“Cuando el rey David se enteró del asunto (la
violación de su hija Tamar cometida por su hijo Amnón) se enojó mucho pero no
quiso llamarle la atención a su hijo Amnón, porque era su preferido por ser el
mayor. Absalón (también hijo del rey, y quien le dio alojamiento a Tamar en su
casa después del suceso) tampoco le dijo nada, ni buenas ni malas palabras,
pero sentía odio por él debido a que había violado a su hermana Tamar.” 2 Sam
13, 21
¿Alguna vez has sentido odio? No hablo de un “me cae
mal” esa persona. No. Hablo de odio, el deseo ardiente de que esa persona
sufra.
Leer la Biblia en su totalidad había sido algo que no
lograba decidir hacer. Ya sabes, pones pretextos, te surgen cosas por hacer,
empiezas y luego no entiendes algo, y mejor lo dejas, en fin, siempre había
algo. Llegó el momento en que tuve que reconocer que había cosas que no quería
leer. Cosas como este capítulo 13 de 2 Samuel. Cosas que provocarían mi odio,
mi rencor, mi indignación, mi coraje, mi resentimiento, y sinceramente no he
podido manejar muchas de esas cosas en mi vida y, aunque me han hecho daño, mi
creencia era que lo mejor que podía hacer era no verlas, ignorarlas, evitarlas
por completo. Si no somos capaces de enfrentar nuestros propios demonios, no
podemos con los demonios de otros.
Pero un día decidí enfrentarlo y empecé a leer los
Salmos. ¿Por qué los Salmos? Porque en los Salmos encontramos no sólo palabras
de alabanza sino también de odio y venganza. Por ejemplo: “Tu manó encontrará a
tus adversarios, tu diestra encontrará a los que te odian; los dejarás, en
cuanto te presentes, como si estuvieran en un horno, El Señor, en su ira, se
los engullirá y un fuego los devorará.” Salmo 21 (20), 9-10
Al leer estas oraciones tan llenas de dolor y odio, y
el deseo de que aquellos que nos han herido mueran y se retuerzan en el
infierno, y hacerlo todos los días por un tiempo considerable, comprendí, no sé
cómo ni cuándo, pero me quedó claro que el problema no era sentirlo, sino
guardarlo, callarlo, no atreverme a ser completamente sincera en torno a lo
mucho que duele y lo injusto que todo me parece. Las palabras de odio de los
Salmos me ayudaron mucho a liberarme de ese odio y me enseñaron que hay tres
cosas que hay que hacer constantemente: alabar, agradecer y confesar. Y las
tres cosas se hacen frente a Dios. Porque sólo Dios puede transformar y
convertir todo en bendición.
Jesús nos dice: “No es lo que entra de la boca del
hombre lo que lo contamina, sino lo que sale de su boca, porque lo que sale de
su boca, del corazón proviene.” Quizá por eso, somos tan renuentes a hablar de
los problemas y de todo lo negativo que genera en nosotros. Queremos un corazón
limpio, bueno, y nos da miedo no tenerlo, darnos cuenta de que estamos llenos
de odios y dolores, envidias y mezquindades.
Lo que no alcanzamos a entender es que la única manera
de limpiar ese corazón es dejando salir lo que contiene, porque si lo reprimes,
pues… quizá nunca le digas “estúpido” a los demás, pero como tu corazón está
lleno de coraje por todas las estupideces que tienes que tolerar y las tienes
que tolerar porque, después de todo, tú eres bueno y no puedes hacer otra cosa
que “aguantar esta cruz que te tocó cargar”; entonces vas a tratar a todos de
estúpidos y vas a minimizarlos siempre que puedas, y vas a ser pasivo-agresivo,
lo que no es otra cosa que un cuchillito de palo que cual pavorreal enaltecido,
luzca su coraje en toda su magnitud pensando que es bello y bueno lo que hace.
Nunca te darás cuenta de que lo que no eres es un corazón verdadero. Y sin eso,
sin la verdad, la belleza y la bondad son vacíos.
En el resto del capítulo, Absalón, el hijo lleno de
odio por lo que sufrió su hermana, terminó matando a Amnón, su hermano también,
y huyó lejos de su familia. Se alejó por completo. Esta tragedia, más común de
lo que imaginamos (hay muchas maneras de matar a alguien), se pudo haber
evitado si David hubiese hablado de lo que sucedió abiertamente, pero la cabeza
de este hogar no tuvo el valor de decir nada porque Amnón, el violador, era su
hijo preferido. Pero si la cabeza no habla, y pone orden, no importarán sus
intenciones (perdonar y ser bueno con aquellos que ama), el cuerpo actúa, y
será completamente inconsciente. La inconsciencia de aquello que existe en
nosotros nos llevará a hacer mucho daño. No seamos inconscientes, hablemos de lo
que hay.
Si hay odio en tu corazón, o simple coraje, dilo, pero
no lo digas para tus adentros, sincérate con Dios. Dile a Dios todo eso que
sientes, llora con él, manifiesta tu coraje. Vaya, si lo necesitas, dale de
golpes a la almohada o la cama y di tantas groserías como puedas. Saca todo eso
y hazlo todas las veces que lo necesites, pero hazlo en la intimidad de la
oración. Eso negativo que guarda tu corazón tiene que salir, y tienes que
pararte, hincarte, arrastrarte, desgarrarte las vestiduras si es preciso, pero hacerlo
todo frente a esa cruz de Cristo, para que coloques todo eso en el madero de
la cruz y muera. Dile a Dios, aquí te dejo toda esta podredumbre que me corroe,
todo el dolor que me genera, toda la pestilencia que cargo. Aquí está,
transfórmalo Tú mi Bien.
Y si tienes tanto tiempo que no eres honesto contigo
mismo al grado de que no encuentras aquello que tienes “bien guardadito”, no te
engañes. No es que tu corazón esté limpio, sino que está endurecido. En casos
así, hay que ablandar nuestro corazón. De modo que lee los Salmos. Léelos como
se lee un poema, como se canta una “ranchera ardida”. Siente cada palabra para
que tu corazón vuelva a latir al ritmo de la verdad.
Deja que de tu boca salga lo que de tu corazón
proviene, sea lo que sea. Pero toma consciencia de que, si es negativo, si es
capaz de hacer daño, si desea venganza y muerte, si se acerca o es odio, si
contiene coraje y dolor, entonces háblalo con Dios, confiésate y ablanda tu
corazón. No lo ignores. Recuerda también que los Salmos son muchos, así que si
necesitas decirlo y hacerlo mucho más que una vez, hazlo todo lo que necesites.
70 veces 7 puede incluso ser poco. A Dios no le molesta ni lo has de fastidiar
con tanta negatividad. Al contrario, quiere que le des eso para que pueda darte
vida y vida en abundancia.
Jesús, endurece nuestra voluntad para hablar con la
verdad siempre, de modo que sean nuestros corazones los que se ablanden y no se
conviertan en piedra a fuerza de reprimirlo todo. Limpia nuestros corazones a
través de la confesión y la aceptación de todo lo que hay. Enséñanos a mantener
transparente el alma a través de la constante revisión de nuestras necesidades
y motivaciones, te lo pedimos en Tu Santo y Bendito Nombre. Jesús, ruega por
nosotros. Te amo.
Foto tomada de “Trastorno Pasivo-Agresivo: http://blog.educastur.es/mutatis/2013/12/07/trastorno-pasivo-agresivo/
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