sábado, 11 de agosto de 2018

El peligro del miedo y la mentira


 
“Sin embargo, David pensó: «Un día de estos Saúl me va a matar. Es mejor que me refugie entre los filisteos. Así dejará Saúl de buscarme en todo el territorio de Israel y yo me escaparé de sus manos».” 1 Sam 27, 1 

(Estando con los filisteos David se puso al servicio del rey Aquis, y se unió a su ejército para atacar a Israel. Perdió el camino.) 

“Cuando Saúl vio el campamento de los filisteos, tuvo miedo y su corazón se estremeció. Saúl consultó a Yavé, pero Yavé no respondió, ni por los sueños ni por el urim ni por los profetas. Saúl dijo entonces a sus servidores: «Búsquenme a una mujer que invoque a los muertos e iré a consultarla». Sus servidores le dijeron: «En Endor hay una mujer que invoca a los muertos.»”1 Sam 28, 5-7 

(Saúl consultó a esa mujer y le puso en contacto con Samuel, quien le confirmó que Yavé lo entregaría en manos de los filisteos por no haber obedecido cuando le pidió que eliminara a todos los amalecitas, incluyendo el ganado.)

Si la Biblia nos muestra que se utilizaba “magia”, por llamarlo de alguna forma, para consultar la voluntad de Dios, ¿por qué no debemos usarla? Bueno, porque una “consulta” de este tipo se realiza motivados en buena medida por el miedo. Y Jesús nos dice: “No teman.” Jesús comprende lo peligroso que es el miedo, lo que puede hacer, la manera en que nos engaña. El miedo es el arma más efectiva del demonio, junto con la vanidad y soberbia. 

Yo solía tenerle mucho miedo al demonio. ¡Terror! De niña, como a los 10 u 11 años, vi la película de El Exorcista. Mala idea, el miedo se instaló en mi corazón y no había poder humano ni divino que me tranquilizara. En esa época vi hasta el cansancio “Jesucristo Superestrella” intentando disminuir el horror y aferrarme a la fe. De hecho, me sé prácticamente todas las canciones. Pero ni viendo todos los días la película, ni cantando “Try not to get worried…” (intenta no preocuparte), ni así logré dormir por meses. 

Fue por esa época que salió la tercera película (“El Regreso del Jedi”) de la primera trilogía de “Star Wars” (“La Guerra de las Galaxias”). En ella, Darth Vader, la personificación de la maldad absoluta en la saga, salva a su hijo de morir en manos del Emperador. El amor que en él existía no resistió la tormenta por la que su hijo pasaba (el emperador lo estaba matando) y lo salvó matando al emperador (y de paso, la maldad en sí mismo). Ese acto le devolvió su humanidad y fue recibido en el más allá con los ancestros y espíritus de la “fuerza”. 

Les pedí a mis padres un poster de Darth Vader y lo pegué en mi cuarto. Santo remedio, pude dormir. Mi lógica fue: si Darth Vader, que conoce la maldad en toda su extensión, fue capaz de vencerla y permitir que el amor que vive en él gane con tal de salvar a su hijo, entonces, él puede impedir que la maldad me haga daño. Después de todo, ¿quién puede vencer el mal sino aquella persona que lo conoce? 

La lógica que seguí era una lógica infantil, pero no era una lógica del todo equivocada. Sean como niños, nos ha recomendado Jesús. Claro que ser “como” niños no significa “ser” niños. Es decir, tampoco podemos decir que sea una lógica del todo correcta. Era, después de todo, una niña. Y Dios puede entender que seamos niños en la fe, pero no se puede justificar serlo por siempre. 

Como dije, el miedo es el que nos lleva a buscar y creer en soluciones mágicas o personajes como, en mi caso, Darth Vader. En un sentido práctico, esas consultas o acciones que tienen que ver con cartas, horóscopos, veladoras de colores con propiedades fantásticas, brujerías, espíritus, ángeles, imágenes de santos, y hasta cosas como las sesiones de constelaciones familiares, o la Programación Neurolingüistica (que deberían tener una función terapéutica y no una interpretación fantástica y metafísica), se les han atribuido capacidades de “sanación espiritual, mental y corporal.” Pero ni son divinas, ni totales, y disfrazan muchas mentiras como verdades. Y eso es peligroso. 

Necesitamos entender, lo antes posible y lo mejor que podamos, que el deseo de recurrir a estas, llamémoslas, “estrategias”, son en realidad una necesidad de Dios, de Paz y de confianza en el futuro, en la vida, en la bondad personal y la de otros. Pero es una lógica infantil. Es una espiritualidad aún enfocada en la protección, en el “pedir” y “recibir”. Tal y como lo hace un niño: tiene frío y pide que se le cubra; tiene hambre, pide de comer; quiere un juguete, le dicen que tiene que “portarse bien”, lo hace dentro de sus posibilidades, y se le da el juguete. Pero pretender vivir con esa mentalidad infantil toda la vida es crearnos una falsa sensación de seguridad y puede convertirse en un límite a nuestro crecimiento personal y nuestro acercamiento a Dios. Además de que no general soluciones reales a problemas reales, tanto personales como comunitarios y nacionales. 

Esta lógica de “pedir y recibir”, “hacer y obtener”, reconforta tanto porque nos da una sensación de control: Lo que recibo es resultado de lo que doy y hago. Además, es una lógica enfocada a disminuir la ansiedad que el miedo genera. El miedo a vivir solos, a no tener cómo ni con qué cubrir nuestras necesidades, a vivir condenados por nuestros errores, a ser descubiertos en nuestras traiciones y mentiras, y tantas otras cosas que podemos terminar por hacer mal, o que podemos sufrir por nuestras culpas. El miedo encuentra alivio, salidas, respuestas y justificaciones en estas “estrategias mágicas o metafísicas”. Lo único que no encuentra es alguien dispuesto a responsabilizarse de sus acciones. 

Pero Jesús nos pide que no tengamos miedo, y Pablo, en 1 Corintios 13, 11, nos asegura: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre, dejé las cosas de niño.” 

Mi miedo al demonio, ahora lo sé con mayor claridad, era un miedo infantil, y mi lógica para resolverlo fue tan infantil como mi miedo: Pedirle a un personaje como Darth Vader, que me proteja del mal. Con todo, tenía razón en algo: Desde mi infantil mentalidad comprendí que sólo quien ha atravesado por la maldad puede conocerla al grado de vencerla. Es decir, la espiritualidad infantil tiene su valor y es necesario pasar por eso para adquirir confianza en nosotros mismos y en Dios, pero no nos prepara para una vida sustentada en valores que vayan más allá de la superficie y pensamiento mágico. 

Es difícil dejar ir nuestra espiritualidad infantil, porque es práctica. Hacer tus oraciones se limita a repetir, o encender una vela. Evitamos dudar, pensar, cuestionar y hacer un esfuerzo por comprender mejor, actuar aquello que comprendemos y responsabilizarnos de lo que suceda. Además, disminuimos nuestro miedo. Un miedo que surge porque confundimos responsabilidad con culpa. ¿Y quién quiere tener la culpa de algo? ¿Quién quiere ser condenado? La persona responsable no genera ni carga culpas, se hace responsable y busca soluciones para todos. 

Si Jesús nos pide que no tengamos miedo es porque sabe que el miedo nos inclinará a seguir el camino amplio y no el estrecho; el camino fácil, no el que implicará un mayor esfuerzo. El camino de renuncia, no el de compromiso. 

El camino de Jesús nos lleva a atravesar el dolor, el sufrimiento, la desesperación, nuestras mentiras, nuestros egos, nuestros errores, nuestra propia maldad. Implica sacrificarnos a nosotros mismos, no a los demás. Implica escuchar al demonio (Jesús fue tentado) pero no entrar en un diálogo de interacción con él, y mucho menos en una negociación. Se escucha y analiza lo que nos propone, y hacemos el esfuerzo de descubrir la mentira y acercarnos a la verdad. Si somos capaces de reconocer la mentira, estaremos mejor capacitados para seguir a Cristo. Y podremos decir: ¡No! ¡Así no son las cosas!

¿Quieres tener una fe más fuerte? Tienes que atreverte a enfrentar tu propia maldad. ¿Quieres verte a los ojos y reconocer todo lo que en ojos de Cristo aún no eres, pero puedes llegar a ser? Deja de mentirte a ti mismo, y no permitas que otros te mientan. Busca la verdad que hay detrás de todo. Busca a Dios y sigue a Jesús, porque es Verdad, Camino y Vida.  

Jesús no se negó a escuchar al demonio en el desierto, se negó a creerle, a aceptar que las cosas tienen que ser como el mundo te las muestra. La realidad de Dios no es obvia ni es la opción más sencilla, pero es Vida y es vida en abundancia para TODOS. Si no es así, seguramente por ahí hay una mentira en la que hemos decidido creer porque es más fácil que hacer el esfuerzo por que las cosas cambien.  

De modo que no insistamos en justificarnos, por muy buena voluntad que creamos tener, si no nos guía la verdad de Cristo, seremos otra piedra en el camino hacia una humanidad, valga la redundancia, más humana e íntegra. 

Jesús, Tú nos has dicho: “«Al que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le sería que le colgaran al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno, y que se ahogara en lo profundo del mar.»” (Mt 18, 6) Tus palabras son muy fuertes, pero implican que mejor sería dejar nuestra inocencia de tontos, antes de que terminemos ahogados en nuestras culpas, de las que no podremos escapar. Ahora comprendo que amar es hablar con la verdad, y la verdad no siempre es bonita. Nos haces un bien enorme cuando nos hablas con dureza, pero con la verdad en la mano. Ocultarnos la verdad implicaría negarnos la posibilidad de ser mejores, de ser hijos que den Gloria a Dios. 

Es necesario reconocer el daño que somos capaces de hacer, la maldad en la que podemos participar, y el maltrato que muchas veces justificamos. Permítenos ser humildes en la acción y responsables en nuestra búsqueda de aquello que verdaderamente nos acerca a Ti. Aléjanos de las soluciones fáciles y mágicas, y ayúdanos a abrazar nuestras cruces reconociendo en ellas el camino que nos lleva a Tu presencia. Y nunca nos permitas creer que hemos logrado todo esto que Tú pides de nosotros. La verdad es que alcanzarte es imposible. Eres Tú quien se inclina para escucharnos y ayudarnos. Que nunca lo olvidemos. Gracias mi dulce bien. Te amo. 



Foto tomada de “¿Por qué creamos tanto sufrimiento?”: https://www.actualidadenpsicologia.com/por-que-creamos-tanto-sufrimiento/

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