), se pudo haber evitado si David hubiese hablado de lo que sucedió abiertamente, pero la cabeza de este hogar no tuvo el valor de decir nada porque Amnón, el violador, era su hijo preferido. Pero si la cabeza no habla, y pone orden, no importarán sus intenciones (perdonar y ser bueno con aquellos que ama), el cuerpo actúa, y será completamente inconsciente. La inconsciencia de aquello que existe en nosotros nos llevará a hacer mucho daño. No seamos inconscientes, hablemos de lo que hay. 

Si hay odio en tu corazón, o simple coraje, dilo, pero no lo digas para tus adentros, sincérate con Dios. Dile a Dios todo eso que sientes, llora con él, manifiesta tu coraje. Vaya, si lo necesitas, dale de golpes a la almohada o la cama y di tantas groserías como puedas. Saca todo eso y hazlo todas las veces que lo necesites, pero hazlo en la intimidad de la oración. Eso negativo que guarda tu corazón tiene que salir, y tienes que pararte, hincarte, arrastrarte, desgarrarte las vestiduras si es preciso, pero hacerlo todo frente a esa cruz de Cristo, para que coloques todo eso en el madero de la cruz y muera. Dile a Dios, aquí te dejo toda esta podredumbre que me corroe, todo el dolor que me genera, toda la pestilencia que cargo. Aquí está, transfórmalo Tú mi Bien.  

Y si tienes tanto tiempo que no eres honesto contigo mismo al grado de que no encuentras aquello que tienes “bien guardadito”, no te engañes. No es que tu corazón esté limpio, sino que está endurecido. En casos así, hay que ablandar nuestro corazón. De modo que lee los Salmos. Léelos como se lee un poema, como se canta una “ranchera ardida”. Siente cada palabra para que tu corazón vuelva a latir al ritmo de la verdad.  

Deja que de tu boca salga lo que de tu corazón proviene, sea lo que sea. Pero toma consciencia de que, si es negativo, si es capaz de hacer daño, si desea venganza y muerte, si se acerca o es odio, si contiene coraje y dolor, entonces háblalo con Dios, confiésate y ablanda tu corazón. No lo ignores. Recuerda también que los Salmos son muchos, así que si necesitas decirlo y hacerlo mucho más que una vez, hazlo todo lo que necesites. 70 veces 7 puede incluso ser poco. A Dios no le molesta ni lo has de fastidiar con tanta negatividad. Al contrario, quiere que le des eso para que pueda darte vida y vida en abundancia.  

Jesús, endurece nuestra voluntad para hablar con la verdad siempre, de modo que sean nuestros corazones los que se ablanden y no se conviertan en piedra a fuerza de reprimirlo todo. Limpia nuestros corazones a través de la confesión y la aceptación de todo lo que hay. Enséñanos a mantener transparente el alma a través de la constante revisión de nuestras necesidades y motivaciones, te lo pedimos en Tu Santo y Bendito Nombre. Jesús, ruega por nosotros. Te amo.  








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