“Absalón y toda la
gente de Israel exclamaron: «El consejo de Jusaí el arquita es mejor que el de
Ajitofel». […] Jusaí dijo entonces a los
sacerdotes Sadoc y Ebiatar: «Ajitofel dio este consejo a Absalón y a los
ancianos de Israel (buscar inmediatamente a David y matarlo), pero esto es lo
que yo les aconsejé (mejor esperar y juntar a todo el ejército para tener una
victoria segura). Vayan ahora rápidamente a avisarle a David. Díganle: No te
quedes esta noche en los desfiladeros del desierto. Apresúrate en atravesar, si
no el rey (David) y su ejército corren el riesgo de ser aniquilados.»
“[…] Cuando Ajitofel
vio que no se había seguido su consejo, ensilló su burro y regresó a la casa
que tenía en la ciudad, puso todo en orden en su casa y se ahorcó.” 2 Sam 17,
14a-16 y 23
Como vemos, Jusaí y los
sacerdotes Sadoc y Ebiatar, son aliados de David. Él mismo David les pidió que
regresaran a servir a Absalón para que le informaran de lo que sucedía. (2 Sam
15, 31-37)
Recordemos, además, que
tanto David como su hijo Absalón, quien ahora se proclama rey, consideraban que
la palabra de Ajitofel, era palabra de Dios. Así de importante se le consideraba,
y así de terrible fue para él que su consejo no fuera escuchado. Al perder su
papel como único guía, perdió también su sentido de vida, y se ahorcó.
El suicidio es un tema
que siempre me pega. He estado a las puertas del suicidio. Conozco el rostro de
la tentación de morir y me he dicho las muchas razones, todas ellas válidas y
ciertas, para hacerlo. Y puedo entender cómo es que muchos lo consideran una
cobardía, una salida fácil. Pero toda persona que crea eso, está equivocada. Ni
es cobardía, ni es una salida fácil, pero sí puede verse y sentirse como la
única opción.
Una de las razones para
que algo así suceda -aclaro que no es la única ya que la problemática del
suicidio es multifactorial y complejo y no puede reducirse a una única razón-, es
la falta de flexibilidad en el pensar y sentir. En lo que fue mi última crisis,
el mundo se me desquebrajó y me fue muy difícil mantenerme de pie y andando. Ya
en terapia y con tratamiento médico, comprendí: “había puesto todos los huevos
en una sola canasta”, es decir, consideré que mi vida dependía de una sola cosa
que le daba sentido, algo demasiado inestable como para poder ser la razón de
una existencia. En corto, en algún momento de mi vida y con el fin de tener
“algo” por qué vivir, perdí flexibilidad.
Aclaro que no
hablaremos ni de los huevos ni de la canasta. Mi situación no es de interés
aquí, pero definitivamente mi falta de flexibilidad contribuyó a que yo no
contara con herramientas para enfrentar esa crisis de una manera más sana. Porque
eso también es algo que hay que comprender, las crisis forman parte de la vida,
no hay manera de escapar de ellas, pero sí podemos prepararnos mejor para
enfrentarlas.
Hablemos, entonces, de
ser flexibles. Ajitofel había jugado un papel demasiado importante, demasiado
central, demasiado relevante: su palabra era palabra de Dios. ¿Conoces a
personas que te hablan de la palabra de Dios como si fuera una regla que si se
te ocurre romper vas a terminar en el infierno?
Yo me acuerdo mucho de
cuando hice mi primera comunión y unos días antes nos llevaron con el padre a
confesarnos. Era un padre muy viejito, muy enojón, muy… vaya, daba miedo el
señor. Bueno, pues cuando me tocó confesarme, lo hice, me escuchó con algo de
prisa e impaciencia, y ya para terminar me pidió que dijera el “Señor mío
Jesucristo”, una oración, de todas las oraciones que tuve que aprender, que
nunca logré aprenderme bien. Así que empecé a recitarla y me brincaba partes, y
titubeaba, y volvía a empezar. El viejito me dio una regañada de aquellas que te
hunden en el infierno y te queman por dentro. Ante sus ojos, el no saberme el
Señor mío Jesucristo era peor que todos los pecados que le había confesado y
que todo lo que pudiera hacer el resto de mi vida. Salí de ahí sintiéndome el
ser humano más desgraciado, estúpido y malvado que pudiera existir.
Confesarme desde esa
primera experiencia, se había convertido en un horror. Y en aquel entonces era
de ley que te pidieran que recitaras el Señor mío Jesucristo cada que te
confesabas. Yo siempre iba con miedo y nunca me confesaba de frente, siempre
detrás del confesionario para que pudiera murmurar la oración en lugar de que
decirla de cara y abiertamente.
Lo más sencillo,
supongo, era aprenderme la oración, pero nunca pude. Y de verdad lo intenté,
pero esa oración nunca pude aprendérmela. A la fecha, no me la sé. Sé todo lo
que dice, y te la puedo explicar, pero las palabras exactas no logro
retenerlas. ¿Por qué? Creo que una parte de mí, la más sana, se ha negado a
intentar ser perfecta y rechaza la idea de aprenderlo de memoria, además, esa
oración asegura que merezco las llamas del infierno por ser una pecadora, y
pues no. No soy perfecta pero no por eso merezco quemarme eternamente. Me gusta
pensarlo así: mi lado más sano se niega a ser perfecta. Ya no me importa
aprenderla.
Pero me tomó años
comprenderlo y aprender a ser más flexible. De modo que así pasé mi niñez,
adolescencia y temprana juventud: temiendo confesarme. Hasta que un día, un
padre en confesión me pidió que dijera la temida oración. Yo empecé: Señor mío
Jesucristo, Dios y hombre verdadero… me duele de todo corazón… murmullos y
murmullos y murmullos… Esa era la estrategia que seguía: murmurar. El padre me
detuvo, y me dijo: «No te la sabes, ¿verdad?» Le confesé que no, llena de
vergüenza, segura de que me regañaría, y a mis veintitantos años me sentí una
niña de 8 llena de miedo. Me dijo, con lo que me pareció la voz más dulce del
mundo: «Repite después de mí… Señor Mío Jesucristo…»
Ese padre, cuyo nombre
desconozco, es una de las bendiciones más grandes de mi vida. Ese padre, tomó
la mano de una niña de 8 años que había vivido más de una década con miedo por
no ser perfecta y tener la capacidad de responder correctamente a todo lo que
se le pedía, y la guío paso a paso hacia el perdón. Yo sentí que me ayudó a
cruzar un río aterrorizante, frío y profundo, que nunca me había atrevido a
cruzar después de ese primer intento y fracaso. Lo cruzamos brincando de una
piedra a otra, y cada piedra era una palabra que no podía decir, y que, con su
paciencia y cariño, pude decir. Fue la primera vez que me sentí verdaderamente
perdonada. Lloré mucho ese día. Eso no significa que empecé a ser flexible
inmediatamente. No. Me tomó mucho tiempo, aún hoy trabajo en eso.
No seamos inflexibles y
no coloquemos todo nuestro ser en una sola canasta. Porque el día que nos
quiten esa canasta o que fallemos y rompamos un huevo o dos o cinco, ese día
nos sentiremos tan insignificantes y sin sentido que no podremos encontrar otro
camino que la muerte y el olvido.
Y no hablo sólo de un
suicidio. Nos ahorquemos o no, algo morirá en nosotros y seremos seres
sumergidos en la tristeza de la exigencia incumplida. El sentido de nuestra
vida no es cumplir con expectativas, es vivir. Y vivir es equivocarse. Comparte
con Dios tus errores y equivocaciones, tus fallas y tus defectos, tus complejos
y tus angustias. Verás que encuentras mucha más tolerancia de la que mucha
gente te dice que hay. Y más importante aún, encontrarás el deseo, la fuerza y el
modo de mejorar. Dios se las ingenia para ayudarte, así que déjate ayudar. Por
eso Jesús nos insistía: “Arrepiéntete y creé en el Evangelio”. No porque te
vayas a ir al infierno, sino porque hay un cielo de posibilidades cuando
reconoces tus fallas y pones tu ser en manos de un Dios que abarca todas y aún
muchas más de las que puedas imaginar. En Dios y con Dios, hay mucho espacio
para mejorar. Mucho.
Jesús, mi Amor, mi
dulce Amor, gracias por hacerte presente en aquellas personas que con ternura
nos ayudan a identificar nuestros errores y a corregirlos con paciencia.
Permítenos aprender de ellos y darle a quienes nos rodean la seguridad del amor
y el acompañamiento, pase lo que pase, hagan lo que hagan. Sé que se dice
fácil, pero a veces dar esa paciencia cuando no somos flexibles ni con nosotros
mismos es muy difícil, de modo que enséñanos a querernos así, imperfectos, para
que podamos alcanzar con humildad la perfecta misericordia que nos brindas y
llenemos nuestros errores con el acierto de Tu amor. Gracias mi dulce Bien, mi
Vida, mi Amor. Te amo.
Foto tomada de: https://covgrace.org/next-steps/
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